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En un lugar de Guáimaro...

Randoll Machado Hernández, ganador del Premio Calendario de 2014 en el apartado de Literatura Infantil, sueña con contarles a los niños historias y aventuras fantásticas que se refieran a mundos en los que ellos se sientan protagonistas

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

Hasta que En un lugar de la mancha... salió triunfador en el Premio Calendario de 2014, al no encontrar un rival que lo superara en la categoría de Literatura infantil, el camagüeyano Randoll Machado Hernández creía que sus posibilidades eran nulas en este prestigioso concurso que convoca la Asociación Hermanos Saíz (AHS), de conjunto con la Casa Editora Abril.

«Siempre vi el Calendario —como mismo me sucede con el David y el Pinos Nuevos— como premios inalcanzables», confesó a Juventud Rebelde este muchacho nacido en el municipio agramontino de Guáimaro. «Escuchaba a otros escritores referirse al Calendario como un concurso de elevado nivel, y yo ni siquiera me atrevía a soñar. Tan lejano lo veía. Mas no dejaba de escribir ni de revisar mis proyectos.

«Así fue como me decidí a probar con el proyecto de libro En un lugar de la mancha..., después de que obtuviera la beca Sigfredo Álvarez que asume el Consejo Nacional de Casas de Cultura. Por eso también lo hice llegar al Centro Dulce María Loynaz, respondiendo a la convocatoria de la beca Dador. Te imaginarás mi alegría cuando conocí que había ganado. Fue fabuloso venir hasta La Habana al acto de premiación y estar tan próximo de admirados escritores que solo había visto por televisión. Esa beca hizo que creyera más en mí, y me permitió entender que no debía esperar, sino escribir sin descanso.

«Todo esto coincidió con que un amigo, a petición mía, había descargado algunas convocatorias nacionales e internacionales y me las había traído. Ante mí estaba la prueba de que ese texto gustaba, de que tenía ciertas posibilidades, y lo envié al Calendario, pero sin muchas esperanzas».

—Entonces ya no te sorprendió tanto cuando el veredicto del jurado del Premio Calendario de 2014, recayó en el libro que ya vio la luz este año...

—Siempre uno se sorprende. Porque lo que conquistó la beca era apenas un proyecto de 15, 20 cuartillas, pero es indiscutible que la Dador constituyó un impulso tremendo. Cuando llegué a Guáimaro me propuse seguir trabajando en ese libro, estudiar con mayor profundidad sobre el mar y sus especies, porque no quería comunicarme con los niños de una manera superficial ni improvisada... Sí, me invadió una felicidad enorme, una sensación de suerte, de realización personal, cuando recibí la noticia, porque de repente se materializaba un anhelado sueño.

—¿En un lugar de la mancha... es tu primer libro publicado?

—No, el segundo. El primero fue en coautoría con Diusmel Machado Estrada. Se titula En el jardín de las espinelas y salió con el sello de la Editorial Ácana (Camagüey). Otra gran alegría, pues representó mi entrada al universo de la literatura como autor. Es increíble eso de tener tu propio libro, de presentarlo, dedicárselo a tus lectores, tocarlo...

—¿Otra vez poesía para niños?

—Justo. Realmente empecé desde niño por la poesía. De ese modo fue que me encontré con la literatura. Desde pequeño mi mamá, instructora de arte en la especialidad de Danza, y mi padre, escritor con tres libros publicados, se encargaron de comprarme textos ilustrados de Dora Alonso como Palomar y La flauta de chocolate, o como Caballito blanco, de Onelio Jorge Cardoso, que me encantaba..., que al principio ellos me leían. Luego se me hizo un hábito, al punto de que antes de acostarme competía conmigo mismo para ver si podía o no terminar un volumen en una noche.

«Recuerdo que sin nunca antes haber escrito nada me salió, con unos nueve años, un primer poema inspirado en mi perro, que a veces dormía conmigo, se subía a la cama y era peludo como un poodle. Con ese poema, siendo un niño, gané un reconocimiento en un encuentro municipal y me invitaron a participar en el evento de talleres provinciales infantiles, donde obtuve el premio.

«Es decir, que siempre ha sido la poesía, que se me ha dado de un modo casi natural. Mas quisiera probarme en narrativa. De hecho he tomado notas sobre algunas ideas que me encantaría desarrollar, pero siento que aún me falta madurar como escritor, estudiar, superarme, para poder contarles a los niños historias y aventuras fantásticas que se refieran a mundos en los que ellos se sientan protagonistas».

—Hablas de poesía y de narrativa, pero siempre enfocada en el universo infanto-juvenil...

—Será porque todavía me siento como un niño, comparado con otros jóvenes que ya se han dedicado al trabajo, a la casa... Yo todavía juego fútbol, cartas, parchís con mis amistades,   planeo excursiones, voy al campismo... Veo mi vida como una gran aventura. Esa literatura que me atrapó cuando era un muchachito, me regaló un mundo de arcoíris, unicornios, peces voladores, sirenas... Siempre he imaginado que las personas buenas son como seres fantásticos que aparecen en tu camino para ofrecerte rumbos a seguir, posibilidades de crecer y, sobre todo, alegrías. Confío en el bien, y de eso quiero hablarles a mis lectores. Estoy convencido de que el corazón de las personas conserva mayor bondad y dulzura cuando se es bueno desde pequeño. La literatura contribuye a que la humanidad sonría y tienda la mano con amor.

—En un lugar de la mancha..., como el inicio del clásico de Cervantes...

—Comenzó llamándose El mar de los tiburones locos, un título que me encantaba. Sucedió que como lo había mandado para que optara por dos becas, temí que algún jurado lo reconociera y lo desechara. Entonces me decidí por En un lugar de la mancha..., con el que efectivamente jugaba con el inicio de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, mas también deseaba señalar que para mí el mundo es justo eso: una mancha enorme, no solo de peces, sino también de seres humanos, de libros, de sueños, de aventuras...

—Imagino que esos reconocimientos que recibiste de niño resultaron muy importantes en tu decisión de convertirte en escritor...

—Esos premios sorprendieron mucho a mis padres, a mi familia, que descubrió no solo que podía escribir, sino que espontáneamente me salían cuartetas que rimaban y tenían una métrica casi perfecta. El hecho de que la gente la halagara y que me tomara en cuenta acabó por motivarme.

«Luego hice otros intentos tras aquel “éxito” inicial, pero que no consiguieron lo mismo, lo cual me desanimó un poco. Fue en ese tiempo que mi afición por la danza creció. Más tarde, en la Secundaria retomé la escritura de poemas, pero de amor. En esa época me interesé mucho por coleccionar libros. Compraba volúmenes de poesía de autores camagüeyanos como Diusmel Machado (el mismo de En el jardín...), Desiderio Borroto, Odalys Leyva, Miriam Estrada Medina..., y seguía bailando, dibujaba o me ponía a hacer mis inventos con el barro... Sin dudas estaba muy bien plantada en mí la semilla de la creación... Me encanta el arte, y crear, expresar mis sentimientos a través de un poema, una pintura, lo cual no significa que haya realizado una obra completamente madura, pero me hace bien, lo necesito. Me lo piden el cuerpo y el alma...

«¿Sabes qué? En sexto grado me dio por becarme. Cuando vine a pestañear ya había matriculado como pesista en la EIDE Cerro Pelado, en la ciudad de Camagüey, donde permanecí por un año en el que solo me centraba en el levantamiento de pesas, en aumentar mi resistencia física... Todo se acabó cuando descubrí que en verdad no tendría un futuro, a pesar de que me había transformado en un atleta de alto rendimiento, gracias al entusiasmo de mi entrenador y a su interés porque yo me superara.

«Luego me hizo muy bien entrar a la Escuela de Instructores de Arte Nicolás Guillén, de Camagüey, por Danza, siguiendo el camino de mi madre. Fue genial estar dentro de ese ambiente artístico. Por ese tiempo fue que conocí en Guáimaro a Diusmel, escritor y poeta que retornó tras haber finalizado la carrera de Farmacia en la capital. A él fue a quien mi mamá le mostró mis poemas. A partir de ese momento empezamos a trabajar juntos. Enseguida me hizo miembro del Taller literario municipal Pablo de la Torriente Brau.

«Diusmel contribuyó firmemente a que creciera la confianza en mis posibilidades como escritor. Ganaba una mención y él me estimulaba como si lo que hubiera conquistado hubiera sido un premio. La verdad es que le agradezco mucho por su ayuda y por su amistad».

—¿Trabajas en algún otro proyecto?

—Se titula Abajo la guerra, arriba la paz, como nos convida la popular canción Barquito de papel. Siento que de alguna manera debo contribuir a que la humanidad pueda vivir un presente y un futuro de tranquilidad, amor y armonía. Se tratará de un libro que repudiará la muerte, las guerras, y en el cual los personajes serán la bala, las bombas, la sangre, el héroe... Es increíble cómo de niños jugamos a la guerra, a ser soldados, a disparar... Es mi responsabilidad como ser humano apostar por la paz.

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