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Angklung con rumba y son

Un exótico instrumento musical de Indonesia contribuye a ampliar la cultura de los niños cubanos.  La iniciativa de esa nación asiática se pone en práctica en cuatro escuelas del país

Autor:

Gusel Ortíz Cano

En la comunidad rural de Jagüey Grande, en Matanzas, una escuela lleva el nombre de República de Indonesia. Tiene solo un aula, donde 12 niños estudian del preescolar al cuarto grado. La maestra Mileidis González del Castillo hace malabares con láminas, tiza, el mouse de la computadora y todo lo que se le ocurra para «enseñar muy bien a todos a la vez», al decir de los padres y alumnos. La labor pudiera parecer imposible para el que nunca ha vivido el día a día de las escuelas rurales cubanas.

Situado en una esquina del salón multigrado hay un raro instrumento musical hecho de bambú. Se llama angklung y vino de la lejana Indonesia.

Cuando los funcionarios de la Embajada de ese país lo donaron en 2006, nos explicaron cómo sacarle música, contaron su historia y nos dijeron qué hacer para mantenerlo afinado. Sin embargo, hasta ahora no habíamos podido montar un número por no tener instructor de arte, dijo la maestra.

Los diplomáticos indonesios regresaron en estos días a Jagüey Grande para reavivar el proyecto cultural de su gobierno, en el que participan otros tres centros educacionales del país.

«A finales de año tenemos previsto realizar un encuentro competitivo entre las escuelas primarias que se llaman República de Indonesia: las de Martí y Jagüey Grande, en Matanzas, y la de Guanajay, en La Habana», explicó a JR Heru Santoso, primer secretario de la Embajada de esa nación asiática en Cuba.

«Para ello —agregó— queremos unificar los métodos de aprendizaje del instrumento a partir de un Manual Teórico-Práctico escrito por Eugenio Silva, profesor del Conservatorio de Música de Camagüey, quien ha sido el pionero de la enseñanza del angklung en Cuba. El texto es una propuesta más cercana al lenguaje musical y al idioma español».

El diplomático comentó que la iniciativa es una muestra del acercamiento cultural que puede existir entre ambas naciones, hermanadas por casi 50 años de relaciones diplomáticas y por el agradecimiento eterno a los médicos cubanos que salvaron tantas vidas cuando la tierra de las especias fue devastada por el tsunami de 2004 y el terremoto ocurrido en 2006.

«El angklung es muy fácil de tocar en grupos grandes o pequeños. Puede utilizarse no solo en escuelas de arte sino de cualquier enseñanza. En la antigüedad sirvió para animar los ratos libres de los aldeanos indonesios durante la cosecha del arroz; con el tiempo se convirtió en tradición familiar y hoy se enseña en las escuelas con muy buenos resultados», manifestó Santoso.

La clave de Silva

Este instrumento musical llegó a Cuba para mezclarse con nuestros ritmos. Su «melodía paradisíaca», como la llaman los habitantes de Java Occidental, la isla indonesia donde nació, ya se une con el tres, el bongó y la flauta. La Orquesta de Angklung del Conservatorio de Música José White, de Camagüey, única de su tipo en Cuba, interpreta La Guantanamera, los Versos Sencillos de José Martí, boleros, clásicos y canciones tradicionales de Indonesia.

«La música cubana es muy fuerte y puede asimilar cualquier influencia sin perder la identidad. Como los muchachos estudian distintas especialidades y tocan de todo, también hemos insertado clarinete, guitarra, tímpani, contrabajo y tumbadoras. El angklung se fusiona muy bien con esos instrumentos, y seguimos experimentando con otros que nos permitan soltarnos, innovar y aumentar nuestro repertorio», expone Eugenio Silva, director de la Orquesta.

Entusiasmado con la idea de ampliar la enseñanza del angklung en el país, manual en mano, Silva se unió al recorrido para asesorar a los profesores de Martí y Guanajay. En Jagüey Grande, donde aún no tienen instructor de música, el profe explicó a los niños cómo interpretar las notas musicales relacionándolas con las letras del alfabeto. Las palabras chocolate, voy y corre marcaron el tiempo que debía demorar el sonido. Por último demostró que cada pieza representa una nota musical y se necesitan las dos manos para tocarla.

Silva entregó a cada alumno una parte del angklung. Cuando todos estuvieron listos develó el secreto: «Tenemos que prestar mucha atención porque nos convertiremos en notas musicales. Si no movemos nuestras manos a tiempo, se hará el silencio y morirá la música».

Melody se transformó en el Do, Kevin era ahora el Si, Ana Carla el Fa... Y los jóvenes aprendices comenzaron a mover el bambú. Bastó una tarde de trabajo para que sorprendieran a la comunidad con La Guantanamera y Duérmete mi niño.

Al despedirnos de Jagüey Grande, los padres ya habían pedido permiso para integrarse al proyecto, y Mileidis, la maestra de la escuelita rural República de Indonesia, reajustaba el horario para incorporar la clase de angklung, aun cuando se espera por la llegada del instructor de arte.

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