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Guayabero: ¡Santa palabra!

JR publica una entrevista al genial músico, quien no pudo asistir, por encontrarse enfermo, al recién concluido Festival de la Trova

Autor:

Juventud Rebelde

 «Se parece a mí. Déjeme tocar madera...», dijo El Guayabero a la vista de una escultura a su imagen y semejanza, ubicada en el Centro Provincial de la Música y los Espectáculos de Holguín. Foto: Amauris Betancourt HOLGUÍN.— Sentado junto a la estatua que acaban de develar en su honor, en el vestíbulo del Centro Provincial de la Música y los Espectáculos, dirige una breve ojeada a la pieza a tamaño natural y aprecia de modo imperturbable: «Se parece a mí. Déjeme tocar madera». Y se golpea las mejillas, con el puño cerrado.

Pero mientras se escucha de fondo «a mí me gusta que baile Marieta» uno se pregunta si acaso alguna otra de las manifestaciones del arte sería capaz de atrapar, como la música, la quintaesencia de este singular artista, posado melodiosamente en el corazón de los cubanos con el sobrenombre de El Guayabero.

Por las pícaras letras que han saltado de su inspiración le llaman El rey del doble sentido, mas cuando se le interroga sobre el tema hace siempre la misma salvedad: «Si yo no he dicho nada. Es la gente la mal pensada».

Con respecto a su edad pasa otro tanto. Nacido el 11 de junio de 1911, en la ciudad de Holguín, siempre se las ingenia para probarnos de forma «muy convincente» cómo, «según la matemática moderna», acaba de cumplir «solo 59 años, y no 95».

Pero se dice que su verdadera edad biológica es de 103 años, y que gracias a una demora ocurrida con su inscripción de nacimiento, Faustino le ha ganado unos cuantos junios de más a esa existencia fría que suelen ser los documentos de identidad.

Esta vez no va de traje y corbata. Lleva una blanca guayabera y su inseparable sombrero de pajilla —o huevo frito, como le llamaron en su época. «Ya no los venden. Era mi preferido. He estado en Holanda, París, España, cinco veces en México. Busqué a ver si compraba alguno como este y no hay», se lamenta.

Tampoco trae su guitarra, mas todos la saben como una extensión más de sus largas extremidades, con cuyas cuerdas ha rasgueado cada jocoso trepidar de la tierra donde pisa.

En 2005 su vida artística tuvo una suerte de reverdecimiento. A las esporádicas presentaciones en la Casa de la Trova, que lleva su nombre, y otros escenarios, le siguió en septiembre una gira por varias ciudades españolas, donde se le aclamó como a un ídolo.

Los embates del Katrina a la ciudad norteamericana de Nueva Orleans le sorprendieron en Calasparra. Desde allí declaró a la prensa que una ayuda como la que Cuba ofreció a las víctimas del huracán, «la habría brindado igualmente a cualquiera que la necesitara».

Y todo esto es acaso lo que nos hechiza de Faustino Oramas Osorio, como la luz de un añejo candil hecho para iluminarnos el buen humor.

La conversación transcurre ahora en la sala de su casa.

—«¿Por qué la gente se lo toma por dónde no es?

—Figúrese, no sé qué decirle. Una vez, en un carnaval en Santiago de Cuba, vino un sargento y me dijo que no podía cantar más, porque aquello era un “relajo”. Y lo único que yo había dicho era: Yo vi allá en Santa Lucía/ bañándose en un arroyo/ a una vieja que tenía/ cuatro pelitos en el moño...

«El sargento me insistió: “Sí, sí, pero eso es relajo”. Y cuando ya iban a cargar conmigo el público comenzó a chotearlo. Otro militar lo convenció, y me dejaron. De todas maneras quería llevarme preso. Y por gusto, chico», acota muy serio.

Sin embargo, un inseparable amigo, Cecilio, me confiesa que otras veces, Oramas ha sido más directo. «Cuéntele al periodista lo que sucedió con la familia de Venidle». Casi le vocea a sus «ensordecidos» oídos.

«Eso fue hace muchos años. Él tenía una familia del cará. Le saqué un número que decía: en la familia de Venidle todos son locos/ Marcelino y Venidle son tuertos, Aníbal tiene una pata de palo/ Silvino los brazos virados/ Enrique y Marina son locos/ por desgracia la vieja es lisiada/ el viejo tiene unos bigotes que parecen dos pencas de coco/ el caballo tiene un ojo bizco/ no puede con dos sacos de carbón/ Venidle tiene un perro loco/ que le faja a las patas de la silla...

«La familia completa me quería matar. Silvino me perseguía. Preguntaba dónde iban a ser los bailes. Se escondía a ver si yo tocaba el número. Pero nunca me quería matar. Silvino me perseguía. Preguntaba dónde iban a ser los bailes. Se escondía a ver si yo tocaba el número. Pero nunca me pudo coger.

«En otra ocasión, en Gibara, estaba improvisando y se me ocurrió una letra: las mujeres de Gibara/ son bonitas y forman rollo/ mucho polvo y colorete/ y no se lavan la cara. «Me querían ahogar en el mar. Hombres y mujeres. Pero en realidad, la sangre nunca llegó al río».

La verdad es que no pocos llegaron a tildar al corrosivo bardo en su tiempo, y a causa de sus agudas composiciones, cuando menos de «chabacano».

Sobre este contrasentido, el destacado periodista Félix Contreras reflexiona: «los mejores aliados de El Guayabero son los jóvenes, los poetas, la gente culta que entiende por cultura también lo auténticamente popular. En suma, el mismo pueblo, de donde él extrae su creación sui géneris».

Sobre las paredes cuelgan numerosos cuadros, reconocimientos y fotografías. Por doquier están el Premio Nacional de Humorismo 2002, la Orden por la Cultura Nacional, el Hacha de Holguín, Silvio, Pablo... «Esos son mis hijos», sentencia refiriéndose a ellos.

—¿Y qué es para usted la amistad?

—Un buen amigo es un buen hermano. Ellos siempre han estado al tanto de mí.

Trato entonces de imaginarlo en sus años mozos. Cuando trabajaba como tipógrafo en una imprenta, yendo de central en central, en los días de pago, para ganarse el sustento. O junto al septeto Tropical, de Benigno Mesa, en el cual tocaba las maracas y cantaba «de oído». Tenía a la sazón 15 años de edad.

«Lo de “Guayabero” se me pegó después, en un baile en el antiguo central Miranda (hoy Julio Antonio Mella). Había un cabo de la guardia rural que cuando no había a quien pegarle se pegaba él mismo.

«Su mujer era muy atenta. Venía y me traía unos tragos. Pero alguien le dio las quejas. El Cabo me llamó. Me dijo que si yo había bebido con su señora tenía que tomar también con él. Trajo un litro.

«Le dije que no buscábamos borrachera, sino dinero, pero en eso llegó un soldado con un recado de una bronca. “Lo que le pida se lo da”, le dijo al dueño antes de irse. Nos tomamos una botella de agua delante del público. Pero cuando el Cabo regresa, me insiste. Traté de salir de él. Nos fuimos uno a uno. Por el camino saqué el número:

«Trigueñita del alma no me niegues tu amor, / trigueñita del alma dame tu corazón, / nunca pienses que un día/ pueda yo olvidarte. / ¡En Guayabero, mamá, me quieren dar!/ ¡En Guayabero, mamá, me quieren dar!

«Fue Pacho Alonso quien la popularizó».

—¿Cuál es el secreto para vivir tantos años?

—Eso quisiera saber yo. Yo como lo mismo que todo el mundo. No sé si será porque no tomo licor, nunca he fumado y siempre me he llevado bien con las personas. Bueno, licor sí he tomado, pero para alegrarme un momentico. Pero jamás me han visto por ahí ajumado. Me daba solo un traguito para limpiar la garganta.

«Mi abuelo murió de 115 años. La mamá de mi papá era de Islas Canarias. Se llamaba Joaquina. Tío Antonio murió de 127... (¿?) Y yo tengo 59. Ya ve».

Sin embargo, una de sus leyendas más difundidas es la de la «lechita», un brebaje que solía prepararse a base de leche y ron. Quienes le veían en el escenario, solo advertían las idas y venidas de aquel blanco vaso. «Pero los borrachos de esa bebida eran otros, sabe, no yo...», nos precisa.

Las mujeres parecen haber sido su mayor obsesión. «Ahora tengo como 20 —continúa diciendo—, las he tenido en varios colores, como las chupetas. La última fue Marieta».

Sus palabras me evocan otra anécdota narrada por un colega, quien, en medio de una entrevista, le confió a Faustino que hasta en Internet se podían encontrar datos suyos.

«¿Internet?», le inquirió él en su sordera. «Internet», le reiteró mi amigo. «¡Internet!», casi le grita desde su sillón Cecilio. «Internet...», murmuró él. «¿Esa ya se murió...?», indagó calmosamente el Guayabero.

No obstante, la música ha sido sin dudas su verdadero y único amor. El género preferido: «El son, siempre el son» Sin mucho esfuerzo cita entre sus agrupaciones e intérpretes preferidos a La Aragón, la Riversade, Chapotín y Arsenio Rodríguez.

A pesar de su probado sentido del humor, este hombre no me inspira, ni siquiera en son de broma, a mencionarle las palabras «muerte» o «vejez». Más bien no tienen nada que ver con él. De hecho, en una de sus más conocidas canciones se mofa de ellas con impecable fineza.

Es la filosofía de la vida/ Nadie se escapa/ Cuando el tren para en tu puerta/ no vale que llévate a mi hermano que está más viejo/ déjame vestirme o a ver si me pelo/ La vida es un tren expreso que recorre leguas miles/ El tiempo son los raíles y el tren no tiene regreso.

—Algún mensaje a los nuevos músicos cubanos.

—Ellos están haciendo muy buena música. Antes no se miraba bien el son, pero la juventud de ahora lo lleva todavía como es. ¡Santa palabra!

HEREDERO DEL SON

El Guayabero asimiló el legado de los textos de los grandes autores y el son más primigenio del Cauto, y creó una obra tan sustancial que lo ha convertido en El rey del doble sentido, pues sus guarachas, sus sones, se han cantado desde la década del 40, por grandes artistas, desde Libertad Lamarque, con Tumbaíto, hasta Pacho Alonso y Neno González. Faustino es un artista que prestigia la música no solo holguinera, sino cubana, al cual debemos reverenciar, como se hace ahora a través del Festival Música con Humor, para que los nuevos compositores, las agrupaciones, estimulen el cultivo de música con un sello indiscutible de cubanía y lo proyecten hacia las nuevas generaciones. (Zenobio Hernández, investigador del Centro Provincial de la Música en Holguín)

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