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María Elena Llorente: el Ballet Nacional de Cuba es mi vida

La maître del Ballet Nacional de Cuba y eterna primera figura de la compañía danzaria más reconocida de la Isla conversa con JR

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

Cuando esta noche, a las 8:30 p.m., se corran las rojas cortinas de la sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana y —como ciertamente sucederá— el público, puesto de pie, reciba con una ovación interminable a la maître del Ballet Nacional de Cuba, María Elena Llorente, entonces la eterna primera figura de la compañía danzaria más reconocida de la Isla volverá a tener la certeza de que han valido la pena estos 50 años que ha entregado a la cultura cubana, para que esta siempre permanezca en la cúspide, donde ella misma permanece acompañada por otros grandes que esta tierra abraza agradecida.

De cualquier manera, la Llorente hubiera sido primera bailarina, aunque, según comentó a JR, nunca se lo propuso. «Eso sí, trabajaba mucho y siempre fui muy persistente. Me gustaba retar la técnica, no dejaba de imponerme metas. Si un rol no iba con mi personalidad, no descansaba hasta lograrlo. Eso era lo que hacía que me sintiera bien y satisfecha, no me daba el lujo de irme por la parte fácil, y así fui logrando cosas hasta llegar».

Si bien es cierto que su estreno como profesional sucedió exactamente el 11 de junio de 1959, cuando interpretó Flores cristalizadas, ya había bailado, cuatro años antes, junto al BNC la versión de El lago de los cisnes de la inglesa Mary Skeaping. Fue en 1966 cuando comenzó a encabezar su casting, pero para ese entonces ya había brillado como la protagonista de Coppelia, La fille mal gardée, La Bella Durmiente...

—Maestra, ¿cree usted que para ser un buen primer bailarín hay que pasar por todas las categorías?

—No necesariamente, aunque eso indiscutiblemente ayuda. No obstante, no todo el mundo puede ser primera figura, hay bailarines que tienen muchas condiciones, se esfuerzan, mas no lo logran, porque depende de la suma de muchos elementos, no solo del trabajo constante, que es superesencial, sino de la disciplina, de la superación perenne, de la parte artística, de la proyección, de tener cierta personalidad...

«Hay bailarines que no pasan de cuerpo de baile, sin embargo, no puedes prescindir de ellos en ese lugar, lo mismo sucede con los solistas que llegan a ser tan importantes como una primera figura».

—Muchos coreógrafos montaron ballets para usted, pero, ¿cuáles de esas obras la marcaron más?

—La lista es extensa. Lázaro Carreño y yo tuvimos la suerte de que trabajaran con nosotros coreógrafos de la talla de Alberto Méndez, Iván Tenorio, Gustavo Herrera, Brian McDonald... Mira, lo que ocurrió con El río y el bosque, de Méndez, fue algo inolvidable, porque nos permitió acudir al Conjunto Folclórico Nacional donde nos enseñaron los movimientos; después fue maravilloso el proceso de grabación de la música con la soprano María Remolá, quien iba improvisando mientras nosotros hacíamos los pasos. La Casa de Bernarda Alba, de Tenorio, por ejemplo, nos permitió ponernos en contacto con una maestra del teatro cubano como Berta Martínez, y eso fue genial. Cada ballet ha tenido su encanto y montarlos aportó mucho a nuestras carreras.

—Algunas de las principales figuras del BNC han optado por llevar la escuela cubana por el mundo, pero usted ha decidido permanecer aquí. ¿Algún motivo en especial?

—Para mí la compañía es mi vida. Siento que todo lo que tengo se lo debo a ella, todo lo que sé. He impartido cursos ocasionalmente fuera de Cuba y he montado algunos ballets, pero siempre en función de la Escuela Cubana. Pienso que sería muy difícil para mí trabajar más de uno o dos meses fuera del BNC: es mi casa, es mi familia, es lo que tengo que defender. Me siento en la obligación de restituir lo que tanto me han dado.

—Usted ya ha formado cuatro generaciones de bailarines...

—Eso es muy importante, porque de lo contrario se pierde la tradición y para mí que se mantenga la escuela cubana de ballet es tan vital como respirar. Sobre todo ahora que existen tantas compañías y tantas influencias, de manera que mi papel hoy es no dejar perder lo que con tanto esfuerzo se edificó: una manera distinta de bailar, de asumir los clásicos, de enfrentar los diferentes estilos, de trabajar los personajes, de ejecutar los pasos, la relación entre pareja, la conciencia de que la técnica no es el fin sino el medio para expresar el arte...

«A veces uno ve a un bailarín magnífico, pero te preguntas: bueno, ¿y a qué compañía pertenece? De ahí la significación de que se reconozca la escuela. Y mira que no estoy diciendo que hay que darle la espalda a lo que valga la pena, sino que primero hay que procesarlo y después afrontarlo como lo que eres: un cubano».

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