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Descubrí el piano y me fascinó

Alejandro Falcón, el virtuoso jazzista, se siente más que feliz cuando escucha una obra suya interpretada por otros, sobre todo más jóvenes. «Por muy modesto que seas no puedes evitar que se te ensanche el corazón», dice a JR

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

Siempre es un goce para Alejandro Falcón regresar a su Matanzas natal, donde acaba de protagonizar un concierto en medio del II Encuentro internacional danzonero Miguel Failde in Memoriam. Estar en la Atenas de Cuba representa volver a pisar las mismas calles que recorría con apuro para llegar adonde le aguardaba impaciente el piano. Porque, aunque el universo de la música se le empezó a abrir en grande a través de la guitarra, fue aquel instrumento de teclas blancas y negras el que lo hechizó definitivamente.

«Comencé por la guitarra, motivado porque mi padre la tocaba y todos lo rodeábamos para escucharlo. A mi madre, sin embargo, le encantaba la pintura, de hecho la estudió, aunque al final los dos terminaron como ingenieros. Sin embargo, hicieron hasta lo imposible porque me criara en medio de un ambiente artístico, en el que  se oían las interpretaciones de Emiliano Salvador, Chucho Valdés, Gonzalo Rubalcaba, Benny Moré, Bola de Nieve... Desde pequeño me llegaron esas fuertes influencias; el tocadiscos que trajo mi mamá de la Unión Soviética era uno de nuestros mayores tesoros, como también la cornetica de juguete que me regaló: lo único que me calmaba cuando era un chama y con la que volvía locos a todos, intentando repetir lo que sonaba en el aquel aparato.

«En fin, que mis padres se “desviaron” del arte, pero en mi caso no hubo marcha atrás: desde los 13 años me dediqué en cuerpo y alma al piano. Igualmente fue superimportante vivir en Pueblo Nuevo, porque no pude evitar (sonríe) que me fueran invadiendo —aunque no era consciente de ello— la rumba, el danzón..., ese sonido de tu barrio que después comienza a fluir con los años, cuando por fin te encuentras en la música», dice el ganador de varios premios Cubadisco, quien a los 13 años se puso a estudiar piano particular.

—¿Y no fue una entrada algo tardía para ese instrumento?

—Sí, tal vez. Pero evidentemente todavía estaba a tiempo, solo que me tocó recorrer los siete años en cuatro. Hice la nivelación y en 1999 entré en la ENA con 17, casi 18. Admito que me tocó esforzarme mucho, pero desde que descubrí el piano me fascinó, por eso le dedicaba tantas horas: primero para intentar dominar la técnica, y luego para irla perfeccionando poco a poco. Fue mi profesora María Julia Arango quien me empezó a preparar para la entrada a la ENA. Me presenté y aprobé el primer pase de nivel.

—Dices: «cuando descubrí el piano», ¿no lo tenías en mente?

—Pues no, te lo digo con total sinceridad. Y te digo más: cuando era niño y hablaba de mi futuro, la música no aparecía por ninguna parte, y mira después todo lo que ha venido: viajar el mundo entero, tocar con grandes músicos... Un día, estando en séptimo grado, un amigo que tocaba piano me propuso que con mi guitarra conformáramos un dúo. Recuerdo que montamos algunas piezas y cuando le llegó el turno a La comparsa, que lo oí tocar, dije: «Quiero aprender a tocar el piano». Fue algo mágico. Desde que lo comencé a tocar, me envicié.

—¿Transcurrió la ENA como lo imaginaste?

—La ENA fue como un sueño. En esos cuatro años estudié como un «poseído», con esos excelentes profesores de piano básico que tuve: Luisa Poulsan y Pedro Pablo Iturralde; Ana María Mena, de Armonía, mi maestro Fernando Rodríguez (Archie), quien me preparó después para acceder al ISA en el perfil de Composición...

«Pero también fue la época del surgimiento del Concurso Jojazz, en medio de un ambiente jazzístico que inundaba la escuela. Competí en el año 2002 en la categoría de Instrumentista, y obtuve el Premio especial del jurado... Sin dudas este evento resultó muy favorable: fue como una vitrina y al mismo tiempo un espacio para compartir con los fabulosos músicos de mi generación.

«En el último año de la ENA me uní a Paulo FG y su Élite, lo que constituyó mi debut con una agrupación de primer nivel, con la cual participé en importantes festivales: el Winter Festival, de Londres, y el Oslo World Music Festival; o como el Latinoamericando, de Milán. En esta orquesta aprendí muchísimo de “la calle”, como le decimos a aquello que no estudiamos en la escuela.

«Otra experiencia muy valiosa fue integrar luego, por cinco años, Otra Visión, bajo la dirección de Orlando Valle «Maraca», con la que giré alrededor del mundo y con la que actué en prestigiosos festivales, como los que se organizaron en Canadá, o el Jazz in Marciac, de Francia, y el Internacional Cervantino, de México.

«Mi propio proyecto, Alejandro Falcón y Cubadentro, lo armé después de graduarme del ISA. Con este formato de cuarteto he grabado, de la mano del Sello Colibrí, el CD Claroscuro, el CD-DVD Cuba Now Danzón y el CD Lecuona JoJazz, donde comparto las pistas con Jorge Luis Pacheco, Alejandro Meroño y Rolando Luna.

«Para el 2018 debe salir Mi monte espiritual, que ahora mismo estamos mezclando y donde asumo la producción musical junto a Edgar Martínez, quien se encargó de las tumbadoras. Nos acompañan el maestro Ruy López- Nussa en el drums; y Arnulfo Guerra y Sergio Raveiro, en el bajo.

«En Mi monte espiritual llevo la música afrocubana a la de concierto y al jazz. Ahí aparecen mi obra Raíces profundas de mi monte espiritual; La dueña del mundo, que compuse para una orquesta de cuerdas y piano; Obbá Meyi, a partir de los cantos de Shangó, pero le introduje la quena de un virtuoso  argentino, Rodrigo Sosa. Asimismo están las piezas El pez encantado, Vals para Oshún...».

—¿Y qué pasó con el concertista que salió de la ENA?

—(Sonríe). Es que siempre me incliné por hacer mi propia obra, que recorre la música de cámara, la sinfónica, como se puede apreciar en Mi monte espiritual, donde grabé, como ya te mencioné, Raíces profundas... con la Orquesta de Cámara de La Habana dirigida por Dayana García, una pieza que fue estrenada por la Orquesta Sinfónica Nacional (OSN) conducida por el maestro Roberto Valera en el año 2009, en el Festival de Música Contemporánea; mi maestro del ISA que me graduó.

«Asimismo me encantan la música cubana y el jazz. Trato de llevar ambas corrientes a la vez, mas me desquician la música cubana, la improvisación y el jazz, y la composición. No obstante, no dejo de estudiar nunca la música clásica porque, como te decía, es muy importante el dominio del instrumento».

—¿Cómo fue que el compositor superó al instrumentista a la hora de elegir el perfil para continuar tus estudios universitarios?

—En muchos lugares del mundo cuando las personas cursan el nivel superior se especializan en composición, o jazz, o música folclórica. Aquí es, sobre todo, en música clásica y de concierto, aunque ahora se están impartiendo cursos de música popular cubana... En mi caso, desde tercer año de la ENA  escribía mis piezas para piano: danzones, contradanzas..., inspirado en Manuel Saumell, Cervantes, Lecuona, José María Vitier, compositores a los que admiro profundamente y de quienes bebí con saciedad en aquellos momentos.

«Mis compañeros en las pruebas de piano, en lugar de tocar Lecuona, por ejemplo, interpretaban una danza mía, un estudio o un preludio para piano. Por supuesto que mis profesores captaron esa inquietud desde temprano, pues escribía, además, cuartetos de cuerdas, obras para quintetos de viento, y mi profesor Fernando Rodríguez (Archie) acabó por embullarme. Me presenté y obtuve la primera plaza y, como mismo sucedió con el piano, me empezó a fascinar ese mundo, gracias a maestros como Roberto Valera, Juan Piñera...

«Muchas personas me conocen como instrumentista y se extrañan cuando descubren esta faceta, pero lo cierto es que compongo constantemente. De hecho, se publicará muy pronto el libro Danzando entre puentes, titulado como uno de mis danzones recogidos en Claroscuro, que fue premio Cubadisco en Ópera Prima.

«Se trata de un texto para piano, con pequeñas piezas para niños de nivel elemental: danzones, estudios de contradanza para piano y obras libres. Esas composiciones las estrenamos en A tempo con Caturla, de Villa Clara, y lo presentamos en el II Encuentro internacional danzonero Miguel Failde in Memoriam, donde ofrecí un concierto en la sala José White».

—¿Qué se siente cuando escuchas tus piezas defendidas por otros músicos más jóvenes?

—Me da una alegría enorme cuando llego a la ENA o voy a Matanzas y hallo a algún alumno tocando una pieza mía. O cuando la defiende la OSN, la Orquesta de Cámara de La Habana, la Atenas Brass Ensemble o la Orquesta de Miguel Failde, que conduce Ethiel Failde, y hace suyas Monserrante, Danzón Timba... Imagínate tú: es difícil no sentirse orgulloso, por muy modesto que seas no puedes evitar que se te ensanche el corazón. Eso me hace más que feliz.

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