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Cuando la cigüeña llama temprano

En Cuba, la prevención del embarazo no planificado en adolescentes ha estado entre las prioridades del país durante décadas; sin embargo sigue siendo una brecha  que, lamentablemente, hiere

Autor:

Monica Lezcano Lavandera

Las niñas no deberían ser madres. Ni aquí, ni en ningún otro país o contexto. Las niñas —como los niños— tienen el derecho a madurar y crecer sin obstáculos. Esta verdad, que pudiera parecer de Perogrullo, no encuentra realización en todos los hogares. Abundan los casos en los que las adolescentes enfrentan el complejo camino de la maternidad, muchas veces, por falta de orientación o apoyo, o por circunstancias desagradables.

No es un tema nuevo, por el contrario, ha estado entre las prioridades del país durante décadas, en la prensa, en las escuelas, en los medios de comunicación. La asertividad en el tratamiento a esta problemática ha sido diversa, pero ha estado ahí, de la mano de los sistemas de planificación familiar del Ministerio de Salud Pública (Minsap), el Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex), la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) y otros espacios.

Entonces, ¿por qué no disminuyen las cifras?

Un análisis a las estadísticas de los últimos 20 años demuestra hay una tendencia al aumento en la contribución de los embarazos tempranos a la fecundidad global de la nación. Alrededor del 16 por ciento de los nacimientos en Cuba al cierre de 2019 los aportaron madres menores de 20 años de edad, para una tasa de fecundidad adolescente de 52,3 nacimientos por cada mil jóvenes entre 15 y 19 años de edad.

El embarazo adolescente sigue siendo una brecha que lamentablemente hiere a nuestro país. Las cifras de Cuba, aunque no resultan alarmantes si se comparan con el resto de América Latina y el mundo, reflejan la realidad de muchas niñas que ven frustrado —o al menos pospuesto— su futuro.

De acuerdo con Matilde Molina, subdirectora del Centro de Estudios Demográficos (Cedem) de la Universidad de La Habana, no hay un único factor que explique el tema de la fecundidad adolescente. Para comprenderla se deben realizar estudios intersectoriales. Sin embargo, se identifica un patrón a partir del cual las adolescentes negras, con bajos niveles socio-económicos, no vinculadas al estudio y trabajo y sin vínculo conyugal, son más vulnerables a presentar embarazos tempranos.

Según Francisca Cruz, responsable del Grupo de Trabajo para la salud adolescente del Minsap la mortalidad materna en adolescentes es baja, pero importa. «La mayoría de las adolescentes que fallecen durante el parto tienen una condición de salud asociada. Muchas veces, no cumplen los tratamientos previos para controlar estas condiciones», dijo.

A ello se suma que el 30 por ciento de los fallecidos menores de un año en el 2019 —debido a complicaciones durante el embarazo, el parto o después— eran hijos de madres adolescentes. Muchas muchachas no están preparadas para la maternidad y paternidad suele ser una incógnita.

Entonces viene la negligencia, los accidentes, estos niños se enferman más, a pesar del sistema de vacunas, comentó la  pediatra.

En un país donde el acceso gratuito y de calidad a la salud y la educación urge analizar cuáles son las causas de estos altos indicadores, pues la formación de una familia no es una acción que corresponda a la adolescencia, coincidieron las expertas.

Situaciones como el embarazo o las uniones tempranas interrumpen el pleno desarrollo de las adolescentes. Las cifras indican que el 57,8 por ciento de estas muchachas dejan los estudios del 7mo. al 9no. grado. Mientas, solo el 25 por ciento alcanza el nivel preuniversitario. La mayoría, el 84,1 por ciento, se desempeña como ama de casa.

Como consecuencia —alertó la subdirectora del Cedem—, no tienen autonomía física, política, económica y en la toma
de decisiones antes y después del parto.

Muchas de ellas deben enfrentar el embarazo y la maternidad solas, pues gran parte de las uniones se rompen y algunas no llegan ni al término de la gestación, sobre todo en el grupo de 12 a 14 años.

Según el último informe del Estado de la Población Mundial del Fondo de Población de Naciones Unidas, el número de mujeres sin acceso a una planificación familiar,
el aumento de embarazos no planeados, la violencia por razones de género, la desaceleración económica y, por ende, el aumento de los niveles de pobreza podrían incrementarse en los próximos meses debido a la pandemia por la COVID-19.

El cuerpo de las niñas, adolescentes y mujeres no es una fábrica como aparece en los retos de Facebook, y ser madre no es una meta obligada. Queda mucho camino por andar aún, sobre todo con el auge de sectores conservadores que –aunque pocos- intentan quitarle legitimidad a la educación sexual desde edades tempranas, o argumentan tabúes sobre el aborto.

Prevenir siempre ha sido la mejor opción. No estamos en condiciones de dar por sentado que ya se sabe todo sobre las consecuencias de un embarazo temprano, pues la realidad nos demuestra lo contrario.

Si bien Cuba exhibe uno de mejores indicadores en cuanto a estas acciones en América Latina, resulta imprescindible seguir educando a las y los adolescentes en el país con respecto a la responsabilidad en pos de una eficaz salud sexual y reproductiva, así como involucrar activamente a las familias y la sociedad en general en esta batalla.

Así contribuiremos a erradicar las condiciones que limiten empoderamiento femenino y reproduzcan las inequidades de género desde muy temprano en la vida de
niñas, mujeres y adolescentes y frenen el ejercicio de sus derechos.

*Las opiniones de las expertas fueron tomadas de un panel realizado, recientemente, por el Fondo de Población de Naciones Unidas en Cuba, sobre los actuales desafíos en cuanto a las uniones tempranas, formalizadas o no, y el embarazo adolescente.

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