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El regreso del cine ruso

En la Semana de cine ruso, que transcurrirá hasta el próximo jueves en el cine Chaplin, de la capital cubana se podrá disfrutar de una cinematografía que se recupera y que se abre paso enfocada otra vez en su condición de arte

Autor:

Jaisy Izquierdo

A los cinéfilos cubanos la desaparición del campo socialista, además de todas sus secuelas consabidas, los dejó huérfanos de una cinematografía que durante muchos años se hizo habitual en nuestras salas oscuras. El cine soviético con títulos clásicos como El acorazado Potemkim o Cuando pasan las cigüeñas, simplemente dejó de seguir existiendo.

Hoy, a veinte años de aquellos sucesos, podemos disfrutar nuevamente de los frutos eslavos, que no son más que la muestra palpable de una industria que recupera su producción y que se abre paso enfocada, una vez más, en su condición de arte y no de mero divertimento.

Es la Semana de cine ruso, que transcurrirá hasta el próximo jueves en la sala del Chaplin, la oportunidad de curiosear temáticas, formas de expresión artísticas, enfoques y cosmovisiones; como quien conversa con un amigo de la infancia que dejamos de ver durante mucho tiempo y que hoy se nos presenta con una apariencia diferente.

«Somos del futuro», nos espeta en el rostro el título de la primera propuesta de esta muestra, anunciándonos cuan rezagado ha quedado nuestro conocimiento de esta cinematografía, así como el avance que ha representado para ella construirse nuevamente una realidad fílmica, que en la actualidad oscila entre las cien películas al año.

En Somos del futuro son cuatro jóvenes los que, en un increíble viaje al pasado, intentan convencer a un grupo de soldados rusos de la II Guerra Mundial, de que ellos no pertenecen realmente a esa época. De igual manera Boris Galkin, quien interpreta a uno de esos oficiales, realizó un periplo por el tiempo, para explicarle a JR acerca del estado actual de la filmografía de su país con la cual nos podremos reencontrar durante estos días.

«Ante todo quisiera decir que estoy muy satisfecho con las nueve películas seleccionadas para esta ocasión, no son filmes comerciales, de esos que tienen muchas carreras de autos, sexo y sangre. Y es que para muchos directores que trabajan actualmente —y que son jóvenes en su mayoría—, es muy importante que el acto de la creación esté ajeno a una actitud superficial de nuestros los tiempos, donde lo esencial no es el dónde ni el cuándo sino la repercusión en el mundo interno de las personas, el choque de los sentimientos.

«Ahora hay una gran cantidad de jóvenes directores que luchan por eso, a pesar del bajo nivel de los seriales televisivos donde estos temas no se plantean. Se está tratando de hacer películas que tengan una larga duración en el tiempo, más allá de los 90 minutos que una cinta pueda tener. Al director Andrei Tarkovski le dijeron una vez que a la gente le gustaba el cine pero que, no obstante, él no había logrado reunir con sus películas una gran cantidad de espectadores. A lo que él contestó “mi público es el más amplio porque mis películas se van a ver siempre”. Y así ha sido porque son verdaderas obras de arte de todos los tiempos, y esto es también lo que nuestro cine pretende lograr».

—¿Cuáles son las principales dificultades a las que se enfrenta el cine ruso?

—En la actualidad el presupuesto es reducido y los productores obligan a los directores a que se filme apresuradamente, llegándose a trabajar de 12 a 16 horas en las locaciones. Pienso que una tarea de creación no puede hacerse a la ligera, pues en ella intervienen numerosos técnicos y actores que finalmente deberán expresar en la obra lo que está en la mente del realizador; y esto requiere de tiempo. Para nosotros los actores esta situación nos limita mucho, porque no nos permite conformar con esmero el personaje que debemos interpretar.

«Por otra parte ocurre que el 75 por ciento de los filmes que se exhiben en las salas de cine corresponde a películas norteamericanas. En realidad se cometió un grave error cuando en los años 90 se abrió los cines de manera incontrolada. Los norteamericanos para poder conquistar el mercado vendieron sus películas a un precio muy barato, mientras que a nuestros productores en medio de la situación del país les resultaba muy caro invertir en una filmación.

«Estas circunstancias en las salas de cine se mantienen hasta el momento, porque los contratos firmados con los norteamericanos son a largo plazo y le impiden a los directores de salas exhibir cine ruso aunque así lo deseen. ¡Qué bueno que las películas que se van a proyectar en esta muestra no huelen a cine hollywoodense!»

—¿Cuando hablamos de la recuperación del cine ruso podemos referirnos a la posesión de una identidad en la actualidad?

—Durante estos veinte años si surgía algún tipo de película era una especie de fenómeno individual, aislado. Pero ahora es diferente, porque vemos una nueva oleada, gracias a la cual se puede hablar nuevamente de un cine nacional que lleva su propia firma.

«Aunque la identidad que se alcanzó en los tiempos de la Unión Soviética todavía es de admirar. Existía el cine de Georgia, que tenía una gran representatividad; el de Lituania, que también era muy bueno; e igualmente el de Kirgistán, Armenia, Ucrania, Uzbekistán, entre otros. Hoy todas estas cinematografías están niveladas, no hay un cine que se destaque más que el de otra república; y es algo lamentable, pues están como las bolas de billar que todas se asemejan entre sí.

«Las particularidades nacionales son imprescindibles y eso lo podemos aprender del cine indio, cuya cultura nacional no ha sido traicionada por sus realizadores. Lo mejor que le podemos desear a Cuba es que puedan hacer filmes que solo se parezcan al cine cubano y sean fácilmente reconocibles como tal. Esta es la tarea genuina de todo cineasta».

Cine, Rusia y Cuba, tienen por delante mucho camino para recorrer juntos. A las puertas está la Feria Internacional de Libro que en el 2010 estará dedicada a la tierra de León Tolstoi y Fiodor Dovtoievski, en cuyo marco también habrá un espacio para las historias llevadas al celuloide.

De igual manera nuestras culturas, que históricamente no han sido ajenas, se están mezclando en una coproducción para dar lugar a Lisanka, del realizador cubano Daniel Díaz Torres. El filme que relata una historia de amor en medio de la Crisis de Octubre; también nos trae a la memoria —en términos de producción— la realización conjunta de Somos Cuba, del cineasta ruso Mijail Kalatozov, durante los primeros años de existencia del ICAIC.

Solo le resta a las próximas Semanas de cine ruso que han de venir, el convertirse en el esperado espacio que los amantes del séptimo arte cubanos persiguen cada año, de la misma manera que acontece con la cinematografía francesa, alemana, o la india.

Interesante también resultaría para el público criollo la inclusión de filmes de animados, puesto que fueron varias las generaciones que crecimos con la compañía de los muñequitos rusos y, aunque fuera en un arranque de nostalgia infantil, no serían pocos los que agradecerían saber cual es el destino actual de lo que ayer conocimos como Cheburashka, Fantito, Pedrito el policía, Jotavish, Microbick, o los músicos de Bremen.

 

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