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No hay quien se coma el panal

El equipo de Santiago de Cuba se convirtió en el primer bicampeón de la categoría. Volvió a exhibir su poderío al bate frente a los lanzadores de Villa Clara

Autor:

Norland Rosendo

Ganó el rey. Como si sus bates estuvieran peleados a muerte con las pelotas, los jugadores santiagueros les volvieron a dar con furia en un partido larguísimo —por el tiempo, no los innings— que duró cerca de 270 minutos, en los que hubo de todo un poco, y al final vio coronarse al mejor equipo durante toda la temporada.

Del juego hablaremos, pero antes, unas líneas para el monarca. Desde el día inaugural dejó constancia de que venía por retener el cetro. El director Eriberto Rosales sabía que en sus manos contaba con una pléyade de talentos, muchos de los cuales habían subido a lo más encumbrado del podio en 2016. Su arma fundamental era el bateo, una tanda como ninguna otra en el torneo, capaz de voltear marcadores con un solo batazo, con nombres que, sin dudas, harán historia en la pelota santiaguera y hasta nacional: Oscar Luis Colás, Lionard Kindelán, recordista en jonrones (13 sumados los dos de ayer) y carreras impulsadas (54), Yoelquis Guibert, Sergio Barthelemy, Dasiel Sevila, Luis Veranes, Yery Martínez...

Tenía también a Ulfrido García, un zurdo que ya está en el equipo Cuba, y a otros lanzadores que deben apuntalar la recuperación de la novena grande de las Avispas en las próximas series nacionales.

Fue el único elenco que nunca tuvo en peligro su clasificación a la postemporada. Vio a los demás fajarse por los boletos, mientras ellos tenían seguro el pasaje y la condición de locales para todos los play off en que estuviera. Cuando Colás partió para su contrato en Japón y Ulfrido y Guibert fueron llamados a la preselección nacional, los indómitos se crecieron y evitaron un descenso brusco en el comportamiento.

Si ganó el mejor, también merece elogios el equipo de Villa Clara, que por primera vez llegó a una final. Su pitcheo fue incapaz de ponerle freno a la joven Aplanadora oriental; ni siquiera pudo hacerlo su mejor carta, Javier Mirabal. Ariel Pestano, manager debutante, dejó una grata impresión; tiene talento para ser tan virtuoso en esa tarea como lo fue en la receptoría.

Y ahora veamos algunos flashazos del juego sabatino, el del adiós:

—Los bateadores santiagueros supieron hacer los ajustes pertinentes en el home para conectar los envíos por la esquina exterior con los que Mirabal los estaba dominando. Luego, un batacazo, el primero de los dos de Kindelán, decretó su salida del montículo en el quinto acto. Y sin él en el box, las opciones de éxito aumentaban 40 por ciento para los anfitriones.

—Igual que el viernes, los nueve regulares conectaron hits por los triunfadores, con Kindelán llevándose las notas más sobresalientes: tres incogibles, dos de ellos vuelacercas y siete remolques.

—Rosales no se guardó nada para un supuesto tercer duelo. Utilizó su mejor bullpen (José Carlos Barbosa y Florencio Maletá) para asegurar el campeonato en dos juegos. Aplaudo su estrategia.

—Los del centro exhibieron garra, como aquellos Leopardos históricos de Santa Clara en la década de los 20 y el Villa Clara de los 90, ambos del siglo pasado. El uniforme del camarero Duviel Zamora, más fango que color naranja, lo dice todo. Empataron a cinco, pero se quedaron cortos.

—Sin control, los relevistas, en vez de agua, echan más leña al fuego. Pregúntele a Eddy Howard Díaz, quien en el séptimo regaló dos pasaportes gratis, el segundo sirvió para que los orientales marcaran «de caballito» y pudiera batear el cuarto bate, el muchacho que, como su padre, suena la bola igual que si fuera un tambor.

—Cuando el out no es out el rival no perdona (y ni la suerte ayuda). El inicialista de los centrales perdió, quizá con el sol, un palomón de Kindelán que hubiera dejado en solo dos carreras la desventaja en la pizarra. Perdonado, el hijo de Orestes conectó otro palomón, pero ese sí cayó en tierra de nadie en los jardines y otros dos compañeros suyos pisaron la goma. Fue, a mi juicio, el lance de la victoria y la que «desmoralizó» a la visita.

—El abridor por las Avispas, Digney Arévalo, definitivamente le tiene fobia al quinto inning. En la semifinal, tras una actuación cómoda, explotó en ese acto sin sacar out y con ventaja; ayer le sucedió lo mismo.

—Curioso: Mirabal, igual que en el cruce ante Matanzas, ponchó a seis en los dos primeros innings, pero esta vez le intercalaron par de anotaciones.

Terminó la cuarta edición del torneo sub-23. Las dos primeras las ganaron equipos de occidente: Artemisa y Habana; las últimas, el mismo representante del este, Santiago de Cuba. Ya se habla de cambios para la quinta. Un campeonato tan necesario siempre tiene que pensar en mejorías. El béisbol y la afición las agradecen.

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