Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El vergonzoso legado de Donald Trump contra Cuba

Más de 200 medidas reforzaron el bloqueo financiero, comercial y económico que acumula seis décadas de una política despreciable e inhumana

Autor:

Juana Carrasco Martín

Salen camiones de mudanza de la Casa Blanca cargados de grandes cajas que contienen las pertenencias de la familia ocupante hasta el 19 de enero, desalojada por decisión de los votantes estadounidenses y del Colegio Electoral, por más que el inquilino saliente Donald Trump hizo y deshizo para quedarse en el lugar.

No le dieron resultado triquiñuelas, infructuosas demandas legales sobre supuestos fraudes y hasta la toma del Congreso mediante sus fanáticos supremacistas blancos, algunos armados, y dispuestos a todo, como apuntaba la horca levantada frente  al Capitolio. Dice una encuesta de Pew Research Center que cerca del 70 por ciento de los estadounidenses desaprueba ahora cómo ha ejercido su trabajo.

Trump se lleva sus bártulos, pero deja una herencia de peores trastos que nadie quisiera. No voy a hablar del mal manejo de la pandemia de la covid-19; ni del caos interno en una nación más dividida que nunca; ni del descrédito por sus políticas unilaterales e inconsultas en el escenario internacional.

Me limitaré al adverso legado de injusticias, agresiones, medidas revanchistas, decisiones ultrajantes de los derechos humanos de un pueblo, contenido en su política contra Cuba.

El presidente que ahora asume, Joe Biden, carga también con ese fardo, destinado durante el cuatrienio trumpista a complacer a una claque anticubana, que a partir del 20 de enero serán sus vecinos en Miami, a cambio de sus votos y cuyo objetivo es destruir una nación, un pueblo, un sistema social, político y económico que odian visceralmente.

Durante las últimas semanas, Mike Pompeo y otros funcionarios en retirada exageran en las acciones anticubanas para multiplicar los daños y poner obstáculos a cualquier reversión de ellas. En golpe bajo y final registró a Cuba en la exclusiva, siniestra y políticamente motivada lista de «países patrocinadores del terrorismo», una mentira deliberada que se ha ganado la repulsión de distintas personalidades y organizaciones a nivel mundial.

El colmo ocurrió el viernes pasado cuando el Departamento del Tesoro incluyó en una lista de sancionados al Ministerio del Interior de Cuba y a su titular, el general de brigada Lázaro Alberto Álvarez Casas, por «perseguir o castigar a los disidentes», léase con propiedad a los asalariados y desprestigiados acólitos de San Isidro.

«Los Estados Unidos seguirán utilizando todas las herramientas a su disposición para abordar la terrible situación de los derechos humanos en Cuba y en otras partes del mundo», dijo el secretario del Tesoro, Steven T. Mnuchin.

Ambas medidas contrarreloj las suman a más de 230 aprobadas contra Cuba en cuatro años de (des)gobierno, intentando mellar y hundir 62 años de una resistencia que sirve de ejemplo al mundo y, lo que más les duele, a una nación unida avanzando contracorriente.

Un repaso, sin entrar en profundidad a todos los recovecos de las operaciones desde Washington para afectar la economía de la Mayor de las Antillas, permite definir que el recrudecimiento del bloqueo y la actividad publicitaria de mentiras estuvieron centradas en arruinar la industria turística, detener la colaboración y la cooperación médica cubana, cerrar las remesas familiares, paralizar las inversiones de terceros, el financiamiento y el comercio del mundo con y desde la Isla.

La puesta en vigor de todos los instrumentos maléficos de la Ley Helms-Burton fue la herramienta empleada durante estos  terribles 1 461 días por Trump y su gente, en los cuales dio marcha atrás, o más apropiadamente, cercenó la política de acercamiento inaugurada por Barack Obama cuando, el 17 de diciembre de 2014, junto al General de Ejército Raúl Castro, anunciaron el restablecimiento de las relaciones diplomáticas, y en dos años hubo logros ciertos de beneficios mutuos, a favor de una mejor vecindad.

La indeseable herencia

El indecoroso dossier anticubano de Trump incluye organizar, orientar y financiar a grupúsculos para difamar a la Revolución y tratar de convertirlos en «los líderes» de una subversión que produzca un cambio del modelo político en la Isla. Ya vimos como los han defendido…

Pero la historia comenzó tempranamente no con esta pecata minuta de una idiota maledicencia, sino con agresivas prohibiciones y sanciones, incluso colusiones con otros Gobiernos de la región para atentar contra la economía cubana y hacerle el mayor desgaste posible, lo que en el último año se unió a los perjuicios provocados por la Covid-19.

Hizo todo lo posible para llevar la situación hasta su promesa como candidato presidencial hecha en Miami a cubanoamericanos de línea dura, y a directivos de la terrorista Fundación Nacional Cubano-Americana (FNCA), en septiembre de 2016: romper las relaciones con Cuba.

El 16 de junio de 2017, en Miami, firmó el llamado Memorando Presidencial de Seguridad Nacional sobre el Fortalecimiento de la Política de Estados Unidos hacia Cuba. Restringió los viajes de los ciudadanos estadounidenses al país caribeño y también prohibió las transacciones económicas, comerciales y financieras entre compañías estadounidenses y empresas cubanas vinculadas con las Fuerzas Armadas Revolucionarias y los servicios de inteligencia y seguridad.

La prohibición de los cruceros que viajaban exitosamente a puertos cubanos estuvo entre las primeras medidas restrictivas. Reafirmaron las multas exorbitantes a las empresas que violaran el bloqueo —una práctica reforzada por Obama—, y retomaron a rajatabla la prohibición del uso del dólar en las transacciones internacionales de Cuba.

Para noviembre de 2017, Trump había cambiado totalmente la política de viajes de los estadounidenses a la nación caribeña que, con la flexibilización de las normas del bloqueo de la anterior administración permitieron 12 categorías de actividades específicas, aunque seguía prohibido el turismo.

Como consecuencia, las compañías áreas comenzaron a cerrar sus viajes a aeropuertos antillanos, que se habían reiniciado el 31 de agosto de 2016, luego de 55 años de aislamiento. Posteriormente vinieron otras proscripciones. El 10 de diciembre de 2019 la administración de Trump puso fin al puente establecido hacía tres años entre EE. UU. y varias provincias de Cuba, al suspender los vuelos regulares a esos destinos con excepción de La Habana.

Además de ser un tiro de gracia contra los vínculos familiares y la industria estatal del turismo, fue notable la afectación al pequeño empresariado privado (transporte, las conocidas paladares, las casas de renta, los artesanos y otros muchos negocios) vinculados directa o indirectamente al turismo.

Desde que asumió la presidencia de su país, Trump prorrogó, un año tras otro, la Ley de Comercio con el Enemigo, normativa que sirve de base a las leyes del bloqueo, y mantuvo su autoridad para sancionar mediante decretos ejecutivos.

Al establecer sanciones hacia el sector petrolero venezolano, Trump establecía también una medida para privar a Cuba de combustible con la intención de darnos un golpe de gracia en medio del terrible 2020, lo que unido a la decisión de imponer nuevamente el límite de hasta un diez por ciento en los componentes estadounidenses para los productos que la Isla puede importar, apunta contra cualquier sector de desarrollo.

El empuje trumpiano en imponer limitaciones de todo tipo se realizó a pesar de que legisladores norteamericanos y diversos sectores económicos rechazaron las restricciones, que endurecían el bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por Washington contra Cuba, que también perjudican a sectores de la economía estadounidense y el rechazo al bloqueo de una parte de la migración cubana deseosa de no tener obstáculos de ningún tipo a sus relaciones familiares.

Quizá una de las más monstruosas actuaciones vinculó a Trump con gobernantes igual de aberrados en nuestro hemisferio. Las acusaciones contra la cooperación médica cubana justificaron que países como Brasil, Bolivia bajo los golpistas y Ecuador, cerraran las puertas a la solidaridad y también al derecho a la salud de los más humildes de sus pueblos al ponerles fin a los acuerdos que posibilitaban la presencia de cientos o miles de médicos cubanos, y presionaron a otros para que siguieran ese inhumano camino en medio de la pandemia.

Definitivamente, Trump clausuró espacios de diálogo y de cooperación, y cualquier posibilidad de avanzar, como se pretendía, hacia una «convivencia civilizada».

Este es, resumiendo, el legado abusivo que Donald Trump le deja a Joe Biden.

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