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La poesía que lo hace eterno y nos bendice

Desde las primeras horas de este domingo, las redes sociales se han hecho eco de la tristeza colectiva por la muerte del notable creador cubano Sigfredo Ariel (Santa Clara, 1962-La Habana, 2020)

 

 

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

«Ha muerto un enorme poeta, un ser humano generoso y risueño, un gran investigador y promotor de la música cubana, un dibujante exquisito, un amigo entrañable. Sin su obra no podríamos explicar nuestra cultura y nuestra Isla. Las décadas recientes, ¿cómo entenderlas sin él? Llevo toda la mañana releyéndolo, junto a mi madre. Redescubriendo el patrimonio que es su escritura. Cada libro, una joya: fue un maestro en el arte de componer (algo tan difícil como) un libro de poesía. Con su tono coloquial, con la aparente sencillez de su sintaxis, con esos vínculos secretos y brillantes que solo la sutileza y el buen gusto crean, su obra nos abraza y nos sobrecoge».

El dramaturgo Abel González Melo, ganador en la categoría de teatro de la más reciente edición del premio Casa de las Américas, por Bayamesa.  Réquiem por María Luisa Milanés, estuvo entre los tantos que este domingo se mostraron conmocionados en las redes tras conocerse la noticia de que el cáncer había dejado inerte el cuerpo del creador multifacético Sigfredo Ariel. Allí, en Facebook, el autor de Chamaco, Talco y Mecánica aseguró que iba a recordarlo siempre «hermoso, sonriente, lleno de luz. Con tus poemas crecí, con ellos supe de la belleza y la agonía del amor, de los rincones insospechados de la patria, de sus temores inconfesos. Tus versos me enseñaron el costado más íntimo de la gran gesta de la vida. También la dimensión salvadora de nuestra lengua. Demasiado pronto te vas, amigo. Tus palabras no dejarán de iluminarme nunca. Nos queda el recuerdo de tu mirada y la certeza de tu poesía, que te hacen eterno y nos bendicen».

Confiesa Rafael González Muñoz, presidente de la Asociación Hermanos Saíz (AHS), que solo atinó a hacer una llamada para confirmar la noticia «y era terriblemente cierta. Han pasado dos años desde que ambos compartiéramos junto a Francisco López Sacha en Matanzas, qué tardes aquellas. Eran días de feria… me dedicaste Todos los hierros y yo te regalé Medea en el jardín, títulos con los cuales obtuvimos el premio José Jacinto Milanés. Ese premio fue muy importante para mí, sobre todo porque me permitió compartir contigo varias veces y escucharte hablar de poesía, de ilustraciones, de música, de Cuba y sus intelectuales. Quedaron pendientes otros encuentros, Sigfre… no obstante, gracias, bróder, por la luz…».

Carlos Celdrán, el premio nacional de Teatro, recordó «cuando vino al teatro, me esperó al finalizar la función de 10 millones y me dijo, “hay que publicar este texto, hablo ya con Zaldívar para que salga en Ediciones Matanzas”, y así fue. Lo conocía desde siempre sin que fuéramos íntimos, atento a todo, su presencia atravesó la vida de esta ciudad. Lo descubres cuando miras atrás y lo ves en tantos sitios a tu lado, vivo, brillante, entusiasta, simpático, tan cubano. Como me dice Julio Carrillo Hernández, él vivió muchas vidas».

Muchos prefirieron homenajearlo con sus versos. Algunos eligieron: Habrá quien de estos versos saque una canoa y/ entre al mar pues ya he sentido en mi espalda su/ callado impulso y siempre habrá quien de estos/ versos edifique una tarde incomprensible para mí/ entre sus desconocidos en lugares que no veré/ rodeado de palabras que serán extrañas y siempre/ habrá quien suponga la nada de estos días y trate/ de cortar con un cuchillo esta rueda de humo... Otros: Los negritos y blanquitos/ del vecino barrio marginal/ se deslizan por los pocos mármoles/ que quedan del antiguo club marítimo/ intervenido a nombre de un notorio/ sentimiento popular y más tarde/ abandonado, digamos/ a su suerte./ Se suponía que en esta fecha patria/ no existiera el barrio marginal/ que ha crecido y crece con soltura/ en los márgenes de grandes avenidas/ por las cuales entre otros/ vehículos privados/ pasan los mismos cadillacs/ y chevrolets de hace/ setenta años. Y la mayoría: Y se borrarán los nombres y las fechas/ y nuestros desatinos/ y quedará la luz, bróder, la luz/ y no otra cosa...

El poeta Arístides Vega, coterráneo de Sigfredo Ariel, siente que «no hay consuelo alguno, ni palabras justas para un momento como este. Pido paz y luz para quien fue tan creativo que no hubo nada de lo que hiciera que no tuviera real trascendencia; poesía, crónicas, acercamientos a la música y sus protagonistas, producción de discos, guiones para el cine, la televisión y la radio, cerámicas y dibujos. A su hermana y sobrinos, personas que quiero, a sus amigos y lectores mi más sentido pésame».

La noticia también fue un duro golpe para la investigadora, productora, musicógrafa y escritora Rosa Marquetti, quien se resistía a creer que había muerto «un amigo, un talento renacentista, un poeta admirado, un escritor e investigador a quien la música cubana debe mucho, muchísimo. Con él aprendí a descubrir zonas del son cubano que solo una inteligencia prodigiosa como la suya podían encontrar. Me quedé con ganas de conversar más contigo, querido Sig. Siempre te lo dije y lo digo ahora: gracias por tu amistad y por confiar en mí. Nunca olvidaré que, entusiasta, accediste a presentar mi libro, el libro de alguien que comenzaba en esto de investigar y escribir sobre música. Siempre guardaré emocionada tus palabras de aquel día... Tu obra grande trasciende tu partida».

«No. No puede ser», escribió Nelson Simón en Facebook. «Este es uno de mis amaneceres más tristes. Por primera vez me faltan las palabras. Te las has llevado todas, Sigfre. Espero que algunas vuelvan. Ahora solo me dejas un poco más solo. La inconformidad y el llanto».

«Dime que ya eres libre como es el viento...Yo sé que eres libre, y luminoso, y feliz, y dueño del secreto supremo ahora mismo...», se «despedía» de su amigo, René Espí Valero.

«Y sé que andas, traje dril cien cortado por Bernabeu, trago en mano; escuchando en directo aquellos sones del Habanero. Míticas manos destilando son sabroso... y tú deseando compartir el milagro. Lo sé bien.

«Y que Albis, y el Blado aguardaban, pegados a la vitrola, rebosantes, como siempre, a 78 rpm, con los rayos del alma más briosos y aguzados.

«¡¡¡Caballero... espérenme!!!

«Claro que ahí estás, en un bailable del Conjunto Casino, dedicándote el gigante cienfueguero ese bolero moruno que tanto disfrutas y que siempre sentiste moderno porque eres un lince, mi hermano.

«Ahora que eres libre tienen más sentido esos hilos poderosos, finos y traslúcidos del ron, el rayo, la centella, el hondo golpe de los cueros, y el grandioso misterio...

«La luz, bróder... la luz... y ese son... mi hermano... otra vez... anunciando abrazos con los secos y policromados latidos de las maracas y el bongó... y a la vuelta de sus redondos destellos, ahí estaremos de nuevo».

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