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La novela La caída del escritor franco-argelino Albert Camus comparte con otros libros el privilegio de poder ser leído en varias etapas de la vida y en cada una aportar inolvidables significaciones

Autor:

Rodolfo Zamora Rielo

Alguien me preguntaba hace unos días si la existencia humana no era una curiosa sucesión de acontecimientos análogos. A pesar de la evolución, me decía, del desarrollo científico y el avance tecnológico que todo lo facilitan, el ser humano continúa viéndose enfrentado al mundo y sus retos con ese suspicaz sometimiento que le ha exigido superarse tanto en la Edad del Bronce como en la contemporaneidad. Confieso que no supe qué decir. Incompetencias filosóficas aparte, no pude admitir que me había puesto, como Tántalo, frente al espejo de la inadvertencia. Pensé en Aristóteles, en H. G. Wells y la acometividad de una guerra intergaláctica; en Isaac Asimov y la pretensión de un robot de ser un hombre bicentenario e incluso en el doctor Swift que hizo crecer e incluirse a su Gulliver. Estuve tentado por Voltaire, porque hay más cosas posibles de las que se cree, pero llegué, sin remilgos, a Camus.

Ha sido la editorial Arte y Literatura la que ha publicado en Cuba una de las novelas más significativas del escritor franco-argelino. Me refiero a La caída. Aparecida originalmente en 1956, esta obra se suma a la imprescindible El extranjero (1942) para dotar a la historia de la literatura y del pensamiento de dos textos de una innegable actualidad, programáticos e ilustrativos de una época, después de Marcel Proust y James Joyce.

No me atrevería a catalogar La caída como una novela filosófica, aunque muchos la consideren como tal. Más bien se me perfila como una novela de tesis, en la que el elemento reflexivo-filosófico constituye un personaje en sí mismo, además del punto más alto de su experimentación. Las situaciones que refleja, los pretextos de los que se sirve para trazar escenarios correlativos, el velo argumental que hilvana a partir de las tramas y la relación que establece con su partenaire invisible, ilustran la voluntad argumental que Camus decreta con el objetivo de desplegar todo su arsenal dialogístico. Porque el elemento conector de esta novela con la filosofía es precisamente el diálogo, nada platónico, la conversación salpicada de digresiones que el personaje principal, el abogado Jean Baptiste Clamence, comienza a desarrollar con ese desconocido, quien, por deseo del mismo Clamence, irrumpe en su vida como catalizador del arsenal dramatúrgico de Camus.

Lejos de divagar en si esta obra se compara con El extranjero o no, se deberían resaltar los valores formales y contenidistas de las obras de Camus, estadios particulares y relacionables de una estética orientada a palpar las reacciones del espíritu humano frente a su circunstancia, como diría el gran Ortega y Gasset. La noción creativa de Camus, tanto en la novela, el teatro como en el ensayo, escoge la salida del absurdo para tipificar los retos del intelectual de posguerra. Correlativo de los Angry Young Men británicos, Camus, veterano de la contienda bélica, reacciona ante la deshumanización del orden socioeconómico y político imperante, así como a los males acendrados de un capitalismo que solo cambió de símbolo, pero no de esencia. Desde su trinchera trata de encontrar la razón «lógica» a la existencia —más bien a sus patrones—, la inevitabilidad de la muerte y, por supuesto, la trascendentalidad del espíritu o, más bien, del legado.

No es casual que Camus sea considerado como un punto de ruptura, una escisión de la norma. Tendente al análisis de las actitudes, varias veces señaló la animalidad de una sociedad enferma que en su carrera en pos de la civilización practicaba el despojo y la caza neanderthal. Esta sociedad está matizada por una «mecanización» que automatiza al humano provocando abulia y desorientación; la misma que no le permitía a Charles Chaplin dejar de apretar tuercas sin cesar. Si se lee la vida de Jack London o se contempla el óleo El Grito, de Edvard Munch, se podrá tener, una idea más amplia de lo que hablamos. Camus está alertando en La caída sobre el peligro de la marginación, del estigma de la desigualdad, ya sea de género, de raza o de credo; por eso satiriza a su personaje cuando lo hace confesar cuánto le gusta ayudar al prójimo, brindar información, confraternizar. De ahí surge la imagen de la sociedad como cardumen de pirañas, que, más que una metáfora amazónica, es la caracterización plena de un entorno desbocado al crecimiento económico, basado en los verdugos con el privilegio de mantener a ultranza el status quo, aunque sea escalando sobre cadáveres de indignados.

La caída, lejos de cualquier sistémica, nos ofrece un don: la duda, el cuestionamiento, la previsión de no conjurar el mal con otra de sus formas, la necesidad de buscar una alternativa, similar a la guevariana, en la que la pragmática emane de una experiencia personal. En algunos pasajes, la novela pudiera parecer pesimista y, no debería extrañar, de un espíritu atribulado, a veces cercano al Raskólnikov, de Dostoievsky, pero moderno, resistiéndose a los embates del egoísmo. Varias veces Clamence parece justificarse de su cinismo intermitente, pero encuentra la forma de convencernos de que es igual a nosotros, de que somos nosotros mismos, recubiertos de una coraza a base de lo que no podemos resistir. ¿Qué hacer contra las apariencias, contra la desidia, el estatismo y la vanidad? Su acerado anticlericalismo le deja la misión al ser humano, único responsable de su destino.

Junto a la agonía de la ideología, espolvoreada de cierta sensibilidad trágica, La caída intenta demostrar el estado de decepción de una época con la genialidad de un autor que mereció el Premio Nobel de Literatura en 1957 y encontró la muerte en un accidente automovilístico el 4 de enero de 1960, cerca del poblado francés Le Petit-Villebleuin. Se dice que se le encontraron manuscritos entre sus ropas. Este es más un libro de preguntas que de respuestas. De amplia lectura, comparte con otros el privilegio de poder ser leído en varias etapas de la vida y en cada una aportar inolvidables significaciones.

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