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La arrogancia de los ignorantes repite errores

A 23 años de la Ley Helms-Burton, Washington se niega a reconocer su fracaso e intenta reforzarla poniendo en vigor el Título III para complacer a los legisladores de Miami

Autor:

Leonel Nodal

La decisión de Donald Trump de enfilar contra Cuba y sus aliados políticos y socios comerciales la estadounidense «Ley para la libertad y la solidaridad democrática cubana», la llamada Helms-Burton, revela la arrogancia propia de los ignorantes.

Recurrir a las melladas armas del chantaje y la extorsión forjadas por Washington en 1996, al calor entonces de la desaparición de la Unión Soviética y el bloque de países socialistas del este de Europa, significa desconocer las razones de su fracaso, y cuánto cambió desde entonces la correlación mundial de poderes geopolíticos.

Al activar el injerencista Título III del engendro legislativo nacido en el Capitolio con pretensiones de ejercer efecto más allá de las fronteras de Estados Unidos, la ley anticubana solo provocará mayor repudio internacional.

Gobiernos, parlamentos, partidos políticos, grupos económicos, empresariales, profesionales, sindicales y universitarios emprendieron desde 1996 todo tipo de acciones, incluidas leyes escudos, para anular sus efectos extraterritoriales. Ahora las reforzarán con nuevas herramientas.

Este lunes, el canciller Bruno Rodríguez rechazó la inclusión por el Departamento norteamericano de Estado de otras cinco nuevas entidades en su lista para restringir el comercio con Cuba, para recrudecer más el bloqueo contra la Isla, al impedir que ciudadanos estadounidenses hagan transacciones financieras con ellas.

Esta decisión arbitraria alarga la ya infame lista de noviembre de 2017 y la de 2018, pero con ella Washington le da cumplimiento a su amenaza de actualizar de forma permanente las empresas cubanas sancionadas permanente.

Pero hace hoy 23 años Bill Clinton, el presidente demócrata en busca de la reelección, firmó la ley a cambio del voto de los «cubano-americanos» de la Florida que le prometieron los politiqueros enriquecidos por la dictadura de Batista, dueños en Miami de cargos públicos y medios de presión.

Tropezar con la misma piedra

Trump apuesta ahora para la reelección de 2020 al senador Marco Rubio, la estrella en ascenso de un clan de viejos batistianos y retoños nacidos en Estados Unidos, sin el menor escrúpulo para prosperar a la sombra del narcotráfico y la industria de las armas, dinero y poder que se impone  en los medios republicanos más conservadores de la Florida.

La cara nueva de la vieja oligarquía revanchista de asesinos de saco y corbata —como los Díaz Balart, o los terroristas de Más Canosa, Orlando Bosch y Luis Posada Carriles— que rezuma el mismo odio contra la Revolución que devolvió a los cubanos el país expropiado por Estados Unidos en 1898, sube la parada: ¡Cuba y Venezuela de un palo!

La pandilla subversiva la dirige John Bolton, otro antiguo conspirador, el inventor de la supuesta posesión por Cuba de armas bacteriológicas, que podrían servir de pretexto para una intervención armada en la Isla, una operación quirúrgica que sacara del poder a Fidel Castro.

Desde su nueva posición de Consejero de Seguridad Nacional, Bolton trajo otra vez a la Casa Blanca para encargarse de Venezuela al viejo lobo Elliott Abrams, delincuente convicto con aires de intelectual, quien armó la guerra sucia antisandinista y otras conspiraciones al servicio de los expresidentes Ronald Reagan y George Bush hijo, que lo indultó de cargos y condenas.

Son esos los personajes que operan en la Casa Blanca, como en la década de los 80, cuando con dinero del narcotráfico adquirían armas israelíes para armar a «los contras» de Nicaragua e impedir la victoria de los rebeldes salvadoreños; o invadieron Granada y Panamá, apoyan al paramilitarismo en Colombia, e ingenian golpes de Estado electorales, parlamentarios o judiciales, para destruir procesos populares democráticos.

Rubio, Bolton y Abrams resucitan la Helms-Burton y su título más repudiado por el mundo de los negocios, con la ilusoria pretensión de matar dos pájaros de un tiro: sofocar a Cuba para ahogar a Venezuela.

¿Por qué Washington saca ahora la controversial arma diseñada para reforzar el bloqueo económico, comercial y financiero que aplica contra la Isla desde 1962?

El propio Rubio respondió que al emprender la aplicación del Título III de la Ley Helms-Burton, los consejeros de Trump esgrimen como pretexto el apoyo de Cuba al Gobierno del presidente venezolano Nicolás Maduro.

¿Por qué Marco Rubio, el descendiente de una familia de cubanos de probados vínculos con el narcotráfico en Miami, se volvió el encargado de la estrategia de Trump para Venezuela?

El agresivo mandatario espera mucho más que los votos de los latinos republicanos de la Florida.

Sin duda, sus contactos con la mafia de los llamados anticastristas de Miami y la privilegiada relación desde 2014 con el colombiano Álvaro Uribe, archienemigo del chavismo, califican a Rubio para formar junto al vicepresidente Mike Pence y el secretario de Estado Mike Pompeo el equipo que dirige el golpe contra Venezuela.

A los tres políticos republicanos del clan Trump los unen sus estrechos vínculos con la maquinaria monetaria de los dueños de industrias Koch, quienes tenían negocios en campos gasíferos y petroleros venezolanos, así como la planta FertiNitro, expropiada en 2010 por el Gobierno de Hugo Chávez.

Apuntar a Cuba, disparar a Venezuela

En su estrategia para deslegitimar al Gobierno de Maduro y provocar su derrocamiento, la pandilla terrorista reunida por Trump en la Casa Blanca a las órdenes de Bolton apuntó contra Cuba, considerada un aliado vital y puntal estratégico de la Revolución Bolivariana, aunque solo sea por su valor ético y prestigio internacional.

De ahí la decisión de activar, de manera parcial, el Título III de la Helms-Burton, lo que según expertos puede crear un clima de incertidumbre para la inversión extranjera existente o potencial en Cuba.

Una vez más las gastadas previsiones del colapso a corto plazo, el estancamiento económico a falta de petróleo o alimentos, ocupan titulares y alimentan especulación.

A esta altura, sin embargo, el empresariado foráneo que mantiene sus negocios en Cuba —y se suma a proyectos de ampliación de sus inversiones— representa la mejor respuesta a los intentos de asfixiar a Cuba.

Un enfoque de los analistas Michael Weissenstein y Matthew Lee, publicado por Associated Press tras conocerse el alcance de las acciones que se podrán emprender al amparo de la autorización emitida por Estados Unidos el pasado lunes, concluía que «lo más probable es que la medida tenga muy escaso impacto real».

«El daño ya está hecho. No importa», dirán los autores de la maniobra, destinada a sembrar la duda sobre lo que pueda pasar en Cuba en un nuevo round de la confrontación con Washington.

Tomará tiempo, pero el agua volverá a su nivel. Y como resultado positivo, tal vez valga subrayar que las nuevas generaciones de cubanos que hoy asisten al debate sobre la Helms-Burton tendrán otras poderosas razones para enjuiciar la histórica política anexionista de Washington hacia su país.

Esto no significa menospreciar el daño que causan ahora Trump, Bolton y la pandilla de Marco Rubio.

El diario The New York Times recientemente llamó a Rubio «un secretario de estado virtual para América Latina», recordó en un extenso análisis publicado en Truthout, Marjorie Cohn, profesora emérita de la Escuela de Leyes Thomas Jefferson, quien se propuso develar el verdadero alcance de la elección de Trump.

De hecho, Trump describió su política de Cuba al personal de la Casa Blanca al principio de su mandato: «Hacer feliz a Rubio», añadió Cohn.

Según la respetable jurista, Rubio y los hermanos Díaz-Balart, representan el llamado one percent de la comunidad cubanoamericana de Miami, los más ricos.

Son las personas cuyos negocios en Cuba, al momento de la nacionalización, estaban valorados en más de 433 000 dólares a los precios de hoy, quienes tienen más que ganar si Trump desbloquea el Título III y permiten que continúe el litigio.

Rubio es parte del círculo íntimo de Trump que trabaja con la oposición en Venezuela para llevar a cabo un golpe, porque además pretenden incluir a los cubanos que luego se naturalizaron estadounidenses, y que no se incluían en el texto original.

Los objetivos de la conspiración son públicos. Según confió Ricardo Herrera, director del Grupo de Estudio de Cuba a The New Republic, «Venezuela es realmente una extensión de la posición en Cuba».

Ambas naciones —publicó el diario empresarial The Wall Street Journal— son objetivos en un plan para reafirmar el control de Estados Unidos sobre América Latina y finalmente derrocar a la Revolución Cubana.

Más claro ni el agua. Pero como se suele decir en Cuba: una cosa piensa el borracho y otra el bodeguero. Al parecer, hay mucha gente bebiendo en exceso alrededor de Trump.

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