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Como un hombre en flor

José Antonio de la Osa, para muchos, fue el perfeccionista periodista del diario Granma que proponía una Consulta Médica minuciosa. Pero fue más que eso... Su fallecimiento representa una sensible pérdida para el periodismo revolucionario cubano

Autor:

Ana María Domínguez Cruz

Para mí fue más que el exigente profesor, el hombre respetable por su entrega al trabajo, el «fuera de serie» por hacer de la puntualidad una cualidad inquebrantable. Fue como el hombre en flor, que nunca se marchita, y recuerdo entonces a Marcel Proust, y a Anais Nin, y a Ernest Hemingway, y a Mozart… en fin, a tanta savia compartida desde su sapiencia, que dudo mucho, aun ahora, que haya muerto.

José Antonio de la Osa, para muchos, fue el perfeccionista periodista del diario Granma que proponía una Consulta Médica minuciosa. Con previo y profundo estudio del tema, indagaba, entrevistaba, redactaba con exquisitez y sabía de la importancia de lo que hacía para los miles de lectores que seguían su columna.

Pero fue más que eso. Fue el extraordinario taquígrafo que te hacía entender que «aunque estemos en tiempo de grabadoras digitales y celulares, cuando eso no esté y haya que tomar al vuelo una conversación, siempre un papel y un lápiz serán mejor usados».

Con él aprendí los trazos de la Pittman, «corrí» con el bolígrafo y gané en velocidad y armé listas de libros para leer, música para escuchar y reflexiones para crecer. De la Osa era, justamente, esa persona que, con mirada honda y sonrisa pícara, te daba las herramientas para querer la vida y saberla vivir.

Desconozco de su vida personal sus logros y fracasos, pero me basta con saber de sus ganas de superarse desde que era muy joven y, comenzó sus trabajos como taquígrafo. Estudió más e hizo de cada día un aprendizaje y su prestigio y reconocimientos le trajeron las alegrías que merecía, aunque muchas les faltaron, eso pienso

Maleta en mano, pasos largos, ropa lisa, firmeza en cada gesto, serenidad en sus palabras… Todo lo que de él pudiera decir es bueno porque así lo viví, así lo percibí y así quiero recordarlo. Porque nos enseñó a todos en aquella aula que no se puede ser un excelente profesional si no se es buena persona antes; que no se puede aspirar a ser mejor si no nos levantamos temprano para aprovechar el día; que perder el tiempo equivale a restarse oportunidades; que lo material sobra y que la perseverancia es la madre de todo triunfo. Entre trazo y trazo, de la Osa nos habló de responsabilidad, de disciplina, de poesía, de amor, de caminos, de valentías…

Confieso que al leer de su fallecimiento, hurgué entre mis papeles en busca de una crónica que escribí para él y por él hace años. Con mi puño y letra, en algún papel que no encontré, estaba aquel texto titulado El rostro de la vida. Era el suyo el que he imaginado siempre cuando pienso en la existencia que vivo y en la que quiero construirme, y aunque hace mucho tiempo que no hablábamos, y lo lamento profundamente, siempre fue el referente recurrente, en silencio, de mis pensamientos.

Tal vez porque era muy joven cuando lo conocí y ya sabemos que a cierta edad, uno se deslumbra más que en otros momentos de la vida. Quizás no por eso, y sí porque él era como un hombre en flor, que nunca se marchita, y que hoy me cuesta creer que ya no está.

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