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El corazón, ese cazador solitario

Diversos títulos de los que corren por estos días en los cines capitalinos o la televisión recrean los lances de Cupido desde distintos ángulos

Autor:

Frank Padrón

Las relaciones eróticas son un tema recurrente en el cine de todos los tiempos y lugares, por lo cual los títulos que tienen el viejo motivo como tema central o subtrama abundan entre las propuestas festivaleras.

Esas difíciles relaciones entre dos, que a veces se complican más incluso con tres —y no hablo solo de los frutos de la unión— recuerdan la novela de Carson McCullers, El corazón es un cazador solitario, también llevada al cine, donde la sordera del protagonista, sus obsesiones y conflictos nos advierten que aun concretándose, realizándose en el otro, el amor es un acto que se gesta y se sufre en soledad.

Diversos títulos de los que corren por estos días en los cines capitalinos o la televisión —con su programación especial en el marco del evento— recrean los lances de Cupido desde distintos ángulos y variantes.

Marcos Berger es un realizador argentino que se ha especializado en el homoerotismo masculino desde diferentes ángulos (el deseo encubierto entre presuntos heterosexuales que lo escamotean y subliman; la relación disfuncional que implican la bisexualidad o la no asunción; la dificultad para iniciar un vínculo que se insinúa y no se concreta…) en títulos como Plan B, Taekwondo o Un rubio, con resultados desiguales. 

Ahora está presente en el Festival con su reciente El cazador, que se concentra en el universo adolescente, cuando la búsqueda por un jovencito gay de amantes ocasionales que parte de su hábitat suburbano a la imponente ciudad, se torna una irónica ecuación de cazador/cazado, dentro de un aire de thriller —igual conformador de su recordado Ausente— que bien calza en esta ocasión las coordenadas del texto fílmico (aunque quizá la música habitual en el género se antoje algo incisiva, tal vez con intención paródica y por tanto deliberada).

Muy vinculado con las redes sociales, con el peligro que estas implican para la privacidad y la manipulación, sus tendencias de negocio porno y de pedofilia (el filme parte de hechos reales), el relato incorpora tales códigos, diseñando una interesante narrativa que los trasciende.

El habitual hedonismo plasmado por Berger (esta vez más sugerido que explícito, quizá por tratarse de adolescentes), la morfología de planos largos dentro de un tempo lento que invita a saborear cada (no) acción, se detienen en el misterio del despertar sexual, los roces, la contemplación y las intenciones secretas que esconden frecuentemente actitudes torcidas y censurables, de modo que —como siempre en su cine— la sexualidad, por muy vehemente y legítima que sea, detenta un trasfondo de responsabilidad ontológica y ética. También el realizador focaliza el nexo, con frecuencia débil o errado, entre padres e hijos, mucho más cuando estos últimos desarrollan una sexualidad no heteronormativa, lo cual tiende a multiplicar la dificultad del trato y genera resultados negativos.

Berger se crece en su nuevo filme, acusa madurez cinematográfica discursando no solo en torno a la sexualidad que emerge sino sobre la responsabilidad individual de adultos y jóvenes.

De Argentina nos llega asimismo otra de rifles, pero tan reales como metafóricos: El silencio del cazador, de Martín Dezalvo (Unidad XV, El padre de mis hijos, Las mantenidas sin sueños…).

Un guardabosques que persigue cazadores furtivos (Guzmán) y Orlando (líder de ellos): un colono apreciado en la zona, no solo se enfrentan por tales acciones sino por un enlace común: Sara, médica rural casada con el primero y expareja del segundo. Un mítico jaguar desatará no únicamente encontronazos de tipo profesional sino erótico: los sentimientos de la mujer son contradictorios respecto a ambos rivales.

Dezalvo abraza la estructura del western aunque elige la selva sudamericana, concretamente en Misiones; valga resaltar la construcción de un espacio semantizado que reproduce la aridez y profundidad de los caracteres y pasiones en juego. Ha conseguido imbricar con mano maestra lo individual y lo social anclados al contexto y el tiempo: en su motivador discurso —que aunque tarda un poco en despegar desde su conflicto, engancha hasta el final cuando ello ocurre— se abordan el caciquismo, las diferencias socioeconómicas, la corrupción a la que se enfrentan la honestidad y el celo, la lucha encarnizada entre modernidad y tradición, todo atravesado por el hilo potente del triángulo amoroso, incluido el canónico «duelo final» propio del oeste que, como decía, sirve de traje genérico al filme.

Superlativa ambientación, manejo del suspense, de una cámara escrutadora e inteligente que sabe fundir los planos simbólico y literal (la pulsión salvaje de los encuentros sexuales como prolongación de la caza y «contracaza» de los personajes masculinos) y duelos actorales de no menor peso (Pablo Echarri, Alberto Ammann, Mora Reclade…), convierten este «silencio» en un grito prolongado y apasionante.   

Pero si de ello se trata, el Panorama Contemporáneo Internacional presenta entre sus títulos más sugerentes Passion simple, coproducción francobelga sobre la (dis)pareja que forman una profesora francesa de literatura, separada y con hijo adolescente, y un diplomático ruso, casado y algo más joven en el París actual.

Partiendo de la novela homónima de Annie Ernaux, la realizadora libanesa Danielle Arbid (autora, entre otros, del laureado filme Peur de rien, de 2015) sigue los descalabros de un vínculo desigual. No importan mucho las diferencias etarias, culturales y étnicas que existen aquí sino la disparidad en los sentimientos y concepciones acerca del amor: ella es apasionada y profunda, se entrega toda y se involucra sentimentalmente al punto de negarse, de abandonar su vida equilibrada y estable para vivir en función del otro, que aunque tierno y eficaz en tanto amante, es a la vez frío y centrado, y solo vive la fugacidad e intensidad de los encuentros.

El filme trasunta una poesía desbordante, y aunque el punto de vista es femenino —tanto por la fuente literaria como por la mano directriz—, las reflexiones que comparte van mucho más allá del género. Arbid logra resolver y trascender las propuestas del narrador literario mediante un trayecto ciento por ciento cinematográfico, donde es un hecho el vuelo imaginal que logran la fotografía (Pascal Granel) y la intencionalidad de una cámara rica en primeros planos, generales y medios, de gran expresividad (resultan decisivos los muy frecuentes que revelan la plenitud sexual de los amantes en esos torneos de descubrimiento propio y mutuo) y una banda sonora rica en bellas canciones de varias nacionalidades que refuerzan la multiculturalidad y agudeza en los diálogos, que complementan con sus textos. A ello se suman las actuaciones, sobre todo de la francesa Laetitia Dosch, quien borda de matices y transiciones su mujer atormentada por una pasión que la consume y no logra controlar.

Viene siempre a cuento entonces la McCullers, recordándonos que el corazón es un cazador cuyas flechas se vuelven con frecuencia contra sí mismo.

Passion simple,  coproducciòn francobelga dirigida por Danielle Arbid

 

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