Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Cuando el festival viste de gala(s)

Despliegue de talento y realidades sociales revisten la presencia del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano

Autor:

Frank Padrón

Yuli y Roma son, sin lugar a dudas, dos de los títulos más esperados en esta edición del 40mo. Festival, como demuestran los pases que ya han tenido lugar en varios cines. Ubicadas dentro de la sección Galas, la primera, de la española Icíar Bollaín (Te doy mis ojos, Flores de otro mundo…) es, como se sabe, una suerte de biopic en torno a uno de nuestros orgullos dentro del universo danzario: el bailarín y coreógrafo Carlos Acosta.

Negro, humilde, luchando contra prejuicios ajenos y propios, logró superar todos esos obstáculos para convertirse en el primero que interpretara roles escritos originalmente para blancos, formar parte de elencos tan difíciles como el Houston Ballet o el londinense Royal y fundar entre nosotros su compañía.

La cinta logra atrapar con certeza los diversos ambientes en que se desarrolló el bailarín potencial, su infancia y orígenes, primeros contactos con la Escuela Cubana de Ballet, adolescencia, iniciales triunfos y contradicciones entre vocación —con todo su rigor— e impulsos junto a las más diversas tiranteces.

Para ello se apoya en rubros como la fotografía (Alex Catalán), la música del laureado Alberto Iglesias y un elenco muy competente, donde a más de quienes interpretan a la leyenda en varias etapas y planos (artístico/existencial) sobresalen personas importantes en su vida (el padre de Santiago Alfonso, la madre de Yerlín Pérez, la hermana de Andrea Diomeadiós, la profesora de Laura de la Uz…) que proyectan sobresalientes desempeños.

Sin embargo, Yuli revela también problemas en la edición: las frecuentes retrospectivas, las inserciones coreográficas (muy vistosas per se) no conocen, sobre todo en la etapa final, una feliz integración al relato, como tampoco lo están dentro del guion ciertas zonas familiares (la posible escisión de la familia, la repentina enfermedad de una de las hermanas); por otra parte, se tropieza uno con diálogos y parlamentos que suenan a frase hecha, a discurso.

A pesar de todo, hay momentos realmente emotivos, y el filme se recibe en general como el homenaje, más que a una persona en específico, a la tenacidad y el talento, a padres y profesores que saben valorarlo e impulsarlo, a toda una tradición de jóvenes bailarines que entre nosotros han luchado contra viento y marea por cristalizar sus sueños.

Roma, ciudad(ela) abierta, barrio peculiar en el DF de casas ricas donde las nanas llevaban buen peso en la educación de hijos ajenos, es otro homenaje: el de su director Alfonso Cuarón (Gravity) a esos seres de estratos inferiores, quienes como la protagonista, procedentes de culturas aborígenes, tenían también sus vidas, preocupaciones y conflictos propios, lo cual no les impedía ser sostén de los otros.

Avalada por premios importantísimos (León de Oro en Venecia, por ejemplo), el título reviste una connotación bisémica: es una franca reverencia al neorrealismo italiano con su expresivo blanco y negro fotográfico, sus plataformas rodantes, la austeridad de sus ambientes, los personajes marginales, las preocupaciones sociales.

Admira, de entrada, la feliz imbricación de los conflictos sociopolíticos de los años 70 en el plano familiar que ocupa el núcleo diegético del filme; la escena del supermercado en el que se encuentra la protagonista y en el que irrumpe la revuelta callejera donde participa el padre de su hija en formación, revela un dominio de la cámara, un manejo de multitudes, fuerza y sapiencia fílmicas; así toda la planimetría, la rigurosa ambientación.

Pero el filme se resiente por frecuentes problemas en la narrativa, desde los inicios —que no «agarran» con suficiente fuerza— hasta el final, con más de un segmento donde se aprecian trabazones y cacofonías y en general un devenir plano, sin suficiente despegue en las peripecias. Para destacar, los desempeños, comenzando por la doméstica de Yalitza Aparicio, actriz no profesional.

O grande circo místico (Presentaciones especiales), coproducción entre Brasil, Portugal y Francia del «cinemanovista», veterano en pleno ejercicio, Carlos «Cacá» Diéguez (Los herederos, Tieta de Agreste…), es la recreación en imágenes de un maravilloso disco que tuve en acetato con canciones escritas por Edú Lobo y Chico Buarque, las cuales reproducían, como anunciaba el LP desde su título, el ambiente circense más con una connotación esotérica, filosófica. Cinco generaciones a partir de 1910 y hasta hoy, con la guía de un ente llamado lúdicramente Celaví (remedando la eufonía de la conocida frase en francés C’estla vie), que atraviesa el tiempo sin envejecer.

Hallar aquel mundo poético y musical traducido en la pantalla décadas después de que saliera el registro sonoro (en algunos casos conservando sus intérpretes y arreglos originales, en otros actualizados y con distintos intérpretes) ha resultado una grata sorpresa, estoy seguro de que también para quienes no conocían el referente discográfico, al punto de que el público obvia el subtitulaje en inglés para entregarse al disfrute de la magia, la fantasía, las sucesiones generacionales, los siempre caros personajes circenses, los dilemas éticos, eróticos, familiares que su bien urdida trama revelan con una visualidad deslumbrante, una admirable dirección de arte y un sonido sin cuya nitidez y precisión no llegaría a plenitud el mundo representado, junto a extraordinarias actuaciones (Jesuita Barbosa, Bruna Linzmayer, Rafael Lozano, Antonio Fagundes, Vicent Cassel…).

Galas y presentaciones especiales en una edición festivalera que viste de largo desde sus primeros días.

Habana de Película. Fotos: Abel Rojas Barallobre.

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