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Petróleo en el apéndice de un joven venezolano

Historias que demuestran que, cuando fallan los seguros de las compañías que lucran con la salud y hasta con la vida de las personas, no hay nada más seguro que la mano de una doctora, un enfermero, tecnólogo, un Gobierno y un pueblo hermano

Autor:

Enrique Milanés León

CARACAS.— A sus 23 años, Daniel Brito no lo podía creer. Le comenzó un dolor en el abdomen y pensaba que era una antigua úlcera; al rato, las cosas pasaron a mayores y tuvo que emprender el camino de la asistencia médica. «Nos fuimos al Rescarven —organización de medicina prepagada fundada en 1985—, porque mi mamá tiene seguro médico allí. Me atendieron, me pusieron calmantes y mejoré, pero cuando pasaron presupuesto para operarme, se excedía brutalmente del monto: era 28 millones y medio de bolívares la operación, y el seguro cubre a lo sumo tres millones».

Así fue como este muchacho, que estudia en la gratuita Universidad Central de Venezuela, «descubrió» a Cuba en Caracas. Fueron al Centro de Salud Integral (CSI) Doctor Salvador Allende, atendido totalmente por profesionales cubanos, y desde el prólogo de su operación la historia cambió de repente.

«Mi mamá apoya al Gobierno y me decía que lo mío era que nunca me había tocado un beneficio directo de la Revolución —comenta en clara sugerencia de que no era muy chavista que digamos— y hoy va a ser la primera vez. La situación del país cambió y ahora sí los necesitamos».

Así, persona a persona, se engrosa el torrente bolivariano. Marisol Urbina, la madre de Daniel, tiene claro su camino: «Yo sí estoy totalmente de acuerdo con todas las medidas del Gobierno, sobre todo en la parte social. Fíjese, en las siete horas que lo tuvieron en Rescarven se fueron casi los tres millones del seguro. Les dijimos que estábamos hablando con la familia para conseguir el dinero y respondieron: cuando paguen, se le da el ingreso».

«SOMATÓN» AL CSI

El doctor Ronny Mayedo Velázquez, director del CSI Salvador Allende —ubicado en Chuao, municipio de Baruta, estado de Miranda— comenta al recibirnos que estas historias abundan en Venezuela. Mayedo atesora 15 años de experiencia en dirección de salud y en esta, su segunda misión venezolana, condujo varias instituciones hasta recibir la tarea del Allende, institución especial porque reúne un Centro de Diagnóstico Integral (CDI), una Sala de Rehabilitación Integral (SRI) y un Centro de Alta Tecnología (CAT).

En el convulso año 2017 los cubanos del CSI —que a diferencia de los          personajes de cierta serie televisiva no investigan muertes, sino las evitan— tuvieron su mejor año de trabajo desde la inauguración en 2006: «Cerramos con 1 658 cirugías mayores y un rendimiento que nos coloca entre las instituciones de mejores indicadores, incluso comparados con unidades de nuestro país», destaca.

Por otro lado, recuperaron desde el segundo semestre las cirugías por mínimo acceso, proceder del llamado Primer Mundo, y cerraron con 83 y el índice de infecciones posquirúrgicas prácticamente en cero. En 2017 hicieron allí 216 189 exámenes de alta tecnología.

Hay, quizá, una manera mejor de resumir la obra de estos 114 profesionales: en 2017 ingresaron en terapia intensiva a 226 pacientes y solo fallecieron 28. Y, aunque una sola muerte es lamentable, apenas 15 de los 986 pacientes ingresados en salas de hospitalización perdieron la vida. Mayedo acota un detalle: «Atendemos de manera integral; ingresamos a alguien, por ejemplo, con linfangitis, pero lo verán el oftalmólogo, el fisiatra, el estomatólogo… y cuando salga habrá sido consultado por todas las especialidades. Imagínate el mensaje que se lleva». Por eso las encuestas siempre terminan bien.  

HISTORIAS EXTRACLÍNICAS

Como todo dirigente de salud, Mayedo se complica y delega el recorrido en uno de sus profesionales. El bayamés Hebert Reyes Matos, jefe en funciones de enfermería, inicia a nuestro lado un camino de saludos a colegas, presentaciones, «por favores» de pasillo, informaciones a pacientes que buscan consultas o servicios…

Sin costo alguno, los venezolanos reciben allí consultas y/o servicios de oftalmología, endoscopía, videoendoscopía, radiografía, cardiología, cirugía, radiografía, resonancia magnética, tomografía axial computarizada, mamografía, electrocardiograma, laboratorio clínico y Sistema Ultra Micro Analítico, entre otros. 

El pasillo del CDI está lleno. No es casual: además de brindar servicios de calidad, Cuba enfrenta junto con la Revolución Bolivariana —que forma más personal para curar a su pueblo y ayudar a otros— la presión que genera el cobro abusivo de las clínicas privadas, que no cesan sus campañas de odio, pero no bajan los precios.

La doctora Georgina Rendón Alonso, que en Cuba trabaja en el habanero policlínico 19 de Abril, de Nuevo Vedado, refiere que por el CDI pasan unos 200 pacientes al día. «Siempre estamos comenzando a estudiar, pero se pierden muchos detalles familiares; mi hija se graduó de comunicadora social y no estuve allí, no puedo recuperar ese momento. No se pueden recuperar los 15 de una niña, una graduación…; duele, sin embargo, si uno puede decir que los formó bien para venir aquí y que ellos siguieron sus principios, es un alivio».

A solo un buró de distancia, Yaquelín Rojas Virla, venezolana que cuida ancianos como asistente social y acompaña a Kaula Alayú, de 76 años, afirma: «Todo es excelente. Es muy bueno el trabajo de los médicos y la atención preferente que brindan al adulto mayor».

Tanto Yaquelín como el médico que burla los muros del Alzheimer para dialogar con Kaula tratan cariñosamente a la anciana. Es el cienfueguero José Omar de Armas García, quien con solo 25 años está en Venezuela repartiendo alivio cubano: «es mi bautizo de fuego. De esta experiencia saldré con mayor seguridad y crecimiento profesional. Hay que venir a este pueblo asediado, comprometerse, entregarse… Sí, uno vive, sufre, siente la necesidad y los problemas de los venezolanos, pero la formación que recibimos nos educó en tratar a todos con amor».

A seguidas, pasamos al borde del «planeta verde». En la antesala del quirófano, Luis Enrique Montoya Cardosa, especialista en Ortopedia que en su Santiago de Cuba trabaja en el hospital Juan Bruno Zayas, afirma que realizan en tres turnos quirúrgicos, como promedio diario,  unas siete operaciones de ortopedia y cirugía interna.

«Este pueblo está muy necesitado de intervenciones quirúrgicas. Hay una larga lista de espera, por las acciones de la derecha. Así como hacen guerra económica, hacen guerra en la salud; en la medicina privada hay mucho lucro que pone contra la pared a “Juan Bimba” —equivalente al Liborio de los cubanos— y persigue crear una opinión desfavorable de un Gobierno que de verdad le pone muchos recursos a la medicina del pueblo», sostiene.

Luis Enrique, típico bromista cubano, refiere que le gustan los brindis pagados por periodistas y cuando el reportero le riposta que entonces beberá muy poco, se pone serio y elogia el trabajo colectivo de cirujanos, ortopédicos, anestesiólogos e instrumentistas: «el médico más importante del salón es el anestesiólogo», sentencia antes de dar las señas de estos especialistas en el equipo: Leticia Reyna, Mileidys León y Guillermo Valdés.

Otra vez al pasillo, para llegar a terapia intensiva. Con diez años como enfermera, Yarisel La Rosa Caballero siente que ha alcanzado en 18 meses de misión una mirada profunda de cómo ser una verdadera profesional en Cuba, Venezuela u otra nación. «Se trata de darnos al ciento por ciento, de hacer que el amor sea una palabra de verdad», afirma antes de detenerse en una reflexión más íntima: «lo que más se extraña es la familia, ese pedacito que llena y el primer y el último pensamiento de cada día».

¿Salvar una vida…?, pregunta casi al aire el reportero y ella mira en sus camas a tres pacientes venezolanos: «Es una sensación única. Mira que uno comparte experiencias, pero salvar una vida es algo tan bello que no tiene explicación».

En la sala de protocolo del servicio de hospitalización —porque en el CDI también se atienden funcionarios, diplomáticos y otras figuras prominentes— la anciana venezolana Migdalia Ávila tiene una queja: «me llegaron juntos todos los dolores, a mí, que no creo en los almanaques». La señora, de un humor afín al nuestro, sostiene serios conflictos con el tiempo, pero no con los cubanos: «Yo creo en ellos, se preocupan demasiado por los pacientes. La gente viene por ellos, y porque los seguros están que, bueno…».

Su hija Katiuska Gómez amplía: pese a que Migdalia tiene tres seguros, «el trámite para acceder a los servicios es complicado. En diciembre, los especialistas de las clínicas privadas no estaban y alguno hasta se molestó al vernos allí. Aquí, a uno le parece “anormal” que los especialistas estén siempre, incluso el 31 de diciembre y el 1ro. de enero; es algo asombroso. Hay una mística en los cubanos: ese identificar al paciente, preguntarle cómo se siente, preocuparse por él. Uno lo ve».

AMOR CON TECNOLOGÍA

Ha bajado el pico del día en la Sala de Rehabilitación Integral (SRI). La doctora Ana Elvis Vázquez Cutiño, que tiene 15 años como fisiatra y trabaja en la patria en el Hospital Siquiátrico de La Habana, comenta que recibe a pacientes desde otras especialidades. «En 2017 ofrecimos más de 199 000 tratamientos, a pesar de que en algunos momentos las guarimbas afectaron el flujo de pacientes».

Cuatro licenciados cubanos y dos venezolanos regalan servicios como hidroterapia y termoterapia, electroterapia, campo magnético, láser, podología, logopedia, gimnasio y digitopuntura. «Atendemos al que venga, sea chavista u opositor. Vinimos a buscar el bienestar del paciente», afirma Ana Elvis.

Al otro extremo del inmueble, en el Centro de Alta Tecnología (CAT), una pizarra informa beneficios: servicios de tomografía axial computarizada, densitometría ósea, resonancia magnética, apoyo vital, ultrasonido general, ultrasonido tridimensional, consultorio, cardiología y ecocardiograma al alcance de todos.

El cardiólogo Víctor Manuel Tornés Pérez señala que atienden, además de los que arriban directamente, a pacientes de Barrio Adentro I y II y a algunos llegados hasta de clínicas privadas en busca de una segunda opinión. «El ecocardiograma transtoráxico que hacemos nosotros se cobra en el sector privado a 950 000 bolívares, y si a ello se suma la consulta, el costo se eleva hasta los dos millones», señala.

El dilema de los seguros remite a la sentencia del refrán: el amor y el interés, se fueron al campo un día… El cardiólogo amplía: «Muchos doctores “engancharon” a los pacientes, los engañan y lucran con sus dolores. Los cubanos respetamos otros diagnósticos, pero hacemos el nuestro e indicamos a las personas lo que creemos correcto. Al cabo, regresan y te dicen: “¡Usted es mi médico. Ahorita no se vaya a ir, pero si vuelve para Cuba voy allá a verlo!».

Con nombre de gran pintor, Víctor Manuel retrata un detalle revelador: «Aquí vienen muchas personas de clase media y hasta algunos opositores de la Revolución Bolivariana. Generalmente, terminan agradeciendo nuestro servicio».

APENDICITIS Y EPÍLOGO

Mientras el reportero cumplía una mañana de diálogos, el joven venezolano Daniel Brito pasaba los exámenes previos a una operación que probablemente recordará, más que como intervención quirúrgica, como la intervención de Cuba en su historial. Con la seguridad de quienes salvan vidas cada minuto, el equipo de cirugía asumía el nuevo caso.

Pensando en el muchacho, el periodista repasaba las palabras de su mamá Marisol Urbina: «Hay gente que dice que Venezuela le regala el petróleo a Cuba. No, gracias al convenio tenemos médicos, profesores, entrenadores… Fue un error cuando el año pasado las guarimbas quemaron centros de Barrio Adentro. Una locura. ¿Por qué dañar al que te hace bien? Entre los cubanos he sentido mucha receptividad. Escríbalo ahí: aquí es donde estamos viendo el petróleo».

 

El Centro de Salud Integral Salvador Allende, en Chuao.

La doctora Georgina Rendón Alonso ratifica en Venezuela que la buena academia no acaba nunca.

El joven cienfueguero José Omar de Armas García llegó a Caracas con un título reciente y una enorme vocación humanista.

Daniel Brito, el joven de los 28 millones de esta historia que tuvo final feliz, en quirófano cubano.

A las siete y media de la mañana, una entrega de guardia rigurosa, donde cada paciente, con nombres y apellidos, importa al colectivo. 

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