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Fabricando un candidato para la «otra» América

El aspirante opositor a la presidencia venezolana no responde a una estrategia local. Es la construcción de un modelo de los poderes hegemónicos mundiales para enfrentar en las urnas a los gobernantes de izquierda o independientes del continente

Autor:

René Tamayo León

CARACAS.— Henrique Capriles Radonski le deberá la vida a Hugo Chávez. Semanas atrás, en la popular barriada capitalina de Cotiza, la aparición del candidato de la derecha en un acto proselitista en zona mayoritariamente chavista, derivó en un violento altercado.

Irrupción de motorizados, disparos al aire, choques bruscos entre partidarios del Presidente y la comitiva y escolta que se había traído el opositor de otros lugares, en especial de sus feudos en Miranda, se convirtieron en una refriega callejera con heridos de bala.

Pudo ser una riña electorera ida de control. Pero las imágenes remitieron a algunos a las tomas que recorrieron el mundo con la ejecución, a la salida de un acto público, el 23 de marzo de 1994, de Luis Donaldo Colosio, en Tijuana, México.

Tan pronto los medios se hicieron eco del episodio de Cotiza y presentaron fotos y pequeños videos, algunos analistas se dijeron: «A ese hombre lo van a matar». En un acto proselitista parecido, aunque sin disturbios, asesinaron a Colosio.

La muerte del candidato mexicano del PRI para las elecciones que se realizarían unos días después, fue un parteaguas en la política de ese país; un giro de timón que empezaría a arrastrar a aquella nación hacia la derecha más conservadora. Y no fue un plan de sicariatos. Otros poderes estuvieron detrás.

Imposible hacer comparaciones entre uno y otro. Colosio fue un político mexicano de gran estatura. No es el caso del postulante de la oposición venezolana y los grupos ultraderechistas del mundo, encabezados por EE.UU. y España.

Pero se trata de situaciones que a veces, de casualidad, retrotraen y obligan a repasar en la historia sucesos aparentemente simples que pueden cambiar el curso normal de las cosas.

Sobre Cotiza, en un inicio, los medios interpretaron el episodio —cada uno desde sus posiciones— como un burdo y temprano destape de la violencia en la campaña presidencial. Los reporteros y analistas chavistas lo denunciaron como una maniobra fabricada por las falanges de campaña del opositor. Los medios antibolivarianos, lo usaron para decir todo lo contrario.

Por ahí anduvo la cosa… en la superficie. En el trasfondo, empero, a lo que se estaba asistiendo era a un escenario potencial que pudiera servir a mentes calenturientas para modelar la ejecución del candidato opositor si fuera necesario.

El asesinato de Capriles sería una salida extrema de la que solo se beneficiarían las fuerzas más reaccionarias de la oposición. Los sectores más radicales y rabiosos que adversan a Chávez no dudarían en sacar una carta que ya está en la manga.

Luego de las interpretaciones iniciales, que hablaban de solo un suceso provocador, avezados periodistas revolucionarios se encargarían de develar esa otra verdad expuesta en Cotiza.

Las autoridades tomaron cartas en el asunto y se pronunciaron. Días después, el presidente Chávez avisó sobre el peligro que podía acechar a su contendiente electoral del 7 de octubre.

Como era de esperar, la oposición manipuló la conducta ética del mandatario. Pero la denuncia ya estaba hecha. Era necesario que el Presidente alertara y ordenara a sus servicios de inteligencia estar atentos al desafío. No sería un desatino afirmar que los bolivarianos son quienes más están cuidando al pretendiente de los grandes poderes hegemónicos mundiales.

Capriles no es una opción

Si el «juego democrático» sigue su curso normal, el candidato Capriles Radonski no tiene manera de ganarle a Chávez. Los sondeos dan ventaja sobre los 20 puntos al jefe bolivariano.

La mayoría de los analistas de las firmas encuestadoras estiman que es una tendencia irreversible. Imposible de cambiar en los casi apenas cinco meses que faltan para la disputa.

Pero no solo se trata de las encuestas; ni siquiera del carisma, popularidad y ascendencia del Presidente —que es enorme; sin dudas, una personalidad con un liderazgo aplastante. La obra social de la Revolución, y las perspectivas económicas del programa bolivariano son tan apabullantes, que no hay político en Venezuela capaz de disputarle el bastón de mando.

Esa es la principal fortaleza del proceso, y su jefe, en lo tangible. Mientras, en lo moral, en lo ético, ha sido capaz de acendrar en las mayoritarias masas populares el espíritu de pueblo, de independencia y de soberanía. Y eso pesa mucho.

Determina más que la promisoria y cierta fortaleza material del país, que, de mantenerse la Revolución en su actual curso de estabilidad —como todo parecería indicar—, a la vuelta de pocos años pudiera convertirse en una potencia de escala.

Solo la manipulación de situaciones y opiniones, y la generación y puesta en marcha de acontecimientos desestabilizadores —antes, durante y después de los comicios presidenciales—, pudieran mover en algo el curso de la historia aquí.

La suerte está echada. Las fuerzas bolivarianas andan alertas, desarticulando y preparándose para desarmar cualquier matriz o plan que conduzca a una convulsión inmanejable. Y al parecer, tienen la destreza, experiencia y temple para evitarlo. Difícilmente quienes están detrás de Capriles puedan con eso. Pero si lo intentaran, América Latina entera convulsionará.

Como «Capriles no levanta», comentaristas cercanos al hacer gubernamental habían barajado más de una vez que la llamada Mesa de la Unidad Democrática (MUD) de la oposición pudiera crear las condiciones para presentar a otro candidato.

Es una opinión arriesgada. Veremos. La derecha local no tiene ni nombre ganador, ni tiempo suficiente para organizar una nueva campaña. Ni tampoco tiene la última palabra en esto.

Basta echar una ojeada a periódicos y televisoras de los grupos mediáticos internacionales que dominan o están bajo dominio de la reacción mundial, para descubrir, literalmente o en entrelíneas, que están haciendo un esfuerzo titánico y apelando a todo su herramental —bastante sofisticado— para proyectar la imagen de Radonski, hacia el interior y a nivel internacional.

Han dejado claro que ese sigue siendo el hombre. Que las cosas ya son como son. Que hay que dejar que continúen su curso. No es hora de andar cambiando rostros. Quizá apuesten más a generar situaciones como las que comentábamos arriba u otras más truculentas, malévolas y siniestras.

El establecimiento, días atrás, del Comando Venezuela, que  ahora se encarga de la campaña electoral del opositor, y que estaba antes en manos de su llamado Comando Tricolor, devela que las fuerzas derechistas fueron conminadas por «las manos más pesadas» del poder mundial, a seguir la línea… Y esperar alternativas, planes B, incluido un ataque frontal a la institucionalidad del país y el liderazgo bolivariano.

La razón es sencilla. El aspirante opositor al sillón presidencial de Venezuela no responde a una estrategia local. Es un experimento. El conejillo de Indias para la construcción, por parte de los poderes hegemónicos, de un nuevo modelo para enfrentar en las urnas, cuando a cada uno le toque, a los gobiernos izquierdistas o independientes de Nuestra América.

Latinizando la «tercera vía»

Aunque el ensayo Radonski no resulte aquí, el plan sigue siendo aglutinar a las fuerzas derechistas de los países de América Latina donde ejercen el mando figuras progresistas, para lanzarlas a las urnas, en los meses y años siguientes, en un solo bloque y con un solo candidato en cada país. La Revolución Bolivariana y el presidente Hugo Chávez son el hueso más duro de roer. Pero también será esta la escuela.

Los estrategas de la derecha —gente brillante, hábil y con todo el dinero del mundo a su disposición— sacarán las mejores lecciones, aceitarán el mecanismo e irán al todo por el todo contra Ecuador, Bolivia, Nicaragua, Argentina, Brasil...

Ninguno es un proceso idéntico; sus liderazgos no son uniformes y ninguna de las posibilidades opositoras es común. Mas de hecho, el modelo pudiera funcionar si los movimientos progresistas del continente no están atentos y alertas.

Lo que se trama para Venezuela y se prepara para el resto de Latinoamérica ya fue inventado. No hay nada nuevo. En este caso específico, lo que están haciendo es generar una supuesta «tercera vía», al estilo postsoviético, en Europa Occidental, pero con adaptaciones «criollas», «latinizadas».

Así, tenemos a un Capriles Radonski hasta sugiriendo que sería como una especie de Lula joropero. Es un plan destinado al fracaso. El «elegido» carece del carácter, la habilidad política, la prosapia, el talante y el talento para acercarse aunque sea una pizca, por ejemplo, al Tony Blair de Gran Bretaña.

La «tercera vía latina» no es más que el reconocimiento —otro más— del fracaso de los partidos tradicionales para reencarrilar a la región por el neoliberalismo más ortodoxo; de su imposibilidad de retomar el poder donde las fuerzas progresistas han demostrado capacidad de gobernar y han mejorado —cada una a su paso, y más-menos—, las condiciones de vida del pueblo.

Es verdad que esta ha sido una década relativamente favorable en la relación demanda/precio de los productos exportables de la región. Eso ha ayudado, pero también los gobiernos progresistas y latinoamericanistas —radicales o moderados— han sido capaces de garantizar estabilidad y progreso, y un ejercicio sensato y maduro del poder, y mirando hacia dentro, desde el pasado y hacia el presente.

En Nuestra América no caben «terceras vías». Aquí solo hay dos opciones. Regresar a la dependencia de cientos de años, la pobreza, la exclusión. O ir hacia la definitiva independencia.

Son polos muy bien definidos. Raigalmente opuestos. Quienes disputan, miran al Norte; quienes ejercen, construyen el Sur.

No importa cuál sea el discurso que use la derecha para escamotear sus verdaderos propósitos. Es el mismo lobo vestido de Caperucita. Pero si lo cree necesario, se quitará el disfraz y apelará a sus mejores herramientas: sangre y fuego.

Los pueblos lo saben. Fidel lo ha vuelto a alertar. En Venezuela, a Nuestra América le va la vida. El futuro.

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