Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Fidel en el cariño de los argentinos

Son profundas y de largo alcance las huellas que dejó el invencible Comandante en Jefe entre los hijos de la nación argentina durante sus visitas al país austral

Autor:

Alina Perera Robbio

BUENOS AIRES.-Cuba y Argentina comparten múltiples universos comunes. Diría, si hablamos de ánimos, que están emparentadas por ese espíritu sentimental, entre alegre y melancólico –esto último parece acrecentarse mientras más se viaja al Sur-. Y si hablamos de historia, muchas confluencias acortan la gran distancia física que hay entre los dos países, esa que solo se salva tras más de ocho horas de vuelo.

Solo para mencionar dos ejemplos muy elocuentes, digamos que los cubanos se quedaron para siempre, con orgullo y para seguir batallando con el arma de su impronta de leyenda, con ese hermano argentino llamado Ernesto Guevara. Y en el corazón de la nación austral quedó grabada, en lo hondo e inspirando admiración, un Fidel Castro que no solo irradió enseñanzas con su ejecutoria desde la tierra caribeña, sino también con sus cuatro estancias inolvidables en Argentina (en los años 1959, 1995, 2003 y 2006; y este último momento marcó, por cierto, la ocasión última en que el Comandante en Jefe realizó una visita internacional).

Las huellas que pudo haber dejado el líder de la Revolución Cubana en la memoria afectiva de los argentinos, pueden ofrecer la dimensión de cuán especial es la cercanía mutua entre los dos países. En «Papeles inesperados», libro que reúne textos inéditos de su autor y que salió a la luz 25 años después de su muerte, el escritor argentino Julio Cortázar, hablando sobre Cuba y Fidel en unos apuntes fechados con el año 1976, afirmaba:

«Jamás, a mi vuelta de Inglaterra o de Italia, alguien me ha preguntado si hablé con la reina Elizabeth o con el primer ministro de turno. Se diría que una visita a Cuba carece de todo sentido si no culmina mágicamente en una entrevista con Fidel Castro; pero esto, que en sí es perfectamente positivo y deseable si las condiciones lo permiten, contiene un sedimento muy diferente, la noción absurda de que el espaldarazo definitivo en todos los planos viene siempre de Fidel, y que todo se diluye y pierde su poder de convicción si por lo menos no se le ha estrechado la mano.

«No seré yo quien explique –decía el inventor de esas criaturas tibias y desordenadas a las que llamó cronopios- aquí cómo un vasto, complejo y rico dispositivo de gobierno atiende el desarrollo de los múltiples sectores de la vida cubana. Si circunstancias históricas, pragmáticas y psicológicas situaron y sitúan a Fidel en su misión y su trabajo de comandante en jefe, él ha sido el primero en diversificar las funciones y las responsabilidades en un equipo más que numeroso, preparando las condiciones para un futuro crecientemente adaptado a la toma de conciencia y a la politización de todo un pueblo. Por eso, cuando un liberal latinoamericano o francés me pregunta con aire de gran concentración si he visto a Fidel, yo sé lo que está pensando aunque a veces no lo piense deliberadamente. Está pensando en la imagen verticalista que mucha gente se ha hecho de Cuba y que sus enemigos insisten en reiterar por todos los medios. Que yo no haya visto al presidente Kenyatta o al presidente Bumedienne cuando visito sus países, lo tiene completamente sin cuidado; pero no haber visto a Fidel suena casi como un fracaso, como que algo anda mal en Cuba o en el visitante. Sería para reírse si en el fondo eso no mostrara que la imagen de la Revolución Cubana no es siempre clara como debería serlo apenas se sale de sus fronteras».

En el año 2003, el Diario Argentino «Clarín» publicaba a finales de mayo una entrevista que Fidel había concedido, desde la Ciudad de Buenos Aires, a ese medio. Entonces el Comandante en Jefe, invitado por el entonces presidente Néstor Kirchner para participar en su toma de posesión, explicaba las razones por las cuales realizaba esa tercera e histórica visita al país sureño.

Hablaba, entre otras razones, de los amigos argentinos que Cuba tiene, a quienes «siempre es un prestigio tener la oportunidad de saludarlos»; y compartía la alegría por los sucesos que estaban moviendo al país anfitrión: esa suerte de reverdecimiento, de vuelta a la defensa de los intereses nacionales, en sintonía con la voluntad de una gran mayoría del pueblo, tras años en que, plegado a los mandatos de los gendarmes financieros del mundo, el gobierno había vendido, como comentó cierta vez un argentino a esta reportera, hasta las joyas de la abuela.

Por esos días George W. Bush había amenazado con invadir los oscuros rincones del planeta (es decir, aquellos lugares donde con mucha seguridad sus habitantes no se plegarían a las órdenes imperiales). Con su habitual sentido del humor, Fidel declaró en aquella entrevista al Diario «Clarín»: «No sé si ustedes tendrán algún oscuro rinconcito por aquí. Si lo tienen, pónganle luz eléctrica, es mi consejo».
Dijo que «hubo satisfacción cuando se habló de que yo tenía una posibilidad de llegar (a Buenos Aires)». E hizo un retrato de lo que había percibido en las personas: «he visto algo que no se puede transmitir ni por cables: estado anímico. Vi a la gente, en general, en todas partes, en las calles, en el parlamento, con un estado anímico como de esperanza, de satisfacción, de una esperanza de encontrar soluciones. Eso vi, un buen clima. Un excelente clima».
De esa jornada del 2003, resulta insoslayable la presencia del líder de la Revolución Cubana en la escalinata de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires (UBA).

En el 2003, según ha escrito nuestro embajador en Argentina, Orestes Pérez Pérez, Fidel «cumplió un intenso programa que incluyó la asistencia a los actos de asunción de Néstor y sendos homenajes al Libertador San Martín, en la Plaza que lleva su nombre en esta capital, y a nuestro José Martí en el parque El Rosedal.

«Sin embargo –prosiguió en su reseña-, las mayores emociones fueron reservadas para el final de su visita. La noche antes del regreso a Cuba, Fidel –fiel a su estilo- conversó -por espacio de dos horas- con los más de 30 mil argentinos que se concentraron en la escalinata de la Facultad de Derecho de la UBA. No los defraudó. Tampoco ellos, que permanecieron atentos a cada palabra, cada gesto, cada mirada, sin importarles el intenso frío de aquella noche.

«Desde bien temprano comenzó a regarse como pólvora la noticia de que el Comandante en Jefe les hablaría a los argentinos en la UBA. También algunas horas antes del inicio del acto, los organizadores se percataron de que el Aula Magna, sitio previsto inicialmente para la charla y con capacidad para cerca de mil personas, no cubriría el enorme interés que despertarían las palabras de Fidel.

«En tiempo récord, sobre la marcha y con los peligros que significa montar un escenario en el último momento y al aire libre, se preparó uno alternativo en la escalinata de la Facultad de Derecho. El acto estaba previsto para las siete de la noche, pero por los avatares de última hora, comenzó sobre las nueve, aunque desde más temprano ya se había colmado el Aula Magna y los pasillos aledaños y se escuchaban a miles de argentinos, apostados en la propia escalinata y en los parques cercanos, corear su inseparable Olé, olé, olé Fidel, Fidel.

«Después del himno nacional de Argentina y de recibir una placa en su honor por parte de los trabajadores de la Universidad, Fidel toma el micrófono y seduce -con su carisma y su voz- a los miles de presentes al abordar –en ocasiones en un diálogo cómplice- los más diversos temas: el recuerdo del Che, la idiosincrasia de los argentinos, la política exterior de EEUU, el bloqueo contra nuestro país, la educación, la deuda externa, el libre comercio, las elecciones en Cuba, los derechos humanos y el medio ambiente, entre otros.

«Sobre el Guerrillero Heroico dijo aquella noche: “Como médico, atendió a los compañeros y a los adversarios que estaban heridos. No se imaginan ustedes la sensibilidad de aquel argentino (…). Esa política, sinceramente, nos ayudó mucho al éxito en la guerra, porque usted en cualquier lucha debe ganarse el respeto del adversario. En aquella ocasión tuvimos que dejar un número de compañeros heridos que no podían evacuarse, entre ellos algunos muy graves. Pero lo que me impactó fue cuando me contó, con dolor, recordando aquel momento en que sabía que no tenía salvación posible y él se había inclinado y le había dado un beso en la frente a aquel compañero, que, herido allí, sabía que inexorablemente moriría. Son algunas de las cosas que les menciono del Che como hombre, como ser humano extraordinario".

«Aquella azarosa y gélida noche, Fidel se despidió de los miles de argentinos que lo aclamaban con la célebre y legendaria frase “Hasta la victoria siempre”, respondida con una ovación interminable que se escucha todavía al pasar por frente a ese sitio emblemático de los universitarios argentinos».

Mujeres y hombres de pensamiento, partidarios de las mejores causas e hijos de Argentina, están marcados a lo profundo por la suerte de haber conocido de cerca al Comandante en Jefe: la escritora y periodista argentina Stella Calloni, a la cual Fidel dedicó líneas de sus Reflexiones, lo ha calificado como «profeta de las auroras, (…) la figura universal del siglo XX más importante», y como «un gran orfebre de las liberaciones». El politólogo Atilio Borón ha expresado que «Fidel es una categoría única», «era el Quijote, un hombre desvinculado de las mezquindades del mundo».

Stella Calloni ha enfatizado que «el legado de Fidel está más vigente que nunca, sólo hay que repasar sus textos para ver las definiciones que allí vuelca y que nos ayudan a reconstruir las herramientas que necesitamos para enfrentar esta brutal ofensiva imperial que hoy cae sobre los pueblos de nuestra región».

El pensamiento del gran luchador, ha dicho la intelectual argentina, quedó estampado en textos que los pueblos necesitan releer. Su vigencia es tal, que en esta hora en que Nuestra América se estremece en más de un rincón, ciertamente pareciera como si en la Universidad de Buenos Aires no se hubiese extinguido el clamor de miles de voces acompañando al eterno rebelde y a todo cuanto él simboliza.

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