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Farándula sin pelos en la lengua

Dos obras recientes, en cartelera una de ellas, abordan problemas acuciantes de la sociedad cubana y lo hacen desde un lenguaje criollo y una estructura festiva y lúdica 

Autor:

Frank Padrón

Dos obras recientes, en cartelera una de ellas, abordan problemas acuciantes de la sociedad cubana —en especial de la juventud— y lo hacen desde un lenguaje criollo, una estructura festiva y lúdica y un sustrato donde el humor tanto cubano como universal definen el tono y la concepción general, códigos que le acarrean una amplia comunicación.

Como «un show cardiaco, crítico, místico, musical» define el programa de mano el conjunto de monólogos agrupados bajo el título Sin pelos en la lengua por el colectivo A teatro limpio, bajo la dirección de Hugo Alberto Vargas.

Él mismo versiona y lleva a escena textos propios o de Humberto Robles y Jorge Fernández Era que alternan desde la escritura y el escenario a varias mujeres cuyos motes definen algunos de sus conflictos (Insatisfecha, Humillada, Liberada…). Aunque el espectáculo es en general, divertido e ingenioso —en correspondencia con los escritores que prestan sus obras— se aprecian desniveles tanto en el alcance de los mismos como en los desempeños actorales.

Por ejemplo, «en personaje» por la sensualidad y la fuerza que la caracteriza, a Duleimys Otoreña le tocó un segmento que peca de cierto retoricismo, que demora en explayar su conflicto dando vueltas innecesarias, lo cual redunda en el resultado general tanto de esa pieza como del programa.

A propósito, aunque hay un aceptable equilibrio desde el punto de vista histriónico, la verdadera revelación está en Ana Martín Pomares (Liberada): su monja lésbica es toda una delicia, un verdadero espectáculo dentro de otro, dado el despliegue de abundantes recursos y la rica gama de gestualidad con que enriquece su rol, delicioso per se.

Y hablando de actores, uno se pregunta qué pinta en este cuadro femenino Carlos Solar, con una apertura débil en lo dramatúrgico y a cargo de un monólogo que perfectamente pudo interpretar una actriz, algo que cuadraría mucho más con el tono y carácter del espectáculo: mi sugerencia es que, o se le integre más y mejor al corpus o se prescinda de él.

Este joven, carismático y con no poco talento, forma parte de la amplia nómina dentro de una puesta que sin lugar a dudas obtendría el premio de la popularidad en cualquier encuesta sobre teatro cubano actual. Me refiero, por supuesto, a Farándula, de Jazz Vilá por la compañía que dirige.

Los montajes de este actor y director tienen una virtud inescamoteable: la de movilizar un público no habitual a las salas, no formado como «público escénico», pero que asiste «porque el río suena», ante el «boca a boca» que informa de una obra divertida que además trata aspectos acuciantes y actuales.

En esto, de veras, tiene toda la razón: desde su primigenio Rascacielos y después en Eclipse, Vilá nos invita a verdaderos shows donde jóvenes de ambos sexos se sumergen en conflictos muy contemporáneos (la diversidad sexual, y muy en consonancia con esta la doble moral, los prejuicios, la fuerza de lo mediático, la ambigüedad de lo estético, las dificultades que enfrentan los artistas dentro de las de todo tipo que afectan a la población, etc.).

Esta vez Jazz retoma un método que ensayó en su ópera prima: las relaciones entre personajes de modo rotativo, alternativo, a veces desconocido, aunque implica nexos muy singulares, que develan fases, facetas, proyecciones… Cuatro muchachos de ambos sexos con distintas profesiones, niveles culturales e identidades eróticas se vinculan en torno a una exposición fotográfica en la galería Farándula (y metaforiza también el exponer virtudes y defectos, secretos y mentiras o medias verdades, manipulaciones y utilitarismos de todo tipo). Todos estos aspectos responden a una rica y variopinta realidad nacional la cual, sin embargo, la obra lamentablemente apenas roza, expone, sin profundizar.

Descuella el ingenio de los parlamentos y situaciones, la agilidad escénica con que Vilá los sube a escena (con el habitual dinamismo y sentido práctico, esta vez resuelve la variedad espacial mediante un par de paneles giratorios que descubren los distintos topos de la acción) y la fluidez de esos conflictos para formar un relato disfrutable de principio a fin, y abre zonas de interpretación apenas sugeridas en el texto, algo que se deja al espectador casi ciento por ciento. De este modo, sería recomendable una mayor cohesión dramatúrgica que permita la maduración tanto de situaciones como de personajes,  y así trascienda lo simplemente anecdótico y circunstancial.

Aunque alguna escena peca   de exceso ya sea verbal o físico, aterrizando un tanto en populismo desenfrenado —el primer encuentro erótico de Yoyo con Sara en la casa de ella—, por lo general esos aspectos se sortean con suficiente pulso.

Tres elencos alternan en Farándula y, aunque se aprecia un notable trabajo de equipo(s), siempre hay desempeños más destacados y a ellos voy a referirme. Esa sólida actriz de varios medios que es Yordanka Ariosa es sin lugar a dudas, la reina de las Elenas: con la pasión y el temperamento con que dota a todos sus personajes, su trabajo al caracterizar a la doctora recia en sus principios pero vulnerable en lo afectivo, es sinónimo, una vez más, de equilibrio, riqueza de matices y energía.

Carlos Busto (Omarito en la telenovela Latidos compartidos) trabajó su Lorenzo —fotógrafo gay, hedonista, simpático— desde la sensibilidad y la extroversión no carente de hondura. El Yoyo de Omar Rolando (quien antes de trabajar con Jazz Vilá Projects, se forjó en ese taller que es El Público, de Carlos Díaz) transmite el pragmatismo y la fanfarronería unidos a cierta ingenuidad de su muchacho provinciano que llega a la capital a «comerse el mundo» para lo cual emplea la bisexualidad comoarma exitosa.

Sara —enfermera sin escrúpulos, dudosa del alcance en su proyección erótica y, sobre todo, preocupada por las apariencias— encuentra dos actrices capaces: Anabel Suárez (iniciada en compañías como Rita Montaner y Berenjena Teatro) le aporta su frivolidad y desparpajo, aunque unos adarmes de menos le vendrían muy bien; y Camila Arteche (conocida por la telenovela Aquí estamos, pero sobre todo gracias a su actual labor como conductora de Bailando en Cuba), quien compone su personaje acentuando la sensualidad por encima de lo explosivo.

Con sus limitaciones (algunas de ellas perfectibles, superables) y abundantes aciertos, he aquí dos obras, dos puestas que representan un tipo de teatro popular, comercial incluso —¿por qué no?— absolutamente legítimo.

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