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Secretos de guitarra

Rolando (Rolo) Rivera se ha convertido, todavía como aficionado, en un protagonista dentro de la escasísima lista de cantautores jóvenes cienfuegueros

Autor:

Melissa Cordero Novo

Rolo camina guitarra en mano y el cabello desordenado por las calles de Cienfuegos. Los que lo han escuchado cantar pueden haberse preguntado muchas veces en qué parte del cuerpo esconde tanta voz grave contenida, y puede que nunca lleguen a averiguarlo.

Aprendió a conquistar espacios rasgando las cuerdas de su guitarra, aun cuando una partitura de solfeo le parezca tan ajena como un iglú a un indio del Amazonas. Con apenas 24 años, Rolando (Rolo) Rivera se ha convertido, todavía como aficionado, en un protagonista dentro de la escasísima lista de cantautores jóvenes cienfuegueros.

«En realidad estudié Comercio, pero desde niño me interesé mucho por expresar lo que sentía y me puse a escribir. A los 16 años, mi tía notó cierta dote de poesía en aquellos papeles. A partir de ahí asistí al taller literario de Alberto Sicilia, donde aprendí sobre el arte de escribir: las técnicas, los recursos…».

Un día Rolo tropezó, quizá sin saberlo muy bien, con el mañana. «Después de 16 años viviendo en la misma casa, decidí recibir clases de piano. Estela, una señora cuya casa quedaba en la esquina, me dio las primeras lecciones. Con ella aprendí mucho hasta que se mudó de la ciudad.

«Al dejar las clases con Estela, tuve que reordenar mis deseos. Necesitaba algo pequeño, más barato que un piano, con lo que pudiera moverme todo el tiempo. El día de mi cumpleaños, mi papá me regaló una guitarra de cuerdas de nailon.

«Empecé a “machacarla” yo solo, como un niño jugando con soldaditos. Finalmente fui a la casa del trovador Pedro Novo, para que la afinara; luego le pregunté si conocía a alguien que me pudiera enseñar y fue cuando me habló de Marcos Sánchez. Además de mi maestro, Marcos se convirtió en mi amigo. Me enseñó todo lo básico; hasta que un día me empujó como a un gorrión del nido. Continué solo, estudiando y escuchando música».

Rolo se adueña de las personas con la misma facilidad con que un pequeño es vencido por los dulces o un juguete llamativo.

«Aparte de Marcos y Sicilia, los maestros más importantes que he tenido son mis cantautores favoritos: Silvio y Pablo primero que todo. Luego aparecieron Gerardo, Varela, Frank Delgado, Sabina, Serrat, Fito, Djavan, Lenine, Torrens, Kelvis, Habana Abierta, Interactivo y los trovadores de Santa Clara.

«Esa etapa fue como un templo: escuchaba música todo el tiempo. Esa era mi gran utopía; no sabía ni cantar ni tocar bien, pero quería ser músico».

Dos sucesos en su existencia favorecieron un giro total. «Cuando terminé Comercio continué estudiando Turismo. Luego vino el Servicio Militar, donde muchas cosas cambiaron radicalmente. Allí el tiempo me alcanzaba para leer, estudiar y continuar escuchando música durante las guardias. Fue cuando empecé a componer temas que no tenían nombre; eran muy cursis…

«Después tuve la suerte de que, recién terminado el Servicio, se celebrara en Cienfuegos el festival Al sur de mi mochila, donde debuté por primera vez. A partir de ahí empezaron a contar conmigo para las celebraciones. Conocí, además, a Nelson Valdés. Yo me dije: Ese es mi sueño; una banda así, de pequeño formato, para hacer mi música. Enseguida me relacioné con ellos, fue como encontrarme con mi segunda familia».

La pasión por sus amigos se le desborda de entre las palabras que nunca le parecen suficientes. «La noche antes del debut en Al sur de mi mochila, conocí a alguien que, además de todos los que te he mencionado, ha influido muchísimo en mi obra: el poeta José Miguel Gómez Cruz. A partir de entonces compartió conmigo música, poemas, libros, documentales de Leonard Cohen, Bob Dylan, Chaplin... Ha sido muy bueno; Pepe me ayudó para que mi arte madurara. Él me tomó de la mano y me enseñó qué caminos tomar».

Rolo me cuenta sobre las decisiones radicales que ha tomado con una tranquilidad admirable. «Resultó difícil abandonar los estudios de Turismo, pero esa era la única forma en que podría nacer de verdad como cantautor, más oficial y serio. Complicado, porque me ayudaba económicamente.

«Logré ahorrar un poco y decidí emplear ese dinero para realizar un demo. Esa era la vía para pertenecer a la Asociación Hermanos Saíz. En junio de 2012 salió Casa de Verano, que contiene seis temas. Después la banda, que se nombra La Fábrik, se mantuvo y consolidó, y hoy podemos decir que hacemos música alternativa, concibiéndola de una manera distinta, sin mezclar mucho. Hacemos punk, blues, música cubana, y tenemos una influencia muy grande del rock and roll.

«En la banda el fenómeno de los arreglos musicales se da de modo un poco desordenado. Escribo las canciones y ya más del 90 por ciento de la sonoridad final me hace eco en la cabeza; llego al ensayo y digo: “La guitarra hace parapín, parapán y el bajo tumb, tumb”, y así con el resto».

Gracias a la constancia, la agrupación ganó un espacio para los seguidores de su trabajo los segundos sábados de cada mes, en la Sala Ateneo del teatro Tomás Terry.

Un trabajo tan interesante como el que hace merece algunas consideraciones, pero habrán de hacerse en otro momento. La música llama, y Rolo se aleja hasta perderse entre la línea del horizonte y algún carro que pasa desesperado casi a sus pies. Aún sostiene la guitarra. Y, en lontananza, no se puede definir bien si es un hombre con cuerdas, o un cuerpo de madera que suena al viento.

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