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Encomiable labor de ortopédicos cubanos en Java

Los humildes habitantes de la isla reconocen y admiran a los especialistas cubanos que cumplen allí misión internacionalista

Autor:

Liurka Rodríguez Barrios

Las misiones en Paquistán e Indonesia han exigido a Abelito poner en práctica todo lo aprendido. Foto: Liurka Rodríguez Barrios INDONESIA.— Mucho se ha escrito sobre el Hombre de Java. Aunque su existencia debió remontarse a 500 000 años, no es hasta 1982 en que se habló con exactitud de ese eslabón del cuadro evolutivo. Se registraba como un tipo de Homus erectus, y sus fósiles fueron hallados por el doctor de origen holandés Eugenio Dubois, en una de sus excavaciones en la isla indonesia de la cual tomó su nombre.

Se estima que este antecesor del género humano era físicamente muy poderoso y que su morada se centró en los márgenes fluviales del río Solo. Se sostenía sobre sus dos piernas (algunos estudios advierten lo contrario) y su capacidad craneana oscilaba entre los 750 y 900 cm3.

También trascendió como el primer poblador de Indonesia. Omnívoro y recolector, su comunidad dormía en cuevas o al aire libre. Conoció del beneficio del fuego y del hacha como instrumento de trabajo.

En la actualidad el hombre de Java constituye referencia para científicos empeñados en descifrar enigmas evolutivos. Entretanto, sin importar los siglos que median entre aquel y los actuales pobladores de la Isla, un ortopédico cubano trata fracturas y traumas de un terremoto que no creyó en la fortaleza legendaria de seres con el récord de haber pernoctado en una Isla casi toda una vida.

EL HOMBRE DE BAUTA

Abel Valdés Díaz tal vez se inscribe entre los especialistas en Ortopedia y Traumatología más jóvenes del país. Con 33 años ya anda con su bata solidaria por otras tierras. Nació en Bauta, provincia de La Habana, y pensó que algún día sería un gran deportista. Es casado, tiene una hija y otra criatura por venir.

Lo cierto es que Abelito, como todos lo llaman, cambió las pesas por fijadores externos; y su sueño de campeón, por el de médico internacionalista. Antes estuvo en Paquistán, y en Java ha atendido a víctimas del terremoto que les deparó los 53 segundos más amargos de sus vidas.

La tarea principal de este cooperante es colocar fijadores externos a quienes lo han necesitado.

«Son fijadores llamados RALCA, de diseño cubano y únicos en el mundo, que aceleran la incorporación del paciente a la actividad normal. En condiciones de desastre son muy efectivos. Se colocan con cirugía de mínimo acceso, y esta vía percutánea evita pérdidas de sangre. Además, el proceso de cicatrización es mejor y las secuelas menores».

El joven doctor insiste que ganó esos conocimientos en el intercambio de experiencias con su equipo de trabajo, especializado en fijadores externos, del Hospital Frank País, y aprovechó la ocasión para enviar agradecimientos a los doctores Miguel Ángel Rodríguez y Rodrigo Álvarez Cambras.

¡TULAN TULAN!

La consulta de Ortopedia siempre está concurrida. Desde horas de la madrugada los pacientes hacen su fila para ver a los especialistas. La voz del organizador anuncia en su lengua local, tulán tulán, que ya puede entrar el primero de los aquejados de dolores de músculos o de huesos.

Entonces entra en acción el doctor Abel, llamado ya el «sobrino» de su primer caso, una mujer que sufrió una fractura bilateral de sus dos húmeros al caérsele encima su vivienda la fatídica noche del sismo. Hoy ella está feliz de ser la «tía» de un cubano que le facilitó la vida y que pronto le retirará lo que comúnmente denomina varas de hierro.

«Otros traumatizados han requerido que se les coloquen fijadores externos. La evolución de los mismos es satisfactoria. Todos estamos pendientes, los visitamos, vienen aquí y velamos porque no ocurran sepsis, que aparecen entre los mayores riesgos de este tipo de proceder.

«Esta experiencia contribuye a mi formación profesional. He puesto en práctica todo lo aprendido y me siento cada vez más seguro en el ejercicio de mi especialidad, aunque siempre se aprende algo nuevo.

«No solo me he dedicado a colocar fijadores externos, aunque confieso que es lo que más reconforta: ver cómo los afectados se retiran del hospital por sus propios pies y regresan agradecidos, felices de tener otra oportunidad de andar y utilizar sus miembros como antes, sin limitaciones.

«Debo destacar las extraordinarias relaciones de trabajo que he desarrollado con el colectivo de ortopédicos del Hospital Integral de Campaña Ernesto Guevara. Hemos formado un buen equipo, lo cual se ha revertido en una mejor prestación de servicios, tan reconocidos y admirados por esta gente humilde».

Es probable que los antropólogos o expertos en Paleontología no puedan recoger en sus cartillas la hazaña de los médicos cubanos a su paso por la Isla de Java. Quizá nunca se enterarán que estos llegaron un día a restaurar lo que una inclemencia les quitó a no pocos de sus habitantes.

Pero quién sabe si algún día alguien contará a sus hijos, y estos a los suyos la historia de un joven ortopédico, fijador de huesos. Por ahora, anticipemos su naturaleza de hombre sencillo, callado y laborioso.

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