Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Siete días para «incendiarios»

Autor:

Ricardo Ronquillo Bello

Los «incendiarios», esa especie satanizada por los burócratas cubanos, vivieron esta semana sus siete días de vindicación.

Contra la voluntad de quienes pretenden apagarlos, silenciarlos, los inconformes de todas las épocas de Cuba fueron situados este fin de año en su lugar, dentro del altar de la honradez y la decencia patrias.

La Revolución solo vive en la verdad, en la franqueza, en la honestidad, en la pureza, proclamó Raúl por dos veces entre este 18 y 23 de diciembre; primero en el VII Congreso de la Federación Estudiantil Universitaria, y luego en el recién culminado encuentro del Parlamento.

Y aunque algunos no lo perciban, ese es de los mejores augurios de un nuevo año para la Revolución, más allá de alentadoras cifras económicas y sociales, pues este va a la mejor cuenta de la nación, a la de su saldo espiritual.

Porque al asumirse en la plenitud de sus luces, y también de sus sombras, entra a sus 48 años dignificando el mandato martiano de que a los seres humanos no se les puede imponer —o sugerir— vivir contra su alma, porque se les ofende —o aun peor, se les deforma o degenera.

Raúl ha apuntado nuevamente que quienes discrepan de la verdad «cómoda», no subvierten a la Revolución, la cual solo puede ser subvertida por la hipocresía y el acomodamiento del carácter, que no termina en otra cosa que en la prostitución del alma.

Tanto en el Congreso universitario, como en las sesiones de la Asamblea Nacional del Poder Popular, se dignificó a la «discrepancia» como fórmula de mejoramiento de la Revolución, como principio de su funcionamiento, como método de consenso, frente a cualquier tipo de homogeneidad paralizante y simplificadora.

Por todo ello recordé mucho esta semana a una joven cienfueguera. Con ella mantengo comunicación frecuente, luego de publicar en esta columna La verdad salva, una opinión en la que abordé estos fenómenos.

La muchacha me confesó sus dilemas, desde que un buen día abordó en un encuentro nacional deficiencias en el funcionamiento de su entidad, interpretadas por sus directivos como una «traición», por la que fue sancionada.

Ella, como cualquier hijo de vecino, se cuestionaba entonces el sentido de promover y realizar eventos, donde sus participantes tengan que apegarse al refrán popular de que «en boca cerrada no entran moscas»; o de lo contrario arriesgarse a sufrir la venida de los siete jinetes del Apocalipsis.

En estos años, por muchas razones —entre ellas el acoso del gobierno de Estados Unidos— un número de funcionarios, y en consecuencia instituciones desarrollaron una mentalidad de acuartelamiento —sería mejor decir de acuartonamiento— con la que pretendieron administrar o hasta acorralar el pensamiento.

Con esa actitud ignoran que la Revolución nació y se fundó en la libertad martiana. En el deber de todo hombre a decir lo que piensa, y a pensar y hablar sin hipocresía.

Porque, como he sostenido otras veces, en ella todos debemos andar juntos, pero nunca revueltos.

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