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Artista eternamente

Este 8 de marzo Josefina Méndez estaría cumpliendo 80 años de edad de no haber sido por el cáncer que aquel fatídico 26 de enero de 2007 nos la arrebató prematuramente y se atrevió a enfrentarse al mito

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

«Nunca se sabe...». Me parece tenerla frente a mí, sonriendo con picardía, dejándonos una esperanza. Era la primera vez que la entrevistaba para Juventud Rebelde. Corría 2003: el año en que le otorgaron el Premio Nacional de la Danza y el público (yo) soñaba con verlas bailar nuevamente en la gala que tendría como reinas absolutas a las Cuatro Joyas del Ballet Nacional de Cuba: A Josefina Méndez, la protagonista de estos recuerdos, y a Mirta Plá, Aurora Bosch y Loipa Araújo.

Josefina Méndez en Tarde en la siesta, de Alberto Méndez.

«Si supieras: estuve tentada a hacer la Bernarda Alba pero después decidí que había que darle la oportunidad a los más jóvenes y, además, tendría que someterme a un entrenamiento especial. Si Josefina se para en un escenario, la gente la iba a querer ver bailar y no actuar. Pero quién sabe... a lo mejor aparece algo donde pueda dar una “caminadita”...», me contó entonces quien fuera artista de la cabeza a los pies, capaz de conseguir que para esa legión de seguidores apasionados de su arte supremo no solo representara la afamada bailarina, ensayadora, maître y celosa veladora del repertorio del ballet cubano y universal, sino, además, simplemente «Yuyi», el sobrenombre colmado de cercanía y cariño con que la invocaba su pueblo, como evidencia de lo mucho que la Méndez se pegó al corazón.

Después conversaría muchas otras veces con La bella cubana que este 8 de marzo estaría cumpliendo 80 años de edad de no haber sido por el cáncer que aquel fatídico 26 de enero de 2007 nos la arrebató prematuramente y se atrevió a enfrentarse al mito, que empezó a tomar cuerpo el 27 de marzo de 1955.

En Las sílfides, con Jorge esquivel como partenaire. 

«Era domingo y me regalaron la felicidad de que pidiera interpretar a uno de los solistas de los napolitanos, en el segundo acto de El lago de los cines. Digo uno, porque la escasez de varones me llevó a travestirme. ¡Ese es el arte!», me dijo cuando me propuse hacerle un homenaje por las cinco décadas de su debut escénico.

Justo un año antes de esa memorable función fue que se produjo el hechizo definitivo, según me confesó: ver a la prima ballerina assoluta en el clásico de Lev Ivánov, la había dejado sin habla y aferrada al pasamano de una escalera. A Yuyi le encantaba rememorar la noche inolvidable en que la tomaron del brazo y la llevaron hasta el camerino donde se hallaba Alicia.

Quien la condujo encontró cierta similitud entre la Alonso y la muchacha desconocida y no escondió su parecer. De ese encuentro que la marcaría para siempre, Josefina jamás olvidó las palabras que cariñosamente le dijo la fundadora, junto a Fernando y Alberto Alonso, de la compañía cubana más reconocida a nivel mundial: «Nunca dejes que te comparen, ni conmigo ni con nadie. Cada cual tiene su propia personalidad. Tú serás lo que tienes que ser». Siete años después, Josefina Méndez era ascendida (también la inmensa Mirta Plá) a la categoría de primera bailarina.

Nacida en La Habana en 1941, la Méndez comenzó a tomar sus primeras lecciones de ballet en la Escuela de la Sociedad Pro-Arte Musical, las que continuó en la Academia de Ballet Alicia Alonso, bajo la dirección de Alicia y Fernando Alonso, León Fokine y José Parés, entre otros destacados profesores, quienes fueron descubriendo en ella un inmenso mundo interior que la inclinaba a lo romántico.

Bailarina de amplio diapasón, fue además una consumada estilista. Su baile descubrió al mundo una nueva y completa escuela de ballet, la cubana: en el 1er. y 2do. Concurso Internacional de Ballet, en Varna, Bulgaria, obtuvo medallas de bronce y de plata, respectivamente; en Francia en 1970 recibió junto al Ballet Nacional de Cuba el Grand Prix de la Ville de París, Francia, y la Estrella de Oro; fue merecedora del Premio Internacional de Arte Sagitario de Oro, en Italia, en 1976, y en Polonia se le otorgó, en 1981, la Medalla de Honor en el Festival de Ballet de Lodz.

En el acto II de El lago de los cisnes.

Su elegante y majestuosa presencia escénica, su dominio de la gran tradición romántico-clásica, su desenvoltura en los roles modernos, la llevaron a ser artista invitada en diversas compañías del mundo, como el Ballet Arabesque de Sofía, Bulgaria; los teatros de Ópera y Ballet de Odesa y Alma Atá, y de la Sala Rossía, de Moscú; el Ballet de la Ópera de París, Francia; la Compañía Nacional de Danza de México; el Ballet Ateneo de Caracas, Venezuela, y el Ballet de Cali, Colombia.

—Se asegura que fue a partir de la participación de usted y de Mirta en el 1er. Concurso Internacional de Ballet de Varna, Bulgaria, en 1964, que se comenzó a reconocer la existencia de la Escuela Cubana de Ballet...

—Obtuvimos medalla por nuestra actuación y, efectivamente, ese certamen hizo que se empezara a hablar de la Escuela Cubana de Ballet. El jurado vio que nosotras bailábamos diferente a los rusos, a los ingleses, a los norteamericanos, a los alemanes, a los franceses, lo cual estaba estrechamente relacionado con nuestra idiosincrasia.

«El jurado vio que nosotras bailábamos diferente a los demás, se percataron de que las características físicas influyen mucho en la ejecución de los pasos. Evidenciábamos una elasticidad diferente, una utilización del torso y de los brazos que era solo nuestra, además de entregar mayor calidez en el baile y en la proyección en el escenario. Conquistábamos enseguida al auditorio».

—¿Qué significó para ustedes la denominación como las Cuatro Joyas del BNC?

—Era como si nos hubiesen nombrado cuatro hermanas. Nuestro progreso fue tan feliz...

—¿Una persona se hace bailarín o nace siéndolo?

—Se nace artista. No obstante, para el ballet se requiere de un físico con determinadas condiciones con las que se llega al mundo, pero que hay que desarrollarlas, mejorarlas, para cuando empiecen a mermar se note menos lo que poco a poco, inevitablemente, se va perdiendo. Por suerte, con la madurez gana lo artístico.

—La gente aún no ha podido olvidar el día de 1996 cuando bailó junto a su hijo, el primer bailarín, Víctor Gilí...

—Bailar con Víctor el día de mi retiro ha sido uno de los regalos más grandes que me ha dado la vida, a la cual le agradezco por darme la alegría de tener un hijo como él. Intimidad, cuyo argumento se basa en una idea mía, fue coreografiada excelentemente por Alberto Méndez. Esta obra me permitió compartir con Víctor como partenaire profesional.

«Reconozco que en el montaje me costaba admitir que me tenía que cargar, cuando siempre había sido yo quien lo hacía. Sé que para él tuvo que ser duro: tenía en sus manos una gran responsabilidad, pero fue muy hermoso, porque después de los aplausos dejaba de ser la bailarina que le cedía el paso al relevo para convertirme en la madre a quien su hijo le entrega el corazón y un ramo de flores».

—Josefina, ¿cómo ha sido con usted el público cubano?

—Muy especial, porque vive con intensidad lo que está pasando en el escenario. Se entusiasma, se emociona, se apasiona. Somos así: gritones, espontáneos, a veces perdemos el control.

«¿Sabes lo que me preocupa? Que en Cuba se forma tremendo revuelo en el teatro con una bailarina o un bailarín por realizar algún virtuosismo técnico, pero después, en otros espacios, en otros países en los que nos presentamos, no ocurre exactamente así, aunque incluso lo hayan hecho superior, lo cual puede turbarlos, pues puede llevarlos a dudar, a desconfiar de si realmente actuaron bien o mal. Por tal razón no me cansaba de pedirles a mis admiradores que no me “confundieran”, quienes a veces no reaccionaban como esperaba cuando me quedaba en un par de balances.

«No es bueno que el público se acostumbre a valorar nada más la parte técnica y deje a un lado la artística que, al final, es nuestra razón de ser: representar un personaje, contar una historia a través de la danza, transmitir emociones. Para apreciar la técnica por la técnica, mejor nos vamos a ver el patinaje sobre hielo o a los gimnastas».

—¿El momento del retiro?

—Lo hice suavemente. Me fui haciendo conciencia de que ya no era la misma, y no quería defraudar a mi público. A veces cuando veo que no se está bailando correctamente una coreografía que a mí me salía más o menos bien, es cuando digo: «Ay, caramba, como me gustaría interpretarlo para mostrarles cómo se hace». Y es cuando añoro no poder ponerme en sus lugares. Cuando veo a los jóvenes en el escenario, al relevo, me recompensan los aplausos que les tributan, porque descubro mi continuidad en muchas de las bailarinas. Yo disfruto muchísimo tomar ensayos, no me cansa, o al menos no me percato del agotamiento hasta que termina el día. Es como en Tiempos modernos, que Chaplin sale de la fábrica y sigue apretando tuercas y tornillos.

Con Vladimir Vasiliev en el pas de deux de Don Quijote

Fotos cortesía del Ballet Nacional de Cuba

 

 

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