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Ingreso domiciliario: ¿En soledad o en compañía?

Atender en los hogares a los pacientes con sintomatología ligera ha sido una de las alternativas adoptadas en el país para hacerle frente a la COVID-19. Aunque puede ser una práctica efectiva, no ha estado exenta de limitaciones y dificultades

 

Autores:

Yahily Hernández Porto
Ana María Domínguez Cruz
Liudmila Peña Herrera
Dorelys Canivell Canal
Laura Brunet Portela
Nelson Rodríguez Roque

«Mi papá está con falta de aire. Tengo muchísimo miedo» —nos escribió  LB vía WhatsApp, desde el hospital clínico quirúrgico Diez de Octubre, en la capital, hace un mes—. Su padre, de 68 años, es hipertenso y asmático. Llegó tras muchas tribulaciones con una lesión en el pulmón izquierdo. Allí lo atendieron «con todas las de la ley».

Sin embargo, LB —que prefiere mantener el anonimato para no afectar a quienes la ayudaron «por la izquierda»— dice que casi todo lo que aconteció con el paciente luego de que su test de antígeno diera positivo el 23 de agosto último en el policlínico Mario Escalona, de La Habana del Este, dio al traste con una recuperación menos complicada.

«Primero lo envían a la lista de pendientes para centro de aislamiento, aunque en casa había una niña pequeña y otra señora de riesgo, que no fueron “testeadas”», dice LB.

Regresaron al hogar. El 25 de agosto el hombre ingresó en el centro de aislamiento de Cojímar, al día siguiente lo trasladaron al hospital de la Universidad de Ciencias Informáticas, y el 28 le dieron el alta.

Cuenta, además, que «en la casa continuó con mal estado general. Ante el empeoramiento visible de mi papá y la atribución de los síntomas al Interferón, por parte del médico de la familia, conseguí una placa (en un lugar que prefiere no mencionar) por esfuerzo muy propio, que mostró bronconeumonía. También tenía baja la saturación de oxígeno. Fue así como resolví su ingreso en el hospital».

Aunque esta habanera comprende la situación económica del país, considera que en el momento de determinar si un paciente debe ser hospitalizado o acogerse al ingreso domiciliario, deben existir «menos dogmas y un tantico de sentido común, pues mi papá está bien gracias a mi tozudez de no dejarlo en el hogar y a la ayuda de mucha gente».

 

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La doctora María Elena Soto Entenza, jefa del Departamento de Atención Primaria de Salud (APS) del Ministerio de Salud Pública (Minsap), informó a Juventud Rebelde que al cierre del 5 de octubre de 2021 se ingresaron 5 677 pacientes enfermos de la COVID-19 en el hogar, de ellos 4 392 sospechosos y 1 285 confirmados. Apuntó que permanecen ingresados en el hogar un total de 20 130 pacientes. Los territorios con mayor número de estos casos son Pinar del Río, Villa Clara, Camagüey y La Habana.

«El ingreso en el hogar permite la vigilancia y el seguimiento de los casos de bajo riesgo, garantizando el uso eficiente de las camas hospitalarias para los pacientes de mayor riesgo o que no reúnan las condiciones para el ingreso en el hogar.

«Mediante una labor conjunta del médico y la enfermera de la familia con los factores de la comunidad, debe garantizarse que se cumpla el aislamiento, así como el resto de las normas higiénico-sanitarias».

Afirmó que corresponde a las direcciones de las áreas de Salud adoptar medidas organizativas para que los pacientes puedan ser evaluados de forma diaria en sus domicilios, proceso que ha transitado por dificultades al incrementarse el número de pacientes con esta condición.

En este sentido, el ministro de Salud Pública, José Angel Portal Miranda, precisó el 21 de septiembre, durante su visita a Pinar del Río, que «no se puede dejar la responsabilidad del ingreso en el hogar solo al médico y la enfermera de la familia; se tienen que integrar todos los factores e implicar a los especialistas del municipio».

Precisó que se debe «romper el esquema de que el tratamiento es a partir de un PCR y, más allá del resultado, trabajar con énfasis para no perder la ventana de oportunidad que da al paciente el diagnóstico oportuno y el tratamiento inicial». También recalcó que se debe ingresar a la mayor cantidad de casos positivos en centros de atención y velar por el funcionamiento de estos.

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De acuerdo con el parte oficial de la Dirección Provincial de Salud Pública de Pinar del Río, hasta el 5 de octubre este territorio había reportado 20 027 casos, en 15 días. El miércoles último se encontraban ingresados para vigilancia clínica epidemiológica 4 175 pacientes. La cifra de sospechosos fue de 697 y la de confirmados activos de 4 965, de los cuales 1 487 permanecían en ingreso domiciliario.

Aunque en las últimas semanas, como indicó Portal Miranda, la intención ha sido ingresar a la mayor cantidad de casos positivos, desde agosto un número importante de enfermos permaneció en sus hogares.

La doctora Sandra Ramírez Guzmán, directora de Salud en el municipio cabecera de Vueltabajo, territorio que tuvo el mes último una compleja situación epidemiológica, explicó que, para el ingreso en el hogar, «se implementó el protocolo en los consultorios con el personal de medicina y enfermería, y se indicó la visita diaria a los pacientes. Sin embargo, no fue todo lo efectivo posible, pues la transmisión creció».

Aclaró que a los médicos se les orientó entrar cada día a los hogares para valorar a los enfermos. En ese sentido, reconoció que hubo dificultades y quejas.

Bien lo sabe David, quien nunca conoció el resultado de su PCR, a pesar de haber llamado más de diez veces para que alguien le informara. Y Maité pasó la COVID-19 en casa, sin que le pusieran un esteto en la espalda. Su médico pasó cada día para saber de ella, pero jamás entró al hogar. Ella sintió a ratos que el pecho le iba a explotar de tan apretado, pero, por suerte, pudo reponerse. Tampoco tuvo acceso a medicamentos.

En medio de los días grises que han vivido los vueltabajeros, la realidad de muchos sanitarios contrasta con las necesidades de atención médica allí, pues no son pocas las deficiencias que menguan el trabajo de quienes se entregan a fondo para salvar vidas.

El joven doctor Álvarez permaneció en su consultorio hasta las diez de la mañana cada uno de los días del pico pandémico. A partir de ese horario salía a visitar los casos positivos ingresados en el hogar. Al ser muchos los pacientes, los veía un par de veces en la semana, sin esperar la confirmación de un PCR, porque a veces no llegaba el resultado y tenían síntomas. Las quejas por la falta de medicamentos, entre ellos el Nasalferón, le «llovían» y él mismo sufrió por la limitada cantidad de guantes de la que dispuso para atender a sus enfermos.

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En Camagüey, Miguelina enfrentó la COVID-19 en su hogar y asegura que le fue bien, con síntomas parecidos a un leve catarro. La historia hubiera sido bien diferente, dice la señora de 60 años, si no nos hubiéramos vacunado con las tres dosis de Abdala.

Sin embargo, un sondeo realizado por este equipo a unas 30 personas en el municipio cabecera y otras 15, por vía telefónica, en las localidades de Santa Cruz del Sur, Sierra de Cubitas, Najasa y Nuevitas, reveló que no todos los aislados en sus casas cumplen con su estricto aislamiento, por falta de mensajeros y poca atención permanente del médico y la enfermera del consultorio de la familia, el pesquisador y los factores de la comunidad.

Sobre este particular dialogamos con Sonia María González Vega, especialista de 1er. y 2do. grados en Medicina General Integral (MGI), quien  recordó que el protocolo indica que «no se debe poner en riesgo la vida del paciente. Para quedarse en su casa, deberá desarrollar síntomas leves de esta enfermedad, no padecer comorbilidades, poseer una edad mayor a los 12 años y menor de 65, y tener condiciones en la vivienda que permitan su aislamiento».

La tambien jefa de APS en la Dirección Provincial de Salud en Camagüey no está ajena a los criterios negativos sobre este proceder. Reconoció que han existido «deficiencias en la evolución diaria del paciente por los profesionales de la Salud, aunque este criterio también está sujeto al deseo casi absoluto de los ingresados en su vivienda de que sea siempre su médico quien los visite.

«Hemos comprobado que un paciente ha sido visitado por la enfermera, el pesquisador o los estudiantes, y para él y su familia es como si no hubiera ido nadie. En esta opinión, no obstante, puede incidir la ausencia de un examen clínico riguroso por parte de los referidos “visitantes”».

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En los últimos tres meses en Holguín se indicó la ampliación de capacidades en instituciones hospitalarias o de otra índole, y el protocolo se ha ajustado al alza de los contagios. De modo que la persona con un test de antígeno positivo, va hacia los centros de riesgo alto, moderado o bajo, según la clasificación dada en las salas de IRA (Infección Respiratoria Aguda) de cada área de Salud.

No obstante, a Roberto y su esposa les tocó aislarse en su casa, luego de que le hicieran a la mujer una prueba PCR, cuyo resultado se extravió. Durante los días de ingreso domiciliario recibieron ayuda de amigos, quienes los apoyaron con los mandados y otras gestiones fuera del hogar. Nadie del sistema de Salud los visitó, ni siquiera para realizar la pesquisa, acción que en la provincia ha perdido efectividad.

Tras la agudización de sus síntomas, resolvieron ingresar en algún centro y fueron enviados a la residencia de la Universidad de Ciencias Médicas, donde un personal competente los atendió de forma correcta.

Por otro lado, María, una holguinera convaleciente, considera que hay familias que pueden quedarse en sus viviendas, pues los diseños de estas propician un aislamiento efectivo.

«Así nos pasó a nosotros, por eso mi esposo no enfermó, estando yo con síntomas digestivos, cutáneos y respiratorios, además de debilitamiento general. A los siete días de haberme reportado, fue que recibí una visita del personal de mi policlínico y ningún mensajero nos respaldó con gestiones», recuerda.

Otra cara del asunto la aporta el joven doctor Eduardo Jorge Peña, especialista en 1er. grado en MGI y miembro del consejo de dirección del policlínico Manuel Díaz Legrá: «Algunas personas temen acudir al médico e ir ingresados. Entonces pasan la COVID-19 en las casas. Hay ejemplos de que, al no existir un diagnóstico preciso y dejar de tomarse las medidas puertas adentro, les transmiten el virus a otros familiares».


 

El ingreso en el hogar permite la vigilancia y el seguimiento de los casos de bajo riesgo, garantizando el uso eficiente de las camas hospitalarias. 

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El 11 de septiembre último, el Primer Secretario del Comité Central del Partido y Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, durante la reunión del grupo temporal de trabajo para el enfrentamiento y el control de la COVID-19, insistió en que, en cuanto a los ingresos en el hogar, «hay mucho por hacer y por rectificar».

El mandatario señaló que, si el ingreso ocurre en el domicilio y allí no existe una adecuada atención, con una visita sistemática a los pacientes, entonces «no podemos hablar de ingreso domiciliario, lo que estamos es mandando gente para las casas, y no es el concepto ni es el protocolo que está establecido».

Cienfuegos no escapa a tal realidad, y aunque en ese territorio el momento más crítico parece haber pasado, vale conocer lo que se vivió hace unas semanas, porque allí también estuvieron presentes las insatisfacciones como en el resto de las provincias incluidas en este reportaje, asociadas a la mensajería para las familias enfermas, el pasar la enfermedad sin la asistencia de personal sanitario a las casas y cierto «peloteo» cuando se pidió ayuda médica desde el hogar.

Y como no son pocos los pacientes que insisten en apuntar hacia los médicos de la APS (allí y en casi todos los territorios), se hace necesaria una mirada al interior de sus propias experiencias.

Un médico del área 5, del consejo popular Tulipán, en el municipio cabecera de la Perla del Sur, dice que «los pacientes lo único que saben decir es “aquí no ha venido nadie, y a mí no me han dado nada”. Lo primero no siempre es real, y respecto a los medicamentos, es algo que se nos va de las manos. La población se siente sola, y no la dejamos sola los médicos de familia».

Y al decirlo así, de frente, se comprende que el trabajo de la salud debe complementarse con el de los grupos comunitarios, para garantizar el acompañamiento que necesita a cada paciente en su domicilio, sobre todo cuando se trata personas en condiciones de vulnerabilidad.

 Otro doctor del asentamiento Las Martinas, en la Perla del Sur, apunta hacia las actitudes negligentes de la población: «No obedecen el aislamiento, no cumplen las medidas; sin obviar el hecho de que tienen que salir a resolver sus necesidades. Y un médico no puede estar pendiente de 40 o 50 casos diarios. No puede hacer medicina si estas no existen; no puede hacer seguimiento a pacientes en el hogar, si no hay medios de protección, ni siquiera tenemos productos para la desinfección».

Sobre estos últimos aspectos también hizo énfasis una joven doctora de Palmira, quien alertó en torno a los peligros de laborar «sin los medios de protección necesarios la mayoría de las veces, por lo que el examen físico no se realiza, o se hace de manera deficiente. Todo es causa-efecto. Tampoco damos abasto con la cantidad de programas a cumplir mensualmente. Somos seres humanos, con familia y preocupaciones, como todo cubano».

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Aun cuando varios territorios apuestan hoy por ingresar a la mayor cantidad de pacientes en instituciones de Salud —siempre que sus capacidades lo permitan—, el ingreso en el hogar constituye una posibilidad no descartable, sobre todo si pensamos que la COVID-19 es una enfermedad con la que tendremos que convivir aún por buen tiempo.

Para cambiarle el rumbo a la pandemia en el país, todas las vías factibles deben multiplicarse en función de la identificación temprana de personas con síntomas, su diagnóstico, aislamiento y tratamiento oportunos. Y así como se socializan las buenas prácticas, lo que impida el avance en esta lucha de todos no solo debe ser comunicado a las instancias competentes, sino también analizado y resuelto. El aislamiento en el hogar de un paciente con COVID-19 nunca, en este país, debería significar que el sistema de Salud y los grupos de apoyo comunitario lo hayan dejado batallar a solas contra el virus.

 

 

 

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