Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El cubano no mancilla su nación

Hubo muchos delincuentes en las protestas que de varios lados se tildan de «pacíficas». Un equipo de nuestro diario entrevistó a cubanos que sufrieron agresiones por parte de los vándalos

Autores:

Margarita Barrios
Monica Lezcano Lavandera
Santiago Jerez Mustelier

En la memoria de Oscar Delgado Lorenzo (de 53 años) aún gravitan aquellos largos días de agosto de 1994. El sanmiguelino reconoce que el conato sucedido este 11 de julio en La Habana fue más agresivo, una muestra de cómo la manipulación y la mentira en las redes sociales pueden provocar acciones de desestabilización y caos.

«Hubo un comportamiento violento, vandálico, peligroso. La mayoría de los “manifestantes” no eran pacíficos, se trató de delincuentes, en su generalidad, que buscaban saquear las instituciones, generar una matriz de opinión de ingobernabilidad, “dar muerte a los comunistas” y construir la imagen de que Cuba es un Estado fallido», comentó Oscar, tras haber vivido ambos hechos que, salvando las distancias y características, tienen en el Gobierno norteamericano a un concitador.

Para Oscar Delgado Lorenzo defender la Patria es ser consecuentes con el legado fidelista. Foto: Abel Rojas Barallobre

Al relatar sus experiencias, él afirma que nadie lo convocó, fue por su propia voluntad a defender la Revolución que tanto ha hecho por sus dos hijos y que es el sistema social de valores donde quiere que crezcan sus nietos.

Por ello fue hasta el puente de Central y Martín Pérez, donde una multitud, de poco más de cien turbadores, se aproximaba con actitud irreverente y desafiante. «Venían gritando abajo la Revolución y vociferando ofensas contra las autoridades policiales y los máximos dirigentes de la nación. Lo que no podíamos permitir era que tomaran San Miguel del Padrón. Parado en Vía Blanca, les pedí que se detuvieran: “Este no es el método”, les dije.

«Hubo una persona que caminó hacia atrás, que se contuvo. Pero el líder conminó a no dialogar y a atacar. Algunos venían en estado de embriaguez, y hasta, presumo, con sicofármacos en vena, por la coloración de sus ojos. La furia con que se abalanzaron ocasionó un forcejeo, me tuve que defender. Terminé en el asfalto, siendo golpeado por varios, apaleado en la frente, con los ligamentos del dedo índice destrozados y una fisura en el nudillo», narra.

Lo que vino después fue un susto que no le desea a nadie: uno de los inciviles lo apuñaló con un arma blanca a la que, de no haberle puesto la mano, quizá no estuviese haciendo esta angustiosa historia. «Era un punzón de los que usan los zapateros para abrir el hueco y coser, lo llevaba escondido en un trozo de madera; me atravesó la palma de la mano de lado a lado. No me agujereó más porque dos compañeros lo apartaron de mí».

Luego de desarticular la agresión con el acompañamiento de las brigadas especiales, Oscar fue vendado por mujeres integrantes de la Federación. Dos de sus agresores fueron atrapados, pero el que lo perforó consiguió huir. A su paso, hordas vandálicas apedrearon y destruyeron la librería Luis Milián y el Cupet El Túnel, en Jacomino.

Las fuerzas del orden detuvieron, al menos, a dos personas con armas blancas, asevera Oscar. Uno de ellos portaba un cuchillo enorme guarecido en su mochila y fue denunciado por vecinos. «La respuesta del pueblo sanmiguelino fue positiva. Cuando llegamos a la altura de Calzada de Güines y Blanche, eran más las personas que estaban gritando Viva la Revolución, enarbolando banderas cubanas y te puedo decir que de manera espontánea».

Fue doloroso —confiesa— ver a adolescentes y niños siendo utilizados por los «perversos». Es una falla social, los padres no pueden permitir que sus hijos sean rehenes de odiadores ni se conviertan en desafectos.

Volviendo el calendario 27 años atrás, Oscar se emociona al hablar de la actitud del Líder Histórico de la Revolución Cubana, quien fue de los primeros en ir al malecón y con su presencia, y el acompañamiento del pueblo, fundamentalmente jóvenes; cesó la rudeza con que se ventilaron inquietudes entonces. Díaz-Canel —sentencia— siguió su ejemplo.

Frente a quienes intentan sembrar con ponzoña la idea de un llamado del Gobierno al combate pueblo a pueblo, Oscar dijo: «Nuestro Presidente cumplió la orden que dio el Comandante en Jefe en el año 94: ¡La calle es de los revolucionarios!, un precepto que no está muerto. Aclaró que contra el pueblo no se va a actuar nunca. Pero la delincuencia no se puede permitir. El mercenario no tiene Patria.

«El revolucionario inconforme se puede manifestar, como también el que no lo es, pero tiene que hacerlo pacíficamente. Este proyecto social es más grande que nosotros mismos y los va a escuchar a todos. No es la primera vez que sucederá. Vamos a sentarnos y a conversar porque somos cubanos».

Sobre la capacidad distorsionadora de las redes sociales y su rol protagónico en gestar las revueltas violentas del domingo en Cuba, Oscar advierte que estas plataformas hay que emplearlas, aprendiendo a discernir su resorte hegemónico y su capacidad de provocar acciones mendaces, impropias de ciudadanos de un país que hace muchos años decidió su camino de paz, soberanía y autodeterminación.

El honor de defender lo nuestro

Alfredo Vázquez Pérez vivió la película de terror más extenuante de su vida el pasado domingo. Como un filme de acción pasan las imágenes por su mente, mientras cuenta que él, junto a un grupo de unos 12 compañeros, agarró unas banderas cubanas y se fueron a enfrentar a quienes mancillaban la Revolución.

«Había muchos grabando con sus celulares, azuzando a la gente a que se les sumaran y nosotros nos metimos entre ellos coreando consignas revolucionarias; claro que esa parte no se ve en las redes.

Alfredo Vázquez coincide en que la tranquilidad ciudadana, como la Revolución, no nos será arrebatada. Foto Maykel Espinosa Rodríguez

El dirigente sindical tuvo que soportar improperios y empujones. Al intentar auxiliar a un oficial del Minint que estaba siendo golpeado, recibió un porrazo muy duro en el lado izquierdo de la cabeza y otro en el lado derecho. Cuando vino a dar en sí se vio cubierto de sangre. Demasiada.

Sus compañeros, al notarlo sangrando, lo sacaron de entre la gente, él logró decirles a algunos de los vándalos: ¿esto es lo que ustedes quieren, a esto le llaman una manifestación pacífica? «No alcancé a ver quién me atacó, ni con qué. Luego me contaron que me habían dado con un palo. Me llevaron para el hospital Calixto García y allí me dieron siete puntos».

Lo cierto es que, aunque medios internacionales y centristas se empeñen en hablar de represión a ciudadanos que salieron a las calles de forma tranquila, los hechos distan de esos titulares sesgados y oportunistas.

«Hubo manifestantes de todas las tendencias: los anexionistas, los confundidos, los que están en contra por convicción, pero también hay una turba que va a lo que sea y para lo que sea. Tienen activada la delincuencia, porque se benefician del desorden. Se demostró en el asalto a la tienda», afirmó.

Luego de recuperarse en el hospital, Vázquez Pérez regresó a su centro laboral. «Cuando me volví a incorporar ya éramos muchos más los revolucionarios que nos habíamos dado cita acá. Ellos habían aprovechado también la oportunidad de que era domingo, la gente no está en los trabajos.

«Aquel grupo que nosotros enfrentamos se habían ido para el Capitolio, donde había mucha gente aglomerada. Luego andaban de un lado a otro. Nosotros nos fuimos para la calle Galiano y con nuestra presencia evitamos que pudieran romper tiendas. En su camino se acercaron a la CTC Nacional y eran muchas más las fuerzas revolucionarias y comenzaron a disolverse.

«Pero los actos de violencia estuvieron presentes todo el camino. Vi a un señor ya mayor que le rompieron la cabeza con una piedra en las inmediaciones de Infanta y Manglar; en el hospital coincidí con un policía que tenía una gran herida en la cabeza.

«En el recorrido alguien tiró una botella desde una azotea, otro una silla desde un balcón. A todas esas acciones nosotros respondíamos denunciando. Si sabes que te están atacando, te tienes que defender», subrayó.

Alfredo coincide en que todo se trató de una deliberada campaña cínica y mediática de la que es responsable Estados Unidos y otros países de mala entraña, como ha expresado nuestro canciller, Bruno Rodríguez.

«Apelan a los sentimientos de las personas, el que necesita un medicamento, la escasez de comida, las dificultades con la vivienda, los servicios que pueden no ser eficientes. Fabrican un panorama que lleva a las personas a la subversión, pero es desleal y deshonesto prestarse para apoyar a un imperio que te quiere dominar», insistió.

«¿Cómo vamos a defender a la Revolución?, trabajando. ¿Cómo vamos a sacar a nuestro país adelante?, trabajando. Lo que me pasó es bobería. El héroe de la República Gerardo Hernández Nordelo me dijo “las cicatrices de guerra se llevan con honor”. Yo llevaré así la mía. Y seguiremos guerreando, aquí vamos a estar».

La paz no nos será arrebatada

«No vi la piedra, solo recuerdo el impacto del golpe y mi decisión de seguir en la pelea», sentencia Reinaldo Rosado Roselló. «Era una lluvia de escombros y botellas, casi no teníamos tiempo para pensar qué hacer. Solo teníamos claro que no los dejaríamos pasar».

Nunca pensó este profesor de Programación de la Universidad de Ciencias Informáticas que terminaría el domingo en el hospital con heridas de puntos en el rostro. «Había llegado a la casa al mediodía, luego de asegurar que todo marchara bien en el centro de aislamiento que tenemos en la UCI. Mi intención era arreglar el patio, pero cuando escuché lo que estaba pasando, y vi la alocución del Presidente, salí a la universidad, con otros compañeros, para defender lo que fuera necesario», dice el joven de 36 años.

En La Lisa hubo varios disturbios, que fueron controlados por el pueblo. «En la tarde nos avisaron que en el municipio de Diez de Octubre “la cosa estaba dura”, que hacía falta movernos hasta allá para asegurar que no siguieran las protestas. Llegamos con nuestras banderas y consignas, y ellos —que nos superaban en número— de repente se llenaron de odio y violencia».

En Cuba hubo acciones de violencia continuada, vandalismo, hurto y agresión. Foto: El País

Cerca de las siete de la noche aquella esquina se había convertido en un campo de batalla. «Estaban preparados, conocían el barrio y sabían dónde se encontraban los escombros. Venían con contenedores llenos de piedras y botellas en el bolsillo del pantalón. También desde los edificios nos tiraban, y nosotros solo podíamos defendernos con esas mismas piedras que nos caían encima», narra, mientras admite que jamás imaginó vivir un episodio así en Cuba.

«Muchos de los nuestros —en mayoría mujeres y estudiantes— recibieron golpes en las piernas y brazos. No obstante, seguíamos empeñados en defender lo nuestro, nos acompañaba la determinación revolucionaria, la Patria estaba en juego.

«Recuerdo que me agaché a recoger una piedra, y cuando me paré, sentí que se me estremeció la cara, pero yo seguía protegiéndome de los agresores. Luego, al derramar tanta sangre, mis compañeros insistieron en que debía ir al hospital, pues era la región del ojo y podía ser algo grave», apunta este valiente que hoy tiene dos puntos encima de su ojo izquierdo, y uno debajo, que le provocó una fisura en el hueso.

«Me llevaron cargado hasta la patrulla, que me trasladó hasta el Clínico de 26. Entonces comenzaron a aplaudir, porque pensaban que yo era un opositor herido al que llevaban preso. Ahí es donde se ve hasta qué punto se puede manipular la realidad». Ya en el hospital, este muchacho pudo ver cómo atendían también a los que habían comenzado los hechos vandálicos y violentos, porque el derecho a la salud en Cuba es igual para todos.

Cuando recuperó el aliento, llamó a su esposa para que no se preocupara. «Todo está bien, cumplimos nuestro propósito. No pudieron pasar». Al llegar a su casa —ensangrentado y adolorido— su niña de nueve años se puso a llorar. «Precisamente por ella, por su futuro, por el de todos los cubanos es que defendimos y seguiremos defendiendo nuestra Revolución y la tranquilidad ciudadana que existe en Cuba, que es uno de nuestros mayores tesoros.

«Ningún buen cubano quiere ver mancillada su nación. A mí solo me tocó la piedra en la cabeza —como a otra profesora nuestra, que tiene una herida de cuatro puntos—, pero todos los que estábamos ahí tenemos el mismo mérito, el de no permitir que algunos malintencionados —que no representan a nuestro pueblo— nos arrebaten la paz».

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