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De viaje con sus historias

Carlos Guzmán, en sus pinturas pasea de un tono a otro, logrando una armonía entre las figuras y los espacios que las contienen

Autor:

Toni Piñera

En el principio, este visionario del tiempo observa a través del catalejo el lado del horizonte de la conciencia que vibra, y en donde las máquinas voladoras transportan mensajes universales que transitan en sus creaciones pictóricas. Es que el artista tiene una fantástica imaginación, esa que cruza por distintos niveles y ambientes que pueden llevar apellidos como místicos, barrocos, espirituales, oníricos, raros, diferentes... que, al final, ensamblan una obra cuajada de arte del bueno.

Porque Carlos Guzmán desafía las leyes de la naturaleza, ignora las barreras del tiempo-espacio y concibe todo como un paseo mágico a través del teatro del absurdo, invitando al receptor a participar de ese, su viaje. En sus pinturas juega mientras pinta paseando de un tono a otro, logrando una armonía entre las figuras y los espacios que la contienen. Es un gran admirador de los clásicos y nos lleva a una estratología ideal, parecida a los predios donde habitan las divinidades paganas. Y en su lenguaje surrealista expone un mundo interior plasmado en seres que buscan su camino en un diálogo entre el aquí y el allá.

Precisamente con esas historias viajeras, que traen toda suerte de recursos recogidos por cualquier lugar del tiempo del hombre, el creador hizo sus «maletas artísticas» y enrumbó hacia el viejo continente a finales del 2010. La primera escala fue en Porto (Portugal) con la exposición titulada Obras Carlos Guzmán, integrada por cerca de 30 piezas que reposaron en las paredes del hermoso Palacio de las Artes. En esta muestra, donde la temática del circo («un mundo donde puedes tocar hechos que tienen que ver con lo que ocurre en la propia vida», dijo), ocupó un primer plano, el creador ha comenzado a cambiar un poco su quehacer pictórico, pues coincidió con la apertura de su nuevo estudio-taller en pleno corazón de La Habana Vieja, ubicado en la última planta o azotea del restaurante La Mina (Oficios No. 6 esquina a Obispo), donde hay otros estudios de importantes artistas cubanos. Y, estando en aquella especie de atalaya, desde donde divisa la bahía, los techos de las antiguas construcciones y hasta el Cristo de La Habana, su obra ha empezado a variar.

La luz se acumula en los vericuetos de las pinturas, y ha salido más al exterior, se observan tejados, edificios y una apertura al color que suma nuevas tonalidades que le adjudican mucha más alegría. «Todo ello está relacionado con el aire nuevo que respiro aquí arriba. Antes pintaba muy encerrado, en una habitación con escasa luz y ventanas que daban a otras paredes». Ahora se observa más movimiento y la magia particular del circo, que se añade a esa vertiente ya afianzada en su trabajo, donde se entremezclan realidad-irrealidad, pasado-futuro, y en la que el tiempo, de la mano de esa capacidad nata para inventar disímiles artefactos, maquinarias, objetos y situaciones, transforma las superficies ocupadas por su talento pictórico en un campo extraño que atrae como un potente imán...

El turno de París

De Porto, Carlos Guzmán pasó a París donde aún mantiene abierta la muestra La otra dimensión, en la céntrica Galerie Myriane, a pocas cuadras de la torre Eiffel, y que ha motivado al público y la prensa de la Ciudad Luz. Allí expone algunas piezas actuales, pero en su mayoría son las anteriores, de gran formato, en las que, plenas de atractivo visual, el espectador encuentra la composición definitiva que siempre inaugura posibilidades insólitas.

Figuras de hombres y mujeres ataviados con diseños de cualquier época, animales, carros inventados... emergen de las profundidades de la pintura y los fragmentos de material en la superficie de los cuadros que semejan «petroglifos» y devienen en graffiti del presente. El paso del tiempo, diríamos, se descubre en las sucesivas capas de pigmento, y otras acumulaciones que funcionan como relieves, tan ricas en las texturas de sus superficies como en su contexto.

El creador nunca se contenta con representar la vida desde una perspectiva única o a través de una dimensión técnica. Sus pinturas, objetos y demás proyectos de técnicas múltiples captan una visión dinámica, a veces caótica, de la condición humana, tan existencial como provocativa, y mucho más aún, ocurrente.

Detalles precisos e indefinidas visiones del paso del tiempo, cautivan e invitan a especular sobre el significado de la vida en un mundo desbordado por la tecnología —muchas veces él se inventa la suya—, la información y la velocidad. Una tela pintada por Guzmán cobra vida en virtud del magnífico colorido —elemento que enriquece los trabajos, pues existe en él una sabiduría al colocarlo en el lugar preciso—, los empastes que cruzan muchas veces por el cuadro, así como por la acumulación de sustancias extrañas (objetos encontrados y otros materiales forzados a coexistir con la pintura y el dibujo talentoso), pero que en los últimos tiempos no aparecen mucho sobre las superficies como en anteriores series. Por diversos motivos, algunos de ellos extra artísticos.

Más que valores abstractos o figurativos, las exploraciones formales extrañamente vitales y asombrosamente diversas que informan la obra de Carlos Guzmán (La Habana, 1970) toman a la situación humana como su punto de partida.

Seres solitarios, rodeados de objetos, y fragmentos de tiempo y espacio, el espíritu humano llega a ser ambivalente e indomable. Y se unifica dentro de un espacio pictórico erosionado en la misma medida que su humanidad reconocible aparece desafiada por el futuro. Ese en el que el 2011 nos traerá otras sorpresas del imaginativo pintor.

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