Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Un brindis desde la escena

El Menjunje Teatral es uno de los más cálidos, inclusivos y disfrutables encuentros de su tipo en el país. Así lo demostró su más reciente edición

Autor:

Frank Padrón

Sin desdorar otros encuentros semejantes de la capital y diversos puntos del país, el Mejunje Teatral es acaso el más cálido, inclusivo y disfrutable, y uno se pregunta si el espíritu de ese caserón de inmenso patio y algunas habitaciones bajo techo no tendrá que ver en ello. Esta edición recién finalizada, que al igual que todas celebró también el cumpleaños de la institución (¡36 ya!) dividió su programación en agrupaciones y obras del occidente y el oriente del país, con lo cual pretende ofrecer un panorama de lo más representativo del quehacer escénico insular.

Desde la festiva arrancada con Las amargas lágrimas de Petra von Kant (El Público) hasta la despedida mediante el camagüeyano Teatro del Viento y su flamante No tengo saldo, se trazó un arco de estilos y poéticas que permitieron comprobar, más allá de calidades individuales, la buena salud que goza el teatro cubano, a pesar de las conocidas dificultades materiales y de otro tipo que arrostran sus hacedores.

Dentro de lo encomiable figura la compañía anfitriona, que bajo la guía del líder tanto del festival como de El Mejunje, el incombustible Ramón Silverio, presentó algo de su más actual repertorio. Después de la Z, sensible drama carcelario de Elio Fidel López en puesta de uno de sus actores, Yoany Sánchez, discursa con elocuente letra y economía de recursos, ágilmente dispuestos, acerca de tesoros que pueden encontrarse en circunstancias y personajes al límite; o Yisel, que protagonizado y dirigido por la carismática Idania García, combina títeres y actrices con gracia y coherencia, sin olvidar la recuperación del cabaré desde la escena que la compañía viene haciendo con apreciables frutos, en ese Yo me incluyo (esta vez sin una de sus valiosas artífices, la recientemente desaparecida Cintia), donde comediantes como Caramelo consiguen un diálogo fluido y enriquecedor con los agradecidos asistentes.

Bien se sabe que en este terreno El Portazo, de Matanzas, bajo la guía de Pedro Franco, ha dado pasos de gigante, y aunque esta vez No puedo, tengo ensayo significa esencialmente un avance de su próximo estreno, la mezcla atinada de expresiones interdisciplinarias, el reciclaje de elementos de la cultura camp y pop, así como la interacción estrecha con el público, siguen constituyendo cartas de triunfo.

También El Mejunje se ha destacado por recibir muestras de espectáculos más intimistas, en la cuerda del café-concert, para lo cual la sala Margarita Casallas, aunque siempre insuficiente, genera un ambiente cálido y propicio. Volver a disfrutar de Las venas abiertas, por el villaclareño Teatro de la Rosa, que centralizan su directora, la actriz Roxana Pineda y los excelentes músicos que la acompañan, significó un banquete de canciones y poemas del acervo latinoamericano en un espectáculo magistralmente armado y cohesionado, algo que lamentablemente no puede afirmarse de Estaciones del amor (Escambray, Rafael González) pues aun con el esfuerzo de sus jóvenes actores por defender piezas que muchas veces les sobrepasaban en sus condiciones, se aprecia la ausencia de una mejor elaboración dramatúrgica en la alternancia de textos (demasiado pocos) y música, por lo cual no pasa de un recital sin suficiente enjundia teatral.

Finalizando las funciones fue posible asistir a actuaciones de agrupaciones locales prestigiosas como Los Fakires o el cabaré de la Trovuntivitis, aquellos intentando suplir la impronta prácticamente insustituible de Cascarita; estos combinando trova, humor, parodia con algunos de sus miembros e invitados de las nuevas hornadas.

También el evento permite aplaudir verdaderas clases magistrales de actuación, como la ofrecida por Mayra Mazorra en el homenaje que Jorge Mederos dedica a la imprescindible Celeste Mendoza (En privado con la Reina) o por Miguel Fonseca dirigido por Rubén Sicila (Teatro del Silencio) en una profunda Huella de Caín, ambos premios Caricato de la Uneac.

O, entre las actividades colaterales, comprobar los rumbos de un teatro más experimental, en la obra Peregrino, sobre la base de textos que enlazan a tres líderes sociales: Jesucristo, Martí y el Che. La puesta de José Brito no ha conseguido, sobre todo en la primera parte, una verdadera integración tanto escritural como escénica de los segmentos incorporados, tendientes a demostrar las indudables coincidencias en las prédicas de los legendarios personajes. Se precisa de una elaboración dramatúrgica más sólida, que también lime desigualdades en los desempeños histriónicos, a pesar de lo cual resulta una experiencia notable por su originalidad y hondura.

Mejunje Teatral facilita siempre el encuentro con el pujante movimiento de teatro infantil en toda Cuba, tanto así que vamos a dejar este análisis para un próximo texto, pero de todos modos debe resaltarse aquí la personalidad y alcance de colectivos como Papalote y Mirón Cubano (Matanzas), el Guiñol local y el de Cienfuegos, Teatro sobre el camino (Santa Clara), Dador Teatro (Sancti Spíritus), Guerrilla de teatreros y Pequeño Príncipe (Granma) y Océano (La Habana), que ofrecieron funciones no solo disfrutables por los más pequeños, sino también por los adultos, como todo teatro para niños que se respete.

Y hablando de público, valga señalar la fidelidad y constancia del que colma desde la mañana a la noche las butacas y gradas de las salas mejunjeras o el Guiñol, sobre todo jóvenes a quienes da gusto verles interesados en la variada programación, en lugar de perder tiempo con el reguetón banal que algunas noches reina en la rotonda del Parque central. Para ellos, y también para los otros, los muy mayores que tampoco pierden ni un día la magia de la escena, trabaja incansablemente la tropa de El Mejunje todo el año, algo que aflora peculiarmente en estos días cuando el Mejunje Teatral nos recuerda cuánta vida y riqueza espiritual nos reporta el arte de Tespis.

En privado..., con Mayra Mazorra. Fotos: Jorge Luis Domínguez

 

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