Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Terror en los aeropuertos

Autor:

Rosa Miriam Elizalde

Escribo esta nota con el alma todavía en el Océano Atlántico. Acabo de llegar a la Isla, después de unos días de trabajo en Barcelona, y si mi alma anda con retraso se debe a que mi cuerpo no se ha recuperado de los aeropuertos en estado de máxima alerta.

Policías con armas que yo solo había visto en la película La guerra de las galaxias, colas de tres horas para que te revisaran hasta la suela de los zapatos y una psicosis que obliga a las madres a probar la leche de sus hijos antes de subirse al avión, son solo algunos de los problemas que enfrentan las personas que en estos días se aventuran a tomar rutas internacionales.

Quien crea haberlo visto todo en cuestiones de histeria debería asomarse a las taquillas de las compañías británicas y norteamericanas. No se puede llevar nada a la cabina, salvo el pasaporte y el monedero, con una etiqueta que dice «revisado» dentro de una bolsa plástica. «Como si fuera posible hacer estallar un avión con un creyón de labios», se quejaba una señora, convencida de que el nerviosismo no tiene nada que ver con Al Qaeda y sí con el descenso en picada de la popularidad de George W. Bush. A renglón seguido lanzaba toda suerte de diatribas contra los empleados de la aerolínea en que debía viajar. Al intentar pedir una indemnización por la pérdida de un vuelo y el posible extravío de su maleta, había recibido la respuesta de un funcionario con cara de póquer: «esto no es culpa de la compañía, sino de los terroristas. Pídale cuentas a ellos.» Y san se acabó.

De no haber existido ese plan terrorista descubierto oportunamente cuando Israel machacaba a cientos de infelices libaneses con las bombas norteamericanas, quizá los policías no habrían recibido la orden de volcar en las terminales aéreas, de un modo tan agresivo y caótico, las más desatinadas obsesiones. Verdaderamente, es tremenda la sensación de impotencia que un viajero común y corriente experimenta en Europa cuando ve cómo, tras la orden norteamericana, el orgulloso continente cae de cabeza en la trampa de la «amenaza terrorista». Toda la paranoia del mundo excita hasta el delirio a los aeropuertos europeos, y lo trágico es que esta situación no trae ningún efecto de seguridad, sino que instala la soberanía del miedo.

Hay tantos odios en juego que hasta lo más nimio se llena de peligros, y noticias en apariencia desconectadas se atan por algún lado entre sí, aunque no se relacionen directamente con el complot para explotar los aviones que vuelen entre Inglaterra y los Estados Unidos. Por ejemplo, el reporte de cierta audiencia en El Paso (Texas). Un juez ha pospuesto para otro día pronunciarse a favor o en contra de la liberación de Luis Posada Carriles, el terrorista que ha pedido salir de la cárcel, donde está preso por razones migratorias, con el argumento de que no puede ser detenido sin causa criminal, por tiempo indefinido. Como se sabe, EE.UU. trata a Posada Carriles como si fuera un indocumentado común y corriente, que violó la frontera. Se hace de la vista gorda con el juicio que él tiene pendiente en Venezuela por homicidio calificado, a pesar de que el avión civil cubano que este señor voló con C-4 en 1976 con 73 pasajeros a bordo, no fue una «amenaza terrorista», sino un «hecho real».

Debe ser por eso que, mientras espero que mi alma llegue a puerto seguro, me preguntaba si el juez de El Paso estará al tanto de que los aeropuertos del mundo andan patas arriba y que a cada viajero le registran hasta las muelas. ¿Conocerá la diferencia semántica entre los verbos hacer y pensar cuando de bombas en aviones se trata?

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