Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El pregón que marca la diferencia

Autor:

Nelson García Santos

EL espabilado pregonero recurre a la tonada con gracia y especial acento: «Platanito de fruta, ¡maduración natural!» Y esta última frase la pronuncia, una y otra vez, a todo pulmón, a viva voz.

¡Sabe que resulta un buen gancho para vender! Y cuando llegan los posibles compradores, muestra orgulloso su mercancía, y les explica que es casi una proeza lo que él hace a favor del consumidor. «¡Oiga!, maduro natural es una rareza, algo inédito, aproveche...»

El propio hecho de difundir este pregón para marcar la diferencia y atraer clientela, confirma la generalización y persistencia del peligrosísimo uso de sustancias químicas, muy nocivas, para madurar la fruta.

El pasado año, desde estas páginas alertamos sobre la problemática. En aquel reportaje, especialistas de Salud Pública valoraron como funesta esa práctica, mientras vendedores que utilizaban los plaguicidas confesaron que no veían ningún peligro en hacerlo.

Volvemos ahora sobre el tema porque prevalece el mal.

De modo general, las frutas maduradas de manera artificial carecen de su olor original, tienen poco dulce y un color al que le falta homogeneidad. En los plátanos se advierte un amarillo pálido, y el aguacate, a veces, adquiere una coloración oscura en el área por donde entró el líquido.

Para lograr la rápida maduración las sumergen en un recipiente donde previamente fue mezclado el plaguicida con agua, o se le unta directamente en el tallo a los bananos, sobre las cáscaras al aguacate, al mango, la piña, la fruta bomba... Incluso se lo inyectan.

Para esos fines emplean compuestos orgánicos forforados llamados clorados, con capacidad para contaminar a las personas a través de los alimentos, por las vías respiratorias, el contacto con la piel y las mucosas.

Las concentraciones inadecuadas de sustancias que aplican a las mercancías del agro pueden ocasionar una intoxicación aguda, en la que los síntomas brotan rápido. Y también poseen —lo más demoledor—, un efecto acumulativo en el organismo: no hay indicios, pero pasado un tiempo, incluso años, existe la posibilidad de que provoquen enfermedades.

El personal que por su trabajo manipula productos químicos está bajo la vigilancia del sistema de Salud, y es sometido a un control periódico.

Pero el empleo de maduradores de una manera anárquica, a ojo de buen cubero, vulnera la salud, y eso ya son palabras mayores.

Las autoridades sanitarias tratan de revertir la situación, para lo cual resulta vital la cooperación de las administraciones de los mercados y de los lugares donde se recogen las cosechas, además de un mayor control estatal de la tenencia y uso de sustancias tóxicas.

Quizá pueda parecer una exageración, pero algunos especialistas en la materia piensan que para acabar con el mal sería hasta preferible prohibir la venta de frutas maduras. Ojalá que no haya que botar el sofá y logremos conjurar estos riesgos entre todos en favor de la salud.

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