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Los atardeceres no son aquí apacibles

En tanto adaptador, Espinosa ha sabido condensar pasajes, diálogos, personajes de algunas de las piezas maestras de Chéjov: El jardín de los cerezos, Platónov, Tío Vania… seres que ocultan frustración y desengaño en medio de una aparente felicidad

Autor:

Frank Padrón

Antón Chejov, el ruso que en el siglo XIX radiografió dentro de su obra el tedio de una burguesía venida a menos, que mal soportaba los aires renovadores procedentes de ciertos intelectuales y miembros de las clases humildes, es siempre un reto para cualquier teatrista que, hoy mismo, desee traerlo a escena.

Como todo clásico impone retos mayores, que entre nosotros han asumido algunos de nuestros directores (recordemos la personal y muy notable puesta de Carlos Díaz y El Público sobre La gaviota) y ahora lo hacen Norge Espinosa al versionar algunos de los originales más famosos del dramaturgo y narrador, y Mariam Montero (El espejo) en la dirección, con su grupo La Perla Teatro, mediante Cinco atardeceres para piano.

Lo primero que llama la atención es el diseño escenográfico de Virginia Karina, que convirtió la siempre adaptable sala Tito Junco en toda una finca rusa, donde casi puede respirarse el aire campestre; la eficaz división del espacio permite que 16 actores confluyan en escena, casi siempre a la vez, sin que esto implique mayores tropiezos narrativos.

Eso sí, la directora debe trabajar mucho más en el perfeccionamiento actoral: no pocos de sus jóvenes histriones exhiben problemas de dicción, algo que la misma distribución escénica, si bien descuella por el aludido aprovechamiento racional, acentúa; incluso, hay hasta una actriz que imita el acento ruso, quizá a propósito, con un matiz irónico que, sin embargo, choca un tanto con el simple español que hablan sus colegas. Esperemos que en las próximas temporadas ello mejore.

En tanto adaptador, Espinosa ha sabido condensar pasajes, diálogos, personajes de algunas de las piezas maestras de Chéjov: El jardín de los cerezos, Platónov, Tío Vania… seres que ocultan frustración y desengaño en medio de una aparente felicidad; feministas y gente de vanguardia contra burgueses ridículos y reaccionarios; matrimonios de conveniencia, sin amor; familias disfuncionales que hacen lo posible por ocultarlo… todo recortado contra un país escindido en brutales contradicciones y desigualdades; dentro de ellas, la decadencia de una clase, que sin embargo, el escritor escuda en el lirismo de un ambiente que esconde potenciales dramas, siempre a punto de estallar… hasta que ocurre.

Fiel a sus presupuestos posmodernos, Mariam introduce,   con la complicidad de Pedro Rojas, célebres canciones cubanas (interpretadas en vivo, con la     compañía de ese piano tan significativo en el relato) que nada tienen que ver con la Rusia del siglo XIX, pero esto, que a ciertos espectadores ha chocado, resulta plenamente legítimo, porque contextualiza, actualiza a Chéjov, nos recuerda que está muy presente en el siglo XXI, entre nos. Incluso, personalmente hasta me gustaría que este aspecto se hubiera desarrollado más. 

Para destacar también están las luces de Marvin Yaquis y Roberto González, que matizan no solo el paso del tiempo en la diégesis sino en los estados anímicos, y —pese a lo señalado en el acápite interpretativo— algunos desempeños descollantes como los de Anniieye Cárdenas, Carlos Busto y Pedro Rojas (que asumen a Voinitzev de manera diversa pero en ambos casos, convincente), Rolando Rodríguez, y por supuesto, don Osvaldo Doimeadiós.

Chéjov tan ruso, tan cubano, tan universal, se nos muestra cercano en estos atardeceres de La Perla Teatro: una perla que podrá brillar más cuando se le aplique mayor pulimento.

Otro escritor famoso también del siglo XIX —el portugués Eça de Queiroz— centraliza Mise en Abime (Puesta en abismo), lo más reciente de Julio César Ramírez para el grupo que dirige, Teatro D’Dos.

La expresión significa, en términos del análisis literario y teatral, el procedimiento narrativo que consiste en imbricar dentro de una narración otra de similar o incluso diferente temática, de manera análoga a las matrioskas rusas. Así, el supuesto contacto de un personaje creado por el escritor y él mismo, quien se le aparece en un teatro cerrado y con quien inicia el diálogo, pone sobre el tapete no solo la etapa «cubana» del intelectual, quien realizara labores diplomáticas entre nosotros y defendiera la causa de los chinos culíes ante el despotismo español durante las guerras independentistas, sino (lo más interesante a mi juicio) cuestiones relacionadas con el teatro, la literatura, la creación toda, el papel del intelectual y el artista… que sitúan tanto al actor como al autor en situaciones dilemáticas y polémicas.  

Notablemente resuelta a nivel escénico, teniendo en cuenta el peso verbal y la escasa acción «física», esta Puesta… descansa sobre todo en la sólida labor de los intérpretes protagónicos: Fabián Mora (Eça) y Edgar Medina (el Actor); solo recomiendo al primero, quien  domina muy bien la técnica tanto verbal como gestual, dejar fluir un poco más de emoción en la proyección de su personaje, para quitarle cierta rigidez y tornarlo un tanto más humano.

Foto: Ismael Almeida

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