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Pobladores de La Cidra en Venezuela se alistan para las elecciones

Como en todo el país, los vecinos de esta comunidad de los cerros de Caracas, trabajan arduamente por el éxito de los sufragios regionales del próximo domingo Declaración Final de la Conferencia Internacional Revolución e Intervención en América Latina

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La Cidra se abre en las alturas de lo que fue una hermosa hacienda. CARICUAO, Caracas.— Los vecinos que llegan indagan por su nombre en la data (el registro), piden las boletas y algunos practican en la computadora el voto que ejercerán dentro de una semana.

Como en otros 1 499 lugares de la geografía nacional, el Consejo Nacional Electoral dispuso este punto casi a la entrada de La Cidra para que el paso de sus habitantes por el colegio el día 23, sea más ágil y seguro. Ubicado en la misma estación del Metro aledaña a la comunidad, también pueden practicar otros usuarios del principal medio de transporte capitalino.

Una de las primeras en adiestrarse y pasar su seminario como miembro de mesa fue María Castillo, ligada a la vida local desde que aún esta zona no formaba parte de los luego bautizados «cerros de Caracas». Entonces los terrenos pertenecían a una hermosa hacienda del «puro limón francés» que da nombre a la comunidad, y en sus alturas se levantaban apenas unas 50 viviendas. Entre ellas estaba la de María, bien arriba...

El último censo, sin embargo, contabilizó más de 630 casas, y es usual que en cada una viva más de una familia.

Activa tal cual siempre ha sido, María Castillo cumple su deber como parte, también, de una patrulla electoral, y hace días está convocando a la gente del barrio a hacer su «chuleta». Así llaman a la boleta no válida que, marcada de antemano, podrá acompañar al elector en el momento de emitir el sufragio para que le sirva de guía.

Se escogen gobernadores, alcaldes, miembros de consejos legislativos y en algunos lugares también titulares de cabildos, por lo que habrá que usar más de una papeleta.

Aunque los seguidores de Chávez llevan candidato único en todas partes, el abanico de partidos y organizaciones que postulan es vasto. En algunos lugares se eligen también representantes de las comunidades indígenas. Por tanto, las cédulas son largas y prolijas en aspirantes y, si el votante no se ha familiarizado previamente con ellas, su estancia ante la mesa de votación puede resultar compleja.

En La Cidra, una de las comunidades humildes de Caricuao, en el combativo municipio de Libertador, María afirma que la «escogencia» está clara.

«Aristóbulo Istúriz, Jorge Rodríguez y Yadira Briceño: esos son nuestros candidatos, los del PSUV», dice y muestra las boletas de ensayo.

Fotografiados aparecen los rostros de los aspirantes a la gobernación, cada uno acompañado de los símbolos y el color de su partido. Ahí también se marca por los legisladores regionales. En el caso de las alcaldías solo está el nombre del candidato y la agrupación que representa, por lo que será menester leer bien y señalar con cuidado para evitar confusiones, aunque el que se trastoque podrá comunicarlo al presidente de la mesa, y marcar de nuevo.

«Este barrio es chavista», proclama María Castillo, por eso asegura que todos «bajarán» el domingo que viene y darán a los del PSUV su voto.

A raudales bajaron el 13 de abril de 2002, cuando estos cerros jugaron un rol protagónico en la movilización que frustró el golpe y exigió el regreso de Chávez. El reclamo se extendió como pólvora al resto del país, desde donde llegaron manifestantes que se les unieron ante Miraflores.

«Yo nunca había caminado tanto. Todo el mundo salió con lo que estaba, sin reales ni agua ni nada», recuerda María, quien tiene la certeza de que la batalla del domingo en las urnas exige la misma decisión y conciencia.

Frente a las casitas mejor o peor dotadas de La Cidra —según cada quien ha podido componerla— se alzan altos y confortables edificios que remarcan las diferencias aún no borradas completamente por la Revolución.

Claro que no puede afirmarse que todos los que viven del otro lado de la avenida sean «sifrinos», como denominan en Venezuela a esa gente «bien» y un poco «plástica» que, gracias a la obra social, cada vez tienen las narices menos estiradas porque gozan de menos prebendas. De los pisos más altos de esas «torres» también la gente bajará a votar.

Pero, en cualquier caso, debe concederse que en las noches ellos disfrutan todavía un paisaje privilegiado: aunque se han cambiado ya multitud de bombillos incandescentes por ahorradores y el presidente Chávez llama a no dilapidar la electricidad, la vista de los cerros iluminados sigue regalando a sus vecinos de enfrente una bella postal de Navidad, vista desde sus atildados balcones.

Entre acordes y lienzos

Los niños exhiben orgullosos sus dibujos. Aseguran sus habitantes que la mata de mango que está a la entrada de La Cidra la plantó una biznieta del indio Caricuao, y por eso la consideran patrimonio.

El árbol, rollizo y legendario, es el motivo de uno de los tantos dibujos que han hecho los niños del barrio en los últimos días.

También están en los cuadros el doctor José Gregorio Hernández, cuyo legado da nombre a la misión para detectar la discapacidad; la hermanita pequeña, las casas que sueñan, la escuela y, enlazadas, las banderas de Cuba y Venezuela.

En fila detrás de su profe cubano Aquilino, los muchachos recorren los vericuetos de la comunidad en busca de la biblioteca donde tendrán su primera exposición.

«Aprendí el claro-oscuro y el uso de la tempera», afirma Jonatan.

Igualmente entusiasmados están sus amigos Neptalí y Yoander, quien cuenta del paisaje que acaba de pintar.

La mayoría tiene entre ocho y 13 años, y muchos se han entusiasmado tanto que asisten al mismo tiempo a los talleres de dibujo y a los de danza. Así ocurre con la grácil Génesis, protagonista de antes impensadas danzas que aprendió con su maestra Marveyis.

Betsaida habla orgullosa de la acogida que su mamá ha dado a los profesores, para que impartan las clases en su casa.

«Nos enseñan bastante. Ya yo he hecho tres dibujos. Hay uno sobre la amistad entre nuestros países».

Son esas las «novedades» más recientes en una comunidad que, paso a paso, se transforma.

Primero llegaron el médico y la educación básica. Luego los estudios superiores en las aldeas universitarias, donde están enroladas tantas muchachas que parieron jóvenes y pueden conquistar ahora esa otra parte trunca de su realización.

Y ahora asaltan y sorprenden al barrio la pintura, la danza y la música que cultivan y ennoblecen. Corazón Adentro se llama la Misión Cultura, y es verdad que está tocando las fibras más sensibles de la gente en La Cidra.

Emocionado, el joven Leonardo Barreto, de 16 años, se alista para hacer su primera presentación pública. La guitarra se la había regalado su hermana desde que cumplió 14, pero no pudo arrancarle una nota hasta que llegó el maestro Mario. Él será uno de los intérpretes en la apertura de la exposición.

«La música es un mundo muy bonito que todo te lo empieza a cambiar. Veo todo diferente. Los sentimientos como que se aclaran; ¡hasta empiezas a contemplar el nacimiento del día!».

Tristemente famosos por la violencia que provoca la marginación son los cerros. Pero María asegura que este barrio está muy cambiado en relación con otros tiempos, en que podían verse en una noche hasta dos y tres muertos.

—La vida de la gente ha variado en todo: también en educación, porque encontrar un bachiller aquí era bien difícil, y un universitario también. ¡Ahorita el más chiquitico ya va para bachiller!

Para mejor

Circunvalando una loma que se transita por escaleras, pasillos colgantes y promontorios de tierra o cemento se recorre la comunidad, en silencio a mitad de la mañana cuando los niños ya se han ido a la apertura de su exposición.

Pero no hay reposo en la cancha deportiva, levantada por los propios vecinos en una suerte de mezzanine entre los distintos niveles de La Cidra, y a la que tres o cuatro jóvenes retocan con una manito de pintura. Ellos saben que todo el esfuerzo que hagan por el colectivo será para vivir mejor.

Tampoco descansan en la Casa de Alimentación, en plena efervescencia a la hora del almuerzo.

«La Cidra, garantizando la seguridad alimentaria», dice el cartel colocado a la entrada, y donde se recuerda que su función es «beneficiar a las personas con problemas de nutrición y desamparo, niños y ancianos en abandono, personas que deambulan por las calles, embarazadas de alto riesgo, discapacitados...»

Cada ración está calculada de acuerdo a los requerimientos nutricionales de la persona y es totalmente gratuita, explica la promotora, Loyda Parra.

«De momento alguna familia no tiene cómo hacer las tres comidas, y esto es una ayuda. Hoy hicimos sopa de carne de res, «bollitos» con mantequilla y queso, jugo y frutas.»

Loyda y las vecinas que le acompañan en la labor también se declaran prestas a ejercer el voto, y comentan de su paso por el punto del Metro para practicar, entre faena y faena.

Mientras ellas cocinan, en una vivienda aledaña María Castillo avisa a su colega de mesa electoral acerca del taller que deben recibir en la tarde, con vistas a los comicios.

Está segura que todo aquí saldrá bien el día 23.

—Los «escuálidos» en La Cidra son contados —reitera.

«Y nosotros nos estamos preparando, mire, dice enarcando las cejas y abriendo bien los ojos para que la entienda: «Fino, fino».

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