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Giudel Gómez González: La música me ayuda a entender el mundo (+ Fotos)

Jr dialogó con el director de la joven Orquesta de Cámara de Las Tunas sobre su trayectoria al frente de este proyecto musical  

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

Apenas llega a 31 años, y Giudel Gómez González, director de la joven Orquesta de Cámara de Las Tunas, piensa mucho en la vejez, en el momento en que ya sea mayor y le toque hacer un recuento de su hoja de ruta. «La música es mi manera de entender el mundo. Entonces, debo llegar lo más lejos que me permitan mis capacidades como artista, porque le temo a la frustración. Debo trabajar incansablemente, porque es el arte lo que le da sentido a las cosas, a mi existencia…

«El maestro José Antonio Méndez Valencia ha sido mi paradigma. Cuando llegué a Matanzas y lo vi dirigiendo su coro, tan realizado y tan feliz, entendí que las personas que logran eso, que logran hacer lo que quieren, no envejecen, siempre son niños. Yo quiero ser así».

Natural de un lugar llamado El Níspero, siete kilómetros adentro en la carretera del municipio de Jobabo, a Giudel siempre le fascinó cantar. Fue en ese trajín que lo descubrió un profesor de la Escuela Vocacional de Arte (EVA) El Cucalambé. «Quería ser músico, pero pensaba que nunca lo iba a lograr, viviendo tan alejado. De hecho, gracias a la escuela tuve ante mis ojos un instrumento musical por primera vez, empezando quinto grado.

«Llegué con muchos problemas. No obstante, sucedió. Los profesores de la EVA, muy exigentes, no me dejaron otra salida que ponerme al día. Cuando eres un niño pequeño te afecta bastante tener que internarte; y luego, con diez, 12 años, lo que quieres es jugar; son muy pocos los que prefieren a esa edad estudiar piano, aunque la música les encante. Por tanto, el nivel elemental resultó muy difícil, complejo; no tomé conciencia real de que la música podía acabar para mí hasta que una profesora me preguntó: ¿Ya has pensado qué harás si no continúas los estudios? ¡Horror! Jamás había pensado en esa posibilidad, y me dio mucho miedo. A partir de ese momento empecé a estudiar como un poseído…».

—Y valió la pena, porque luego pudiste cursar la carrera de Dirección coral en el nivel medio…

—Exacto, con la profesora Carmen Rosa Núñez, pero sentía mucha necesidad de superarme. En uno de los festivales internacionales de coro en el que participé con Euterpe, bajo la batuta de Aleivis Araúz Batista, conocí al maestro José Antonio Méndez Valencia, director del Coro de Cámara de Matanzas. Hablé con él, le hablé de mis deseos de estudiar en el Instituto Superior de Arte (ISA), y él, una persona tremendamente maravillosa, me invitó a su ciudad para darme clases.

«No olvidaré que un día lo llamé y me preguntó: “¿Mañana puedes estar a las dos de la tarde aquí?”. Con alrededor de 18 años, nunca había salido de Las Tunas, pero cogí una guagua que echaba humo por todas partes y me dejó en Jagüey Grande en la madrugada, todo lleno de hollín. Le pedí de favor a una señora que me permitiera lavarme, y a la una de la tarde ya me hallaba frente al maestro, que ensayaba a su agrupación. Aquel sonido extraordinariamente bello me llevó a entender de un golpe que valía la pena cualquier sacrificio para poder disfrutar de esa maravilla».

—¿Y entonces?

—Para mí lo fundamental era entrar en el ISA de cualquier manera, poder estudiar en esa universidad. Contaba con tres opciones: Dirección coral, Dirección de orquesta y Canto lírico, que decanté porque era demasiado. Entré por la segunda, con el maestro Guido López Gavilán, aunque mi sueño verdadero era estudiar con María Felicia Pérez y con todos esos maestros fabulosos de esa especialidad.

«La pasión por la dirección de orquesta surgió después, pues se trataba de una carrera prácticamente desconocida para mí. Como había terminado el nivel medio, dominaba una técnica que me permitía presentarme a los exámenes, pero en realidad no sabía a lo que me estaba enfrentando. Quisiera hacer Dirección coral en algún momento. Sobre todo me gustaría mucho cantar en coros; continuar mi carrera y cantar en coros».

—¿El estudio de esta carrera llegó a superar o sustituir las ansias que tenías de estudiar Dirección coral?

—La Dirección de orquesta es maravillosa, lo entendí cuando comencé a estudiarla. Las clases con el maestro Guido fueron muy enriquecedoras. Es un gran privilegio formarte con alguien tan ilustre, que sabes es parte de la historia de la música en Cuba. Te ayuda infinitamente poder recibir una guía para estudiar directamente de él, porque nunca se impone, sino que te deja ser tú.

«Lo más importante para mí fue estudiar y, al mismo tiempo, dirigir, lo cual no es muy común en el ISA, donde debes imaginarte a la orquesta, mientras dos pianistas suplen esa ausencia. Entonces las clases se centran en cuestiones estéticas, musicales, de un nivel bastante elevado, pero no te enseñan las más básicas: cómo tratar a los músicos, cómo lograr lo que necesitas. Es un aprendizaje supernecesario que solo se adquiere en la práctica.

«Tuve el privilegio de trabajar con una orquesta en formación, lo cual es más complicado todavía, porque tienes que conseguir que el proyecto fructifique, que no se destruya; no puedes darte el lujo de perder a un músico, sino sacar lo mejor de cada cual, aunque no sea el mejor en su respectivo instrumento. Es así como creas unas habilidades sicológicas que son vitales en un director».

—¿Te refieres a la Orquesta de Cámara de Las Tunas?

—Sí, justo de esta te hablaba. Se profesionalizó bajo mi dirección, pero ya llevaba un tiempo. El movimiento orquestal en la provincia surgió a partir de la fundación de la Cátedra de Cuerda conducida por Manuel Lluesma. Este camagüeyano incansable y otros profesores crearon la Orquesta de Cámara y una Sinfónica Juvenil. En el momento en que ya él no iba a estar más, me pidió que la dirigiera. Esa experiencia resultó vital en mi carrera, que realicé por el curso para trabajadores, durante cinco años.

—¿Qué ha sucedido en los últimos tiempos con la Orquesta de Cámara? ¿Cuáles han sido sus momentos más importantes?

—Mucho ha crecido la orquesta y no solo en el número de músicos, sino también desde el punto de vista técnico y artístico. La labor sostenida de más de cinco años te lleva a mejorar si existe claridad en el objetivo y se hace lo que se debe para que la orquesta se desarrolle: comenzar por la música barroca, luego interpretar mucho a Mozart, para entonces comenzar a escalar. No autoengañarse, ir de menor a mayor, como está establecido. Lo más difícil ha sido crear un movimiento orquestal donde no existía, lo que ha significado: ofrecer conciertos importantes, crear proyectos de envergadura, invitar a músicos que aporten, no solo a instrumentistas, sino además a directores como Guido López Gavilán, Dayana García, José Antonio Méndez Padrón…

«Resulta primordial armar un repertorio sólido y una programación exigente para luego empezar a invitar a maestros de Europa, como ha sucedido con el reconocido italiano Walter Temer, quien nos ha dirigido en sinfonías de Beethoven y de Prokófiev, y que nos quiere poner a prueba por primera vez con una ópera…

«Para la orquesta fue muy enriquecedor actuar en Suiza en septiembre de 2018, gracias a la Asociación para Proyectos Interculturales de Música, bajo la tutela del destacado músico y profesor Ulrich Nyffeler, quien ha estado trabajando en nuestra ciudad en dos ocasiones. Se realizaron cinco presentaciones e interpretamos obras tanto europeas como nuestras, al estilo de la Misa cubana, del maestro José María Vitier, de conjunto con el coro Händel y con el apoyo de la sección de viento de la Orquesta Sinfónica de Lucerna.

«Reconozco que me sentía muy preocupado porque la nuestra es una orquesta con un promedio de edad de 23 años. Hay músicos de solo 18, quienes debían tocar en prestigiosas salas e interactuar con instrumentistas que poseen un currículo impresionante, mas todo transcurrió de un modo fenomenal. Gustó muchísimo la música cubana. Tuvimos que cerrar con rumba, bailando rumba, porque no había otra manera de salir de allí, el público permanecía de pie aplaudiendo y gritando: “¡Cuba, Cuba, Cuba!”. Vivencias así no se olvidan con facilidad. Es muy bueno ver a tu país, a tu cultura y a tu música desde una nación como Suiza, porque entonces la valoras más, y te das cuenta realmente de la complejidad y de la riqueza extraordinaria de este  país desde el punto de vista musical».

—Quien te oye con ese entusiasmo piensa que basta solo con proponérselo…

—Cuando uno habla de sus proyectos, lo hace también para animarse a hacerlos, para convencerte de que lo puedes lograr. Ser positivos es muy bueno. Problemas hay muchos, pero sobre todo materiales, en el sentido, por ejemplo, de que Las Tunas necesita una sala de conciertos. Al principio fue complicado convencer a las personas que nos dirigen que una orquesta sinfónica es importante y de que el trabajo que estás haciendo es importante, porque como no lo conocen, simplemente no creen que lo necesiten. Hay que buscar argumentos, digamos, para conseguir financiación para un concierto, y eso desgasta bastante, pierdes tiempo de estudio, de trabajo, tiempo que podrías utilizar en otros menesteres. Que los músicos estén sentados en sus sillas, tengan un atril y una partitura por donde leer ya eso es un logro grande.

En las presentaciones de Suiza hubo que cerrar a base de rumba para poder salir de la sala, cuenta Giudel. Foto: Ingo Hoehn

En Suiza la Orquesta de Cámara de Las Tunas recibió el apoyo de la sección de vientos de la prestigiosa Sinfónica de Lucerna. Foto: Ingo Hoehn

La música cubana encantó a los suizos. Foto: Ingo Hoehn

La Orquesta de Cámara de Las Tunas durante uno de sus conciertos en Lucerna. Foto: Ingo Hoehn

La Orquesta de Cámara de Las Tunas surgió con la idea de ser la base de la orquesta sinfónica que sueña tener la provincia. Foto: Ingo Hoehn

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