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Festival de cine continúa deleitando corazones

Un romance en La Habana de la década de los 40 con ecos en Nueva York, y dos personas que nos enternecen con la música que les sale del alma, nos conectan a Chico y Rita, el filme animado español que se estrenó este lunes en el cine Yara

Autor:

Yelanys Hernández Fusté

Chico y Rita nos convence mucho más de un secreto a voces: hay una tradición musical en la Isla hilvanada desde tiempos inmemoriales. Y otra vez esa certeza hecha pregunta por Miguel Matamoros en su célebre canción Son de la loma, se nos presenta cual mensaje salido de un oráculo.

En esta ocasión, el vaticinio «matamorino» se adereza con una trama conectada primeramente a esa Habana de la mítica década de los 40 e inicio de los 50 del pasado siglo, para luego encontrarse con las peripecias artísticas de los isleños en Nueva York.

De la urbe antillana se dibuja el ambiente nocturno, que lograba su ebullición también en el palpitar sonoro cultivado en bares y cabarets; una atmósfera melódica que da explicación a la genialidad con que los protagonistas del filme muestran el arte, ese mismo que no ha tenido otra academia que la forjada en el respeto a los componentes que nos definen, a lo extraído del conocimiento de una tradición popular que se lleva en los genes, y a ese ángel propio que poseen los grandes artistas.

Para Fernando Trueba, uno de los directores de la cinta, estaban todas las razones para hacer este largometraje animado, exhibido en el 32 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano como parte de la muestra de cine español. «Primero, queríamos hacer una película juntos Mariscal y yo. Para él, como diseñador, era una época increíble, privilegiada», explica a Juventud Rebelde.

Aclara el realizador de cintas tan conocidas como Belle époque, que su nueva entrega no es solo una película sobre la música cubana, sino también sobre ese momento mágico, romántico entre dos ciudades, «dos países que se han atraído e influenciado a lo largo de los años».

Y tiene razón Fernando cuando dice que Chico y Rita «es un flechazo» mutuo, colectivo. Tanto él como Javier Mariscal y su hermano y compañero en este proyecto, Tono Errando —los tres punteros del propósito fílmico—, han reciprocado amor por la melodía nuestra y, sobre todo, por Cuba.

«Es una época muy bonita y ubicar la historia ahí se debe mucho a la inspiración de una persona como Bebo Valdés —quien tiene a su cargo la banda sonora. Es también un homenaje a su generación», señala Trueba, quien asegura que aderezar el guión fue el resultado de un alto proceso creativo.

Así se nos presenta a Chico Valdés, quien siente que funde su alma con el piano, mientras Rita Labelle le pone corazón a todo lo que canta. Ambos se enamoran física y espiritualmente y quedan conectados además a través del arte.

El retrato de la urbe, desplegado en una representación exhaustiva de la arquitectura del período escogido, es un elemento que sorprende. Para el diseñador Javier Mariscal su estudio fue un reto difícil.

Para lograr un «panorama real» vieron un sinnúmero de fotografías, documentales, diarios y películas de la época. También consultaron, como un ejercicio eterno de veracidad, libros de historia de La Habana, a la vez que se dibujó la ciudad con su rostro actual.

Javier Mariscal descubrió en todo ello una urbe única, tan singular en sus construcciones y vías, que nos la quiso regalar desde la animación sin que perdiera la frescura. La vista del espectador encuentra una familiaridad perfecta en puntos emblemáticos como el cabaret Tropicana, el bar Dos hermanos o el Teatro Fausto.

La misma sensación regresa en los paseos visuales que se nos ofrecen de calles como Galiano y 23, para luego regocijarnos con la estampa de un solar como el de Rita. «Estuve muy metido en ello para entenderlo bien», afirma Mariscal, que manifiesta un respeto profundo por la capital antillana.

Pero el retrato se repite al reflejar la arquitectura neoyorquina de los 40 y al lograr que personajes sacados de la realidad gravitaran en el argumento.

Chano Pozo, Tito Puentes y otros artistas se entremezclan con Rita y Chico, y entre ellos median el jazz y la música como emblemas de esa unión.

Sorprende entonces que estén detrás tantos músicos.

Tono Errando apunta que las grabaciones de la melodía se realizaron en La Habana, Nueva York y Madrid. Ha definido como «un privilegio» haber podido integrar a un número de buenos artistas, entre ellos la vocalista Idania Valdés (cuya voz moldea a la Rita cantante), el joven pianista Rolando Luna y el percusionista Yaroldi Abreu. Con sus incursiones en el largometraje, a Tono no le queda la menor duda de que el potencial sonoro de Cuba es «inacabable y no cabe en una película».

Errando puntualiza que para darle mayor veracidad al argumento, en el caso de la actuación se hizo una filmación con actores reales. De ese modo los personajes cobraron, desde la piel de Limara Meneses, Mario Guerra y muchos otros, un realismo superior, a la vez que se lograba mayor organicidad en los movimientos de cámara.

Después de cuatro años en el proceso de producción y un costo de aproximadamente diez millones de euros, los gestores de Chico y Rita siempre pensaron que el gran reto era, como decía Fernando Trueba el lunes último en el Yara, que se exhibiera ante un cine «lleno de cubanos». España esperará por el estreno de la cinta el 25 de febrero.

Aún con la emoción de las notas de La bella cubana, de White, marcando el final, Chico y Rita se nos revela como un palpitante retrato de una época musical nuestra, una tradición que no se ha detenido en el tiempo.

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