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Días de cine mexicano en La Habana

La Semana de Cine azteca, que presentó la sala Chaplin de la Cinemateca de Cuba, tuvo propuestas diversas en cuanto a calidad

Autor:

Frank Padrón

Ubicada dentro de la tradicional Jornada de la cultura azteca en Cuba, que generalmente tiene lugar cada año por estos días, la sala Chaplin de la Cinemateca de Cuba presentó recientemente una Semana del Cine que ahora mismo se hace en el hermano país centroamericano.

Rudo y Cursi, el popular debut de Carlos Cuarón tras la cámara (ya había trabajado en el cine escribiendo para su hermano, el famoso Alfonso, el guión de Y tu mamá también) fue elegido como premier.

Dos hermanos en un pueblecito rural de México son rivales en el fútbol, esa pasión nacional, y también respecto a dos mujeres: la esposa de uno de ellos y la madre, pero además a Cursi le dicen así pues es aficionado al canto, mientras al otro, deportista nato, ya imaginan por qué le apodan Rudo. La cinta, que producen «los tres amigos» (Alfonso Cuarón, Alejandro González Iñárritu y Guillermo del Toro) vuelve a reunir a los «cuates» Gael García Bernal y Diego Luna, quienes representan con chispa y gracejo sus dos populares y peculiares personajes, a quienes reúne y contrata un cazatalentos, encarnado nada menos que por el célebre cómico argentino Guillermo Francella.

Se sigue con facilidad Rudo y Cursi; es divertida y simpática, si bien le sobran brochazos a la concepción de los principales personajes, a veces rayanos en la caricatura. Pero ese sencillo abordaje de pasiones humanas en torno a un deporte que de por sí apasiona y desborda, significa para Carlos Cuarón un comienzo respetable.

Aun cuando algunos espectadores se escaparon rápido al descubrir que Intimidades de Shakespeare y Víctor Hugo, de Yulene Olaizola, no trataba exactamente de lo que sugería su título, quienes permanecimos disciplinados y expectantes descubrimos un documental sui géneris y motivador, sobre un posible asesino en serie que vivió durante ocho años en una casa de huéspedes del DF, regentada por quien resulta la principal entrevistada: Doña Rosita, una vital y energética anciana (abuela de la directora), la cual ofrece un locuaz y atractivo relato de su peculiar amistad con el evocado: un artista diletante, autodidacta y un poco loco, que al parecer era homosexual (no queda claro), que puede haber sido (o no) el autor de varios crímenes de mujeres, y cuyo comportamiento se remonta a una infancia disfuncional.

La joven cineasta maneja con tacto y precisión el retrato que va haciéndose de Jorge, ese presunto asesino y artista, de personalidad tan singular y atractiva; sobre todo, logra trabajar con cuidado y elegancia la ambigüedad del discurso que va tejiéndose y emergiendo del testimonio de los entrevistados, adicionando al mismo no pocas dosis de suspense e intriga, de modo que al final no hay en lo absoluto últimas palabras ni conclusiones, apenas unos trazos (eso sí) sensibles y certeros del personaje evocado. Sin embargo, ello es más que suficiente; la riqueza en los planos y la composición de la imagen ayudan también en la consecución del documental.

Ya vista en exhibición comercial, Arráncame la vida convocó, no obstante, suficiente público. La segunda obra de Roberto Sneider (Dos crímenes) puede también confundir a quienes atraídos por su título de bolero de victrola piensan encontrar un melodrama rancio. Y aunque no falta la contundente historia de amor (con desamor incluido) realmente estamos frente a un sólido drama histórico o, en cualquier caso, una propuesta realista y nada romántica.

La cinta se refiere a un estilo (autoritario, totalitario) de hacer política que durante muchos años imperó en México, con un régimen que coartaba los espacios de oposición y se deshacía de enemigos con la cárcel o el asesinato. «El modo como estos hombres hicieron política en todo el país en los años 40 permeó de tal modo que a la fecha (...), a pesar de que vivimos en democracia, en provincia se siguen padeciendo actitudes similares», comentó la escritora Ángeles Mastretta, en cuya novela se basa la cinta.

El matrimonio de Catalina, la joven protagonista, si bien en un principio significó la puerta para conocer otros mundos fuera del exiguo y asfixiante medio familiar, también se convirtió en el primer obstáculo a la libertad de una mujer que no encajaba en el México conservador de la época, de lo cual el filme es una motivadora y aguda crónica, sin que estemos para nada ante una propuesta feminista o cosa por el estilo.

Ambientación, reconstrucción epocal, riguroso diseño de personajes e imbricación de lo personal en el contexto, descuellan en la cinta, la cual, como si fuera poco, ofrece excepcionales desempeños de Ana Claudia Talancón (El crimen del padre Amaro) y Daniel Jiménez Cacho (Profundo carmesí), como la pareja protagónica.

El brasiere de Enma, de Marisa Sistach, recordada aquí por su ópera prima Perfume de violetas, no repitió el impacto de aquella credencial. La realizadora, de nuevo apoyada en el guión de José Bull, insiste en el complejo universo de la adolescente. Esta vez, desde su título (brasiere es ajustador) anuncia que el interés de la trama se centra en el crecimiento de los pechos femeninos, indicador de cambios que despiden la niñez para dar entrada el universo adulto. Ello tiene coincidencias en ese propio entorno de la protagonista, como quiera que el padre, entre sus artefactos inútiles, fabrica pomadas para el endurecimiento de los senos, y la madre se ve amenazada por un quiste en uno de ellos.

Pero la cinta, con momentos conseguidos y, sobre todo, notabilísimas actuaciones (entre ellas la de Arcelia Ramírez, quien repite con la directora) resulta, en el orden de las ideas, mucho más complaciente y menos inquietante que la anterior, esencialmente porque carece de fuerza narrativa y enganche dramático.

Antes vimos el corto Lección relámpago, de Alejandro Lubeski, que en solo nueve minutos discursa con ironía y lucidez acerca de lo esnob en el arte pictórico contemporáneo, y brinda otro magisterio: el de Jiménez Cacho, de nuevo demostrando cuán gran actor es.

Por lo que se aprecia, la muestra no fue del todo homogénea en cuanto a calidad, mas siempre valen estos acercamientos, que nos permiten tomarle el pulso a una cinematografía que, pese a todos los devaneos de las crisis y otros males, siempre se las arregla para reinventarse.

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