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Porfiada escapatoria de Terry William

A pesar de todos los contratiempos en su realización, El imaginario del Doctor Parnassus terminó siendo una película típica del prestigioso realizador norteamericano, estrafalaria y sobrecargada, recreación de delirios y quimeras

Autor:

Joel del Río

EL cine del realizador norteamericano Terry Gilliam, cuya película reciente El imaginario del Doctor Parnassus se encuentra en salas, y presumiblemente videotecas de todo el país, se ha caracterizado, durante cuatro décadas, por el cultivo de la paradoja oscura, el grotesco, la sátira y el humor renegrido y altisonante. En su eterna voluntad de mostrar los costados menos amables y complacientes de las épocas y los mitos, Gilliam también se ha dejado seducir por el poder de fascinación que tales épocas y mitos entrañan.

Pero antes de escribir una palabra sobre El imaginario del Doctor Parnassus debemos recordarle al lector que a Terry Gilliam le debemos, por solo mencionar unas pocas películas notables, la biografía demencial de Los hermanos Grimm (2008, reinterpretación de los cuentos fantásticos que ellos escribieron), una buena combinación de futurismo apocalíptico y cine de acción y aventuras como Doce monos (1995) o Bandidos del tiempo (1981), una de las mejores películas fantásticas de su época, amén de la reflexión sobre la historia de la civilización occidental que es la desencantada y pesimista Brasil (1985) —la cual gozó de un estatus de culto en los años 80—, y las comedias anacrónicas y de burla a los tiempos del cristianismo y de la Edad Media que son El Santo Grial (1974) y La bestia del reino (1977), las cuales confirmaron el mundial reconocimiento al grupo humorístico británico Monty Python, donde Gilliam era el único miembro norteamericano.

El imaginario del Doctor Parnassus es una película de fantasía para adultos, representación de los sueños, de las que sugiere la existencia de mundos paralelos al cotidiano y contingente que habitamos. Añádase que fue escrita a cuatro manos por el director y por Charles McKeown, ambos considerados especialistas en el género especulativo y fantástico, sobre todo a partir de Brasil y de Las aventuras del barón Munchausen (1988), donde trabajaron juntos. Vale aclarar que El imaginario... quedó inconclusa por la muerte de su protagonista Heath Ledger (Brokeback Mountain) y debió adquirir otro giro anecdótico con vistas a que la película llegara de alguna manera a la etapa de conclusión y a las salas.

El filme nos presenta a una troupe que cabalga entre la compañía teatral y el circo ambulante, cuyo líder es un actor inmortal, como de mil años, llamado Doctor Parnassus, que interpreta el veterano actor británico Christopher Plummer. Detrás de los telones del teatro se oculta un mundo donde los visitantes deben escoger entre el bien y el mal. El Doctor Parnassus ya hizo su elección: concibe un trato con el Diablo (Tom Waits) para que los miembros de su compañía exploren su imaginación mediante un espejo mágico, mientras que el Diablo recoge lo que le pertenece según el acuerdo: la hija del doctor (Lily Cole). Entonces la compañía, ayudada por un misterioso forastero llamado Tony (interpretado a veces por Heath Ledger, y también por Johnny Depp, Jude Law o Colin Farrell) embarca hacia mundos paralelos para rescatar a la muchacha.

Cuatro actores interpretaron el papel de Tony porque, como recordará el lector cinéfilo, Heath Ledger, el actor primero y único que tenía el papel, falleció de una sobredosis de medicamentos, de modo que tres de los astros más famosos y populares del momento se sumaron al proyecto, para concluirlo, y asumieron el rol del héroe a lo largo de las diferentes identidades que va adquiriendo Tony, a medida que viaja por el mundo irreal. La participación de Ledger había sido un factor clave en la financiación de la película, y aunque la producción fue suspendida en forma indefinida, Depp les tendió una mano, en su condición de amigo de Gilliam —había protagonizado películas anteriores del director como Miedo y asco en Las Vegas y el proyecto abortado The Man Who Killed Don Quixote—, y más tarde se aliaron Jude Law y Colin Farrell, también camaradas de Ledger e interesados en que llegara a la pantalla el delirante proyecto de un director prestigioso por su capacidad para la evocación inventiva y frenética. El cineasta decidió entonces alterar una parte de los créditos y el proyecto pasó a ser, en lugar de «una película de Terry Gilliam», «una película de Heath Ledger y sus amigos».

De todos modos, y a pesar de todos los contratiempos en su realización, El imaginario del Doctor Parnassus terminó siendo una película típica de Terry Gilliam, estrafalaria y sobrecargada, recreación de delirios y quimeras. Con esos personajes que intentan escapar perpetuamente de la deprimente o aburrida realidad por las más diversas vías, como también ocurre en Bandidos del tiempo, Brasil, Aventuras del barón Munchausen o Doce monos. Y aunque la narración a veces resulta endeble y demasiado laxa, El imaginario... también yuxtapone deliberadamente elementos incompatibles a través del glorioso diseño de vestuario y sobrecargada dirección de arte —ambos renglones postulados para el premio Oscar más reciente—, amén de proponerle al espectador el eterno reto del cine fantástico: aventurar su imaginación a través de circunstancias que escapan gustosas a los estrechos cánones de lo que llamamos «realidad».

En este julio, los adictos al escapismo, a veces imprescindible, que representa el cine fantástico, podrán apreciar la más reciente exaltación de esta tendencia. Me refiero a la versión de Tim Burton sobre Alicia en el País de las Maravillas. El imaginario... es un buen aperitivo mientras llega el plato fuerte que significa la controversial aproximación de otro cineasta de culto al género más popular en el Hollywood de los últimos diez o 15 años.

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