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Fernando Pérez: yo pienso que hay muchos Martí en Cuba

El Apóstol vivió una realidad que de algún modo es la nuestra. De ahí su grandeza y la posibilidad de tener en él un horizonte tangible. De eso habló Fernando Pérez a JR, cuyo filme más reciente propone a un Martí que respira

Autores:

Kaloian Santos Cabrera
Alina Perera Robbio

Hay nombres que son como llaves únicas, combinaciones misteriosas que abren puertas y aúnan voluntades. El de nuestro Apóstol es uno de ellos. La prueba está en lo que hace días nos contaba el cineasta cubano Fernando Pérez Valdés mientras evocaba momentos del rodaje de su filme más reciente, José Martí: el ojo del canario.

Los actores extras se dejaban las barbas a la usanza del siglo XIX. Aunque les picaba el rostro permanecieron así durante meses, porque todo aquello era en nombre del Apóstol. Inspiradas en él, las madres querían que sus hijos aparecieran en la película haciendo aunque fuera lo más breve y discreto. Y en Guanabacoa, pueblo natal de Fernando, donde él advierte debe emprenderse un rescate urgente de la riqueza patrimonial, todos los caminos para parte del rodaje se hacían expeditos con solo mencionar el nombre del patriota.

Está la anécdota de las garzas que no querían emprender el vuelo a golpe de palmadas o gritos, y a las que pudo levantar cierto agente del orden, con algún que otro disparo al aire y sincera alegría porque la bella imagen era para una película sobre José Martí.

A decir verdad, como nos ha confesado Fernando, el cine tiene mucho de magia. Y a esa magia él sumó todo el arsenal de su experiencia, rigor y sensibilidad, en el empeño audaz de presentar ante nuestros ojos, durante dos horas, al Martí niño, y luego adolescente, que respira, sufre, anhela. Nos ha propuesto, en estampas, la génesis de un cubano infinito que esta Isla venera pero que cada uno de nosotros se ha figurado a su modo.

El día que vimos la película tuvimos ante nosotros un mar encrespado que nos mojó hasta los tuétanos. Desde el embate de la primera ola, sentimos que el golpe había llegado muy profundo: los ojos del niño Martí eran los nuestros, o los de nuestros hijos. Así fue que este diálogo se convirtió en necesidad, y en algo que avizorábamos como encuentro cómodo y emotivo.

No nos equivocamos con nuestro interlocutor, un hombre desvelado por el cine desde los doce años; desde el día que fue a ver con su padre, en 1958, El puente sobre el río Kwai (David Lean, 1956), y el viejo le dijo que la película estaba «muy bien dirigida», mas no supo explicarle por qué. Compartimos con Fernando, hechizados, el sencillo sofá de su casa; y su sencillez que es abrumadora a pesar de una trayectoria intensa y preñada de premios.

En Internet la lista de todo cuanto el creador ha hecho y ha sido reconocido en Cuba y en otras latitudes, es larga. Solo subrayemos, en una brevedad cruenta, que en 1982 recibió el Premio Casa de las Américas en el género testimonio por su libro Corresponsales de guerra, y que en el año 2007 se le otorgó el Premio Nacional de Cine. Entre cubanos decimos Fernando Pérez, y enseguida recordamos filmes como Clandestinos (1990), Hello Hemingway (1994), Madagascar (1996), La vida es silbar (2003) o Suite Habana (2007).

Cierta expresión dio pie a que Fernando comenzara a hablar sobre José Martí: el ojo del canario, y llamara la atención sobre el hecho de que algunos no están del todo felices con el filme: «Estoy contento con la acogida en sentido general. Y estoy interesado en ciertos criterios porque sé que hay espectadores que se molestan con algunas cosas de la película.

«Así tenía que ser porque de otro modo la película no tendría sentido. Estoy consciente de que la imagen del Martí que estoy dando no es la habitual. Hay algunos elementos que no son los que constantemente se divulgan o plantean.

«Aparece un Martí que no responde cuando los otros niños le pegan; que se puede orinar por la noche en la cama; que descubre la sexualidad y se masturba. Hay personas que rechazan esa propuesta. Hay quienes se han preguntado qué necesidad hay de mostrarlo así.

«Creo que esas opiniones completan la idea de la película en el sentido de recordarnos cuánto se ha idealizado la figura histórica al punto de que esta ha perdido la profundidad y cercanía que debe unirla a la gente, especialmente a los más jóvenes. Y entre ellos, hasta donde conozco, no ha habido manifestaciones de rechazo. La gran mayoría de los jóvenes se insertan en el mundo que la película les propone».

La imagen que propones va más allá de ser la no habitual. Es inédita porque no habíamos visto antes a un Martí niño y adolescente que actuara como un ser humano común, en ciernes…

—En ese comienzo radica la grandeza del que será después.

—Cuando dijiste a uno de nosotros, aquel día del año 2008, estar haciendo una película sobre la infancia y la adolescencia del gran cubano, nació esta pregunta: ¿Por qué esas etapas?

—Porque en la infancia prácticamente está todo. Ahí está, potencialmente, todo lo que puede modelar una personalidad, un carácter.

«La otra razón es que el Martí adulto es muy complejo. Su mundo interior y su pensamiento son un universo boscoso, como también lo es su contexto político. El patriota que empieza su lucha lo hace en un escenario lleno de contradicciones, incomprensiones, desuniones y convergencias múltiples. Y una película, al menos para mí, no alcanza para ese universo.

«La otra arista es cómo personificar, cómo darle cuerpo a ese Martí adulto que casi todos los cubanos tienen tipificado. Me refiero a su figura física, a su voz. ¿Cómo hacerlo? Yo no me siento capaz.

«Por otro lado, no se conserva mucha información sobre la infancia. Es lógico. Solamente hay una carta escrita en esa época desde el Hanábana —cuando el niño tenía nueve años. Existen datos muy interesantes recogidos por los historiadores, pero es poco material. Y eso me resultó un terreno mucho más rico para hacer una película inspirada en la vida de Martí, porque no se ha tratado de una biografía históricamente exacta, aunque todo lo que aparece en el filme, desde el punto de vista de los datos y los hechos históricos, es preciso».

—¿Por qué ese Martí niño casi todo el tiempo silencioso?

—Me sirvió mucho la biografía de Jorge Mañach. Pienso que ese es un libro que está ahí para todos los tiempos. Algunos de sus datos recogidos se han modificado porque se han descubierto nuevos testimonios, porque las investigaciones han aportado nuevos ángulos. Pero la belleza literaria del libro es insuperable —y la mirada, sobre todo la mirada.

«En el espíritu del texto está la mirada del niño. Esa que traté de desarrollar mucho en la película. En el filme aparece el discípulo que “soplaba” las respuestas de los exámenes en el aula. Eso está sugerido en el libro de Mañach. Y están sugeridas las discusiones en la casa, dentro de la familia, entre el padre y la madre, o entre el padre y él. Recuerdo la imagen que el escritor dibuja: muchas veces los vecinos escuchaban la cuna que se movía con más fuerza. Es decir, había tensión en el hogar.

«Otros textos me ayudaron también a conformar a ese niño que finalmente pude definir. Para mí su infancia fue la de un niño sobre todo observador. De ahí el trabajo con la mirada. Acontecen muchas cosas que él observa y recoge.

«Y estamos hablando de un niño melancólico. ¿Acaso la melancolía es un defecto? En mi opinión es una virtud que lo hace profundo, distinto. Él observa y se va nutriendo de toda esas vivencias en una sensibilidad especial que es la del poeta.

«Y si el luchador fue grande, es porque fue un poeta. Esa mirada poética que tiene que ver con su entorno, con la política, con la vida, con todo, es lo que hace, desde mi punto de vista, que él sea lo que ha sido para cada cubano. Imagínense a un Martí que no hubiera escrito poesía. Quítenle esa condición. Ella es lo que lo eleva por encima de todo».

—¿Qué misterio habrá producido el salto desde ese escenario tan humilde en que se desenvuelve el niño —escenario verosímil, vivo, sucio, muy bien dado en el filme—, hasta la inmensidad que nos sigue acompañando?

—Pienso que el salto se da justamente porque Martí vivió y se hizo a sí mismo desde una realidad que llega hasta la nuestra. Justamente por esa conexión con el presente, siento que todavía está vivo.

«Si él no hubiera tenido —me imagino— esos condicionamientos sociales de un niño y un adolescente que se tuvo que sobreponer a su familia y a su medio, no hubiera sido el mismo, porque todo eso le dio fortaleza, le dio vida, y es lo que quisiera entendieran o llegaran a entender los espectadores, especialmente los jóvenes: que Martí es excepcional porque también fue como cada uno de nosotros.

«Por eso yo pienso que hay muchos Martí en Cuba, entre los jóvenes, solo que deben tener su momento y saberlo aprovechar. Hablamos de un Martí que no se crea por decreto sino a partir de nuestras contradicciones, problemas, carencias, esperanzas, luchas, discusiones. Desde luego no tendremos otro Martí igual. Pero vendrán otros. Lo que permanece es lo que él representa para nosotros».

—El niño y el adolescente Martí existen, como criaturas comunes, en una realidad que es la misma para muchos de sus contemporáneos: llena de contradicciones y matices. No deja de asombrar cómo pudo crecer por encima de todo ese paisaje…

—Quería que en la película la época de Martí no fuera una postal lejana. Tratamos de que nada estuviera recién pintado. En ello fue muy útil el trabajo de dirección de arte, y de todos los que ayudaron.

«Para tener en la cabeza ese siglo XIX, me sirvió mucho la prensa de la época. Estuve mucho tiempo en la Biblioteca Nacional —porque me lo permitieron y se los agradezco— hojeando y leyendo noticias del día a día, comentarios que podrían haberse escrito hoy. Me impresionó cómo hay realidades que podrían estar ocurriendo ahora: las discusiones, los ruidos por la calle, los pregones, las faltas de respeto de algunos, los mismos problemas cotidianos. Entonces me dije: Martí se movía en una ciudad que tiene mucho de esta».

—Tu mirada al siglo XIX es desde el presente. Y el canario, alusivo por cierto a uno de los versos más misteriosos de José Martí, podría estar simbolizando en la película una lucha de la cual el cubano fue testigo y protagonista; y se sigue dando hoy: la batalla entre la vida y las fuerzas oscuras…

—Quise dar con el canario la contradicción de lo oscuro y de lo libre, pero no aspiraba a que tuviera un solo significado.

«El canario es también el misterio al cual se enfrentó Martí. Creo que eso lo hizo grande: haber entendido que la vida tiene su misterio y que no se puede reducir a explicaciones únicas, estrechas o por decretos. La vida arrastra muchas preguntas. Él comprendió eso. De ahí su sensibilidad, su mirada de poeta que lo engrandeció tremendamente.

«Hay un texto suyo que para mí está fuera de todo molde, y que es de una complejidad y audacia tremendas. Es ese según el cual, apenas nace el ser humano, ya están rodeando la cuna, con vendas para ponérselas en los ojos, la pasión de los padres, las religiones, la fuerza de las costumbres, de los sistemas políticos, y tratan de embridarlo como si fuera un caballo. Ahí Martí nos está diciendo que todos los ensayos de libertad han sido hasta ahora teóricos, y que la única libertad posible del ser humano se va a lograr con su libertad espiritual».

—El niño Martí, propone el filme, prefiere no defenderse de otros niños que lo agreden; en cambio en otro momento se enfrenta a la fiereza de un perro que muestra sus dientes tras los barrotes. ¿Es acaso esa una imagen premonitoria del desenlace de Martí en Dos Ríos?

—Es un niño que no quiere la violencia, y se resiste a ella. No es cobarde. Yo no uso esa palabra. A él le dicen miedoso. Según los códigos que se mueven hasta hoy, el niño que no reacciona ante amenazas o golpes es un miedoso. Él ni siquiera siente miedo. Lo que siente es que esa violencia le daña su sensibilidad, y por eso no quiere ir a la escuela. Todo eso lo ayuda a crecer. Y es ahí donde yo quiero sugerir la relatividad que entraña juzgar en determinados momentos las actitudes de cualquier ser humano.

«Martí crece, mientras los niños que le agredieron en la infancia involucionan. Uno de ellos tiene que bajar la cabeza ante él cuando ya está en el presidio, cuando empieza a ser el hombre inmenso que fue».

—Alguien nos dijo —y compartimos su opinión— que el filme tiene entre sus grandes logros el hacerle justicia a Don Mariano.

—Algunos espectadores han visto a un Mariano demasiado duro, y puede ser que tengan sus razones para apreciarlo así. La intención fue la de dar a un hombre que los testimonios de la época recogen como de mal carácter. Los problemas que tenía en sus trabajos tenían que ver con que frecuentemente quería hacer valer sus criterios con incontenibles accesos de ira. También hay que decir que el medio era muy hostil, y que en él un hombre honrado no podía hacer valer su justicia. Luchó y se quedó solo como un perdedor. No pudo contra tantas torceduras.

«A mí Mariano me recuerda la historia de mi padre, que era cartero y luchaba por la justicia pero estaba obligado, para mantener su puesto, a recoger las cédulas electorales. Tenía que pedirlas y llegaba por la noche a la casa. Desde el fondo yo lo veía, y él se lo contaba a mi mamá avergonzado, pero no podía hacer otra cosa.

«Don Mariano era en definitiva un hombre de su época, que a pesar de toda circunstancia adversa defendió y amó a su familia. Él y su hijo lucharon por la justicia, solo que tenían destinos distintos».

—En cuanto a Leonor, se afirma que fue de ella de quien Pepe heredó su voluntad férrea…

—Traté de desarrollar la relación del niño y del adolescente con la madre, sobre todo a partir de las cartas entre ambos, las que se conservan. Consultar el epistolario fue para mí una de las lecturas más conmovedoras que recomiendo a quienes quieran profundizar en cómo era Martí. Es reveladora la correspondencia entre la madre y el hijo, cuando este último ya está en Nueva York.

—¿De ahí nacieron algunos diálogos del filme?

—Casi todos. De esas cartas se hizo, por ejemplo, el diálogo que ambos sostienen cuando él está preso.

«Para Mariano y Doña Leonor la familia era todo… Y Martí era el único varón, el primogénito, y luego venían siete hermanitas. Ellos pensaban que él debía mantener la casa y ser el segundo padre del hogar.

«Leonor tenía un carácter fuerte. Hay una carta muy conmovedora. Ya se estaba quedando ciega y le dice que ha decidido quemar sus cartas porque no quiere que la historia recoja cosas que solo pertenecen a ambos. Ella se lamentaba mucho de que Martí no le escribiera. Y él lejos, en su lucha…».

—Resulta verosímil esa imagen concebida por ti de Pepe durmiendo en el cuarto con sus hermanas… De algún modo eso explica que Martí conociera tan bien, siendo ya maduro, las sutilezas y complejidades de la naturaleza femenina…

—A mí lo que más me llamó la atención fue la historia de la Chata, una de sus hermanas. Ella se va de la casa y eso está recogido en las actas policiales. Es ahí donde se advierte nuestra intención de hacer más contemporánea la mirada sobre el siglo XIX sin alterar o deformar la verdad histórica. Por concepto tú dices: en el siglo XIX una muchacha no hace eso. Y así fue.

—Tenía la fibra de Martí…

—Desde luego. Y está la imagen esa en que ella le dice a su hermano: «¿Tú no estás luchando por tu patria? Yo estoy luchando por mi libertad». Ella era vanguardia también en la liberación. La película aspira no solo a ser el itinerario espiritual de un ser humano, sino también a contar una saga familiar. Es ver cómo evoluciona esa familia. Y lo que significa para esa familia, por ejemplo, la decisión de la Chata.

—De todas las imágenes que propones en el filme, ¿cuál es para ti la mejor lograda, la que más te gusta?

—Martí frente al mar. El adolescente frente a una ola gigante. Y hay una imagen que yo tenía en mi cabeza hacía mucho tiempo, que es la última de la película: él mirando al espectador desde su dolor, pero también desde su firmeza, solo, sintiendo en su pecho el mundo, mientras en la pantalla apenas se escucha su respiración. Ahí es donde yo quise dejarlo. Después no podía seguir. ¿Cuál sería la imagen para ustedes?

—Hay una muy bella: El adolescente escribiendo Abdala debajo de las goteras en el comedor de su casita…

—Ese es un homenaje a Aire frío, de Virgilio Piñera, un homenaje a la historia de una familia cubana.

—Sé que los elogios te desarman. ¿Cuál, por estos días, te ha desarmado más que de costumbre?

—Son muchas las emociones. Tenía mucho temor. Me preguntaba: ¿El Martí mío podrá ser el de todos o de una gran parte de los cubanos? No sabía. Ya hoy realmente me siento más tranquilo.

«Me han llegado muchas emociones de parte de los espectadores. Pero hay una muy especial. Dos días después de haber mostrado la película a quienes nos habían asesorado y apoyado, tocaron a mi puerta. Solo me dijeron: “Esta carta es para usted”. Era una carta manuscrita. De Fina García Marruz. Allí me habla ella sobre su visión de la película. Imagínense… Si en alguien yo sentí que la película había encontrado espacio, fue en la manera en que Fina me lo expresa».

—Has sido de una gran audacia. Con el filme has tocado una fibra muy profunda de lo cubano…

—Eso es lo que le da sentido a mi vida. Cuba significa mucho para mí, pero no Cuba como concepto patriotero. Ella es algo más: es un sentimiento.

—¿Y Martí?

—Martí es Cuba. Yo nunca pensé hacer una película sobre él. Nunca, nunca. Cuando me lo propusieron me quedé como en el aire, pero al final me dije: Me tocó; esa es una señal.

—¿Por qué José Martí: el ojo del canario?

—Quería que se llamara solamente El ojo del canario, pero fue una premisa de la serie Libertadores, de Wanda visión y Televisión española, que se incluyera el nombre de cada libertador.

—¿Y por qué el ojo del canario?

—Porque siento que ahí está el misterio, todo eso de que hablamos. Ese título me lo sugirió el historiador cubano Jorge Lozano. Él es muy apasionado y sincero. Hemos hecho una gran amistad.

—¿De qué manera impactó a los muchachos que hicieron a Martí niño y adolescente, esa experiencia?

—La experiencia caló mucho en Daniel Romero, el adolescente. Es un muchacho muy noble, y de una gran pureza de sentimientos. Se conmueve mucho con las cosas, y tiene un mundo interior muy fuerte.

«Y Damián Rodríguez, el niño, tiene ahora quince años. Ya no se parece en nada al pequeño actor. Es muy inteligente, y con un mundo interior muy rico. Da la sensación de ser un muchacho que no está en nada, porque es muy conversador y travieso, pero tiene un espíritu profundamente creativo».

—¿Cómo lograste entonces a ese niño callado, observador?

—Porque él, en el fondo, es así. Posee gran sensibilidad y gran humanidad.

—¿En qué nueva creación ya está pensando Fernando?

—Quiero escribir un guión que se llamaría «Nocturno», por el programa de radio, porque hace un tiempo mi hija empezó a escucharlo. Recordé entonces que ese era el espacio que yo escuchaba siendo estudiante de la universidad. Varias generaciones han hecho lo mismo. Sería una película en tres partes. Quiero ponerme a escribir. Tengo otras ideas. Ojalá se puedan dar, porque mi día a día es hacer cine.

—¿Cómo te has quedado después de este último filme?

—Yo no me atrevo a ir al cine a ver la reacción de los espectadores. Algunos actores de la película sí van y me cuentan. He preferido tomar distancia. Y ya trato de pensar en otra cosa. Todavía estoy como en el siglo XIX. Por eso quiero empezar a escribir.

—Hace un rato comentabas a alguien por teléfono: ¿Dónde voy a estar sino en mi lugar en el mundo? Ahora queremos saber: ¿Cuál es tu lugar en este mundo?

—La Habana. No podría estar en otro lugar que no fuera ella.

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