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¡Actor no, director de cine!

Elia Solás, la guionista de Miel para Oshún, vive con el orgullo de haber tenido el gran privilegio de ser la persona que más tiempo estuvo cerca del gran cineasta Humberto Solás, desaparecido físicamente hace tres años y quien en este 2011 hubiese cumplido siete décadas de vida

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

Con una claridad absoluta, Elia Solás asegura que recuerda como si hubiese ocurrido ayer el día en que su mamá entró a la pequeña casita, ubicada en Aguiar y Tejadillo, en La Habana Vieja, con el niño en sus brazos. «Todo, todo, se puso azul. Humberto se había ganado dos canastillas: la de la Iglesia del Santo Ángel y la de unas bordadoras que celebraban el Día de Santa Bárbara, porque había nacido el 4 de diciembre de 1941.

«La gente dice que se siente celos cuando de repente aparece un hermanito más chiquito. Pero conmigo eso no ocurrió jamás. Para mí había llegado un juguete maravilloso... Bueno, un juguete maravilloso hasta que con nueve años me noqueó. En verdad, con mis 11 años era bastante dominante y quería obligarlo a hacer lo que yo quería. Por eso, para que lo respetara, me dio un trompón en la quijada como los que seguramente propinaba Teófilo Stevenson. Vi estrellitas. Y claro, nunca más lo obligué a nada. Empecé a respetarlo. Humberto se había transformado en un juguete “de cuidado”, pero muy, muy querido», sonríe a Juventud Rebelde la hermana del alma del gran cineasta cubano, desaparecido físicamente hace ya tres años.

Casi siete décadas después de aquel suceso que le cambió la vida para siempre, Elia vive con el orgullo de haber tenido «el gran privilegio de ser la persona que más tiempo estuvo cerca de Humberto. Permanecimos siempre muy unidos y éramos cómplices de millones de cosas. Ahora seguimos siéndolo y lo seremos eternamente».

Y justamente por haberle asistido ese honor es que hoy la guionista de Miel para Oshún no olvida aquellos tiempos en que empieza a ver en Humberto —con quien se entendía hasta sin palabras—, algo más que un ser humano con ciertos «misterios». «De niño fue muy introvertido, no era un muchacho de maldades, sino inocente. Por eso siempre intentaba protegerlo, porque me daba cuenta de que era diferente, aunque no estaba consciente de a qué se debía esa diferencia. Descubrí más tarde que la respuesta se hallaba en su enorme sensibilidad.

«Ya con nueve, diez años, dijo muy firmemente que sería director de cine. Ingenuamente, y con mi falta de talento para valorarlo, hasta quise modificar sus palabras. Pero él muy serio me miró con cierta pena como diciendo: “Pobre, no me ha entendido”. Intenté convencerlo diciéndole que quizá podría actuar. Entonces me rectificó: ¡Actor no, director de cine!».

Lo cierto es que no existía ningún antecedente familiar, solo que a la madre de los Solás le fascinaba el cine. «Por ahí comenzó nuestra afición por el séptimo arte. Salíamos de la escuela pero no íbamos a hacer las tareas escolares,  primero pasábamos por el cine. Mi mamá huía de la casa, porque la nuestra era el reino del juego, un lugar donde tocábamos el mundo marginal. Había etapas de más o menos juego, pero siempre perseguidos, siempre la policía amenazando con entrar y entrando. Yo sufría mucho, pero Humberto, tan callado, únicamente observaba. Vivía esa situación muy adentro, pero adorando a nuestros padres. En ese ambiente, donde no existía tradición cultural, ni hábito de lectura, Humberto se creó un mundo aparte y surgió el intelectual que conocimos. Para mí eso sigue siendo sorprendente».

Después vino la etapa cuando Humberto, con 14 años, se integró al clandestinaje. Y esa dura experiencia, sin dudas, marcó sus primeras obras cinematográficas, o al menos Elia así lo ve. Para muchos no deja de ser curioso que, a pesar de que había participado en la insurrección, en el movimiento de acción y sabotaje del 26 de Julio, «su cine andaba como en otra galaxia: Minerva traduce el mar, El retrato, documentales más cercanos a cortos de ficción; historias que parecían que se desarrollaban en cualquier otro lugar y no en Cuba. Tal vez Humberto necesitaba borrar esa vivencia tan fuerte», explica esta mujer de ojos que destellan un brillo casi inusitado.

Nace un cineasta

En 1959 se fundó el ICAIC, y Solás quiso formar parte de una institución que haría historia. Su hermana trae al presente aquella vez en que Solás se decidió a probar suerte, y a la hora de exhibir la película el proyector se quemó. «Se llamaba La huida y la rodó en el Cotorro. Entre varios amigos y la familia nos pusimos para que pudiera comprar una camarita, y con una chivichana hizo rodamiento de la cámara y todo. Era una peliculita de cinco, seis minutos, que presentó para demostrar que podía ser un cineasta».

—Porque, evidentemente, no había estudiado cine...

—¡Qué va a estudiar cine! Solo hizo, muchas veces acompañado del gran editor Nelson Rodríguez, un «posgrado» en neorrealismo italiano. Él me embullaba: Vamos a ver tal película, y yo iba detrás. Descubrir el neorrealismo resultó fascinante para Humberto, para Nelson y para mí. Humberto siempre me insistía: Yo quiero hacer un cine así. Él era mecanógrafo entonces, primero trabajó con un abogado hasta de mensajero, y después en el Ministerio del Trabajo cuando triunfó la Revolución, y yo me decía por dentro: Ay, Dios, ¿cómo va a pensar en hacer cine? Era algo tan grandioso aquel cine, y tan difícil de pensar en cine en Cuba...

«Cuando surgió el ICAIC, él vio los cielos abiertos. Ya Nelson estaba allí y no sé cómo Humberto conoció a Alfredo Guevara, quien le propuso que hiciera algo. “Haz una película”. Y aunque no se pudo proyectar La huida, el hecho sirvió para que le dieran una plaza de mecanógrafo en la revista Cine Cubano».

Sin dudas, Manuela resultó, constituyó un éxito, y le abrió definitivamente las puertas hacia el largometraje. «Acuérdate de que ya para entonces había filmado una serie de documentales. Trabaja en unos casos como asistente de dirección, y otros eran suyos. Su pasión desmedida por el cine conllevó a que le brindaran esa oportunidad».

Manuela también demostró que a Humberto se le daba muy bien encontrar a no actores. Y muchas pruebas dio de ello. «Un día se me acercó y me dijo: “Para Manuela quiero una campesina de verdad, de la montaña». Aquello me pareció descabellado, mas como eso era normal en el neorrealismo... Y se fue a recorrer la Isla. De vuelta me confesó: “He conocido un rostro fascinante, la síntesis de la cubanía; lo más bello que uno se pueda imaginar...”.

«Legrá tenía un montón de hijos y un marido que no quería que trabajara, pero ella se paró en sus trece. “¡¿Cómo?! Sí me voy a filmar, dijo. Me marcho para La Habana y mis hijos que los cuide fulana”. Adela, que es una mujer muy valiente y demostró que podía convertirse en una gran actriz, se lanzó sin pensarlo con aquel muchacho jovencito que iba a realizar su primer proyecto importante. Claro, Humberto también había conquistado a un actorazo de primera como Adolfo Llauradó, quien disfrutó sobremanera la película y deseaba seguir colaborando con él. Llauradó se había percatado de que Humberto, a pesar de su juventud, era muy serio y muy profesional».

Un tiempo después, Humberto, Nelson, Llauradó, Elia y su hijo Sergio, se encontraron en el Centro Vasco, donde se reunieron una noche para comer. «Ahí se empezó a hablar de Lucía, rememora Elia. “Yo quiero hacer un largometraje, y que tú protagonices una de las historias”, animó Humberto a Adolfo. Y lo conquistó nuevamente».

Para esta increíble mujer, de energía inagotable, Lucía representó una etapa floreciente, tan positiva como negativa, «porque se convirtió en el referente eterno y eso es terrible cuando ocurre al principio. Él mismo sentía que debía superar Lucía, mientras a la gente le costaba admitir las otras propuestas magníficas que nos entregó, porque siempre comparaba.

«¿Quién puede negar que Cecilia es una película increíble? Asimismo, en mi opinión, El siglo de las luces es una obra maestra. Hasta Un hombre de éxito, que resultó para él una “carcajada”, que rodó con esa cosa de diablito que a veces lo acompañaba, para indicar que podía hacer parecer algo de lujo sin serlo... Pero Lucía fue la que más felicidad le propició y la que más tragedia le procuró».

No escasearon los momentos difíciles en la brillante carrera de Solás, como cuando terminó Un día de noviembre, o las ya mencionadas Cecilia y El siglo de las luces, cuyo estreno tuvo lugar en el Karl Marx. Elia nos cuenta: «Humberto vivía aún frente a mi casa. Cuando regresó del teatro se encerró en su cuarto y no recibió a nadie más que a mí. Yo le cogí la mano. Estaba tirado a morir. “Mira, Humberto, tu cine se adelanta siempre a su época. Milagrosamente hiciste Lucía y se comprendió, pero todo lo demás ha sido un cine que trata siempre de ir adelante. Eso, desgraciadamente, lo valorarán mucho después. Te toca sufrirlo”, le advertí con no poco dolor. “¿Ese es el consuelo?”, me preguntó. No, esa es la verdad, le respondí».

—Elia, años después llegó Miel para Oshún y Barrio Cuba, pero siempre se habló de una trilogía...

—Siempre pensamos que se trataba de una tercera película, pero después que él se fue me di cuenta de que la trilogía la completaba el Festival Internacional del Cine Pobre. Ese es su tercer proyecto. Jamás olvidaré el día en que se apareció y me dijo: Ya tengo el nombre del festival. ¿Sí? A ver, ¿cuál? «Festival Internacional de Cine Pobre». ¿¡Qué!? ¡Ahora sí que te volviste loco!, lo «regañé». Y él comenzó a reírse con sus carcajadas solasianas, que inundaron toda la casa. Ahora sí que los voy a poner a pensar, reía, porque a él le encantaba hacer esas maldades intelectuales, refinadas. ¿Tú estás seguro de que ese es el nombre?, le volví a interrogar, porque me daba un poco de miedo. Pues claro que sí, me reafirmó. Y Humberto una vez más, como lo consiguió a lo largo de su vida, había dado en el clavo.

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