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El caso Afganistán en la Cumbre Atlántica

No ha salido muy bien parada la petición estadounidense de más tropas para combatir en Afganistán, donde el Talibán aumenta a ojos vista su influencia y poderío

Autor:

Juana Carrasco Martín

La OTAN no le respondió a Robert Gates como el esperaba. Foto: AP Esta Sevilla no es de fandangos y bulerías. La cosa no está para bailes, y la bella ciudad del sur español movilizó a las fuerzas antibélicas para, eso sí, cantarles por seguidillas las verdades de los pueblos a los ministros de guerra de la OTAN, reunidos con un punto en la agenda empujada por Estados Unidos: más tropas para Afganistán.

Con manifestaciones paralelas a la cumbre de ministros de defensa, el Foro Social de Sevilla dijo No a la guerra, mientras en el país de los caminos encontrados de Asia se espera una ofensiva de un Talibán resurgido.

A los ocupantes les preocupa cómo enfrentar a la insurgencia, y hay especial impaciencia por parte del Washington bushiano, que está acosado por demás en su guerra grande, la de Iraq, pero ansioso de emplear tropas en una tercera que irresponsablemente provoca: Irán.

La situación es complicada, por eso Robert Gates, el espía devenido secretario de Defensa gracias al desprestigio de Donald Rumsfeld, hizo su primera entrada en una reunión cimera de la Alianza para el Atlántico Norte tirando de la carreta del resto de los otanianos, es decir los europeos, para que estos hagan un compromiso mayor cuando ya los efectivos en Afganistán han crecido hasta 35 000, pero quieren más y la mitad de ellos serían aportados por Estados Unidos y Gran Bretaña.

«He sido bien claro en decir que las naciones deben llenar todos los compromisos que han hecho y espero que lo hagan rápidamente», dijo nada conciliatorio el Secretario de Defensa de la administración Bush, y explicó sus motivos: «Soy optimista en que la ofensiva de esta primavera será nuestra».

El caso es que el general estadounidense Bantz Craddock, quien tomó el mando supremo del Comando Aliado de la OTAN en Europa el pasado mes de diciembre, considera que al menos se requieren 2 500 soldados más, y si son tropas especiales mucho mejor, para enfrentar una violencia que va creciendo a diario.

Pero los otros miembros de la Alianza no están tan convencidos y aseguran algunos que tienen tantas misiones militares alrededor del mundo que les será difícil enviar más hombres a Afganistán. Uno de los renuentes es Alemania, que según su titular, Frank Josef Jung, considera que la OTAN debiera ocuparse más de los descuidados trabajos de reconstrucción de aquel país abandonado a su mala suerte, luego de haberse completado con bestiales bombardeos de la superior fuerza estadounidense la destrucción acumulada en 20 largos años de guerra.

De todas formas, EE.UU. insiste, porque espera que cuando las nieves derritan en las montañas la situación se caliente, y no solo por una subida de las temperaturas.

España, Holanda, Francia, Italia y Turquía no están dispuestos al refuerzo en tierra; sin embargo, Madrid ha ofrecido cuatro aviones drone, para vigilancia, y entrenamiento militar y equipo para un batallón afgano; Alemania tampoco está dispuesta a mandar a uno solo de sus 3 000 efectivos a la provincia sureña de Helmand, donde los talibanes tomaron recientemente el poblado de Musa Qala, aunque enviará seis aviones de reconocimiento; Italia ha ofrecido transporte, helicópteros y más drones o aviones no tripulados....

Solo Estados Unidos, con 3 000 nuevos efectivos, y Polonia, que ha empezado a enviar un millar de soldados, responden ahora a la solicitud primordial del general Craddock de más fuerzas especiales, porque el escepticismo ha sido el criterio prevaleciente en Sevilla en la mayoría de los 26 países otanianos.

El Ministro de Defensa alemán fue preciso en el recordatorio de lo sucedido en los años 80: «Los rusos emplearon 100 000 hombres en Afganistán y no ganaron»; una lección bien difícil de asimilar por los neoconservadores de la Casa Blanca, cuyas pretensiones de dominio mundial les hacen afiliarse a los empecinados que no aprenden por cabeza ajena... y tampoco muy dispuestos a compartir criterios con sus aliados sobre cómo manejar el conflicto que iniciaron en octubre de 2001 como vengativa respuesta a los atentados del 11 de Septiembre.

Ahora el problema sigue cayendo sobre sus hombros, pues de las fuerzas de la OTAN, casi 15 000 son estadounidenses, y fuera de la alianza EE.UU. tiene otros 12 000 efectivos en tareas especializadas que llaman «trabajos antiterroristas». Con el envío programado de otros 3 000, Estados Unidos llegará a un tope de 30 000 hombres y mujeres en esta guerra, cifra récord desde que «concluyera» la invasión, como es también una marca la que logrará la Guardia Nacional de Carolina del Norte, que ya dispone a 1 800 de sus integrantes para enviarlos a Afganistán, el mayor despliegue de sus soldados desde la II Guerra Mundial.

Y ¿QUÉ OCURRE EN AFGANISTÁN?

Más para armas y represión, pero nada para reconstruir. Foto: AP Robert Gates quiere esa ayuda en tropas para una ofensiva mayor contra los talibanes, pero mientras Estados Unidos y los europeos de la OTAN debaten esos pormenores, en Afganistán las cosas marchan por otro derrotero.

En octubre pasado los militares británicos, entonces al mando de las fuerzas de la OTAN en ese terreno hostil, firmaron un acuerdo de paz con líderes tribales en Musa Qala para garantizar que mantendrían el distrito fuera del alcance de los talibanes. Los acontecimientos de la pasada semana en ese poblado de la provincia de Helmand dieron al traste con el intento «pacificador» de la volátil región del suroeste y demostraron que los viejos adalides afganos están alineados a sus coterráneos en armas.

Según un corresponsal de Asia Times, el Talibán ha «extendido su influencia, recolecta recursos y recluta sangre fresca» en esa zona y lo ejemplifica con la afirmación de que el Talibán simplemente entró a Musa Qala sin disparar un solo tiro, «pidió» a la policía que se fuera, y eso fue lo que hicieron. Las banderas de los insurgentes todavía tremolaban sobre la sede administrativa regional días después, mientras la población del lugar iba abandonando el área temerosa de un ataque de la OTAN para retomar la ciudad, luego que aviones de la alianza lanzaran panfletos urgiendo a los guerrilleros a abandonar el poblado.

El corresponsal de Asia Times apuntaba otro dato ilustrativo de la ingobernabilidad afgana: durante operaciones de la OTAN para tomar Baaz Tsuka en los distritos Zarj y Panjwai de Kandahar, el Talibán inicialmente salió del lugar y luego, lentamente, retornó a la zona cuando esta se «enfrió».

Señala, además, una diferencia sustancial en cuanto a Musa Qala, que por cierto es una base logística para importantes distritos de Helmand, como Nawzad y Baghran, pues este es el más importante punto de apoyo para el Talibán en todo el país; por tanto, sería crucial para las tropas británicas y el reconstruido ejército nacional afgano que operan en la región, recuperarla para poder ocasionarles un desastre táctico a las actividades de la insurgencia.

Y a todas estas, se está en pleno invierno y la confrontación se ha iniciado, por lo que se anticipa que además de Helmand muy pronto las provincias de Zabul, Urzgan y Kandahar oirán el estruendo de los cañones que les es tan habitual.

UN INFIERNO ESTABLE

Han transcurrido ya cinco años de esta guerra y si el presente es crítico, el futuro carece de esperanza de mantenerse una fuerza extranjera que, lejos de ayudar a reconstruir al sufrido país asiático, propicia la continuación del enfrentamiento armado.

Los planes del general John Craddock están dedicados a utilizar más unidades de combate móviles en las regiones del sur y el este, a lo largo de la frontera con Paquistán, donde se espera que los combates sean más intensos, decían análisis noticiosos.

La decisión vino después que el secretario de Defensa Gates visitara Afganistán, justo después de tomar posesión de su cargo en diciembre pasado. Lo que vio parece que lo puso en un apuro y ordenó de inmediato que los 3 200 soldados de la 10ma. División de Montaña, con base en Nueva York, extendieran su permanencia en Afganistán por otros cuatro meses.

Así que la presión sobre los militares en el campo de batalla no se circunscribe a Iraq, donde Estados Unidos parece estar pidiendo el agua por señas, y también «necesita» incrementar sus tropas.

¿Y cómo concibe el gobierno de George W. Bush la solución para Afganistán? Pues acaba de pedir al Congreso 8 600 millones se dólares adicionales a fin de entrenar al ejército y la policía, y otros dos mil millones para esos asuntos menores en importancia de construir caminos, electrificar y fomentar esfuerzos contra el cultivo de la amapola y la creciente producción de narcóticos y su consabido tráfico.

Anthony Cordesman, del Centro para Estudios Estratégicos e Internacionales, citado por el periódico británico The Guardian, dijo recientemente en Washington que la administración Bush ha priorizado «construir gobierno y democracia» a expensas del desarrollo. En un artículo que publicara el mes pasado, Cordesman apuntó: «El actual gobierno central (del presidente Hamid Karzai) está al menos dos o tres años atrasado en proveer la presencia y los servicios que los afganos necesitan desesperadamente», y en referencia a que otro tanto ocurre en Iraq asegura que Estados Unidos y sus aliados no pueden permitirse perder dos guerras, pero «si ellos no actúan ahora, las perderán».

Así marchan las cosas para EE.UU., muy mal. Ahora no es solo un asunto de reconstruir lo que tan dispuestos, rápidos y eficientemente estuvieron prestos a destruir; se trata también de que su gran empujón imperial siempre tendrá ante sí la resistencia de los otros. Y una nubecilla flota en el ambiente: hace unos pocos días Karzai reiteró una oferta de conversaciones de paz... con el Talibán.

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