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Los huérfanos de la Obra Pía

Autor:

Juventud Rebelde

Amaneció y la ventana aún estaba ahí, colgando de un hilo. «Si se cae...», dijo un hombre, que esperaba, con los brazos apoyados sobre el techo del auto. Otro, que permanecía a su lado, recostado al maletero, se viró rascándose la cabeza y miró hacia arriba. Arqueó las cejas y murmuró: «Si le cae a un chiquito en la cabeza...»

El día transcurrió y muchas personas pasearon por debajo de aquel ventanal. No había otro remedio: era el paso obligado para entrar a uno de los bloques del edificio. También llegó la tarde, con su hora de juego, y los niños corretearon a su antojo, imperturbables, hacia la ventana de aluminio que los acechaba desde el quinto piso.

Y así está. O tal vez permanecerá, como dijo una señora mayor, que la observó de reojo: «... por los siglos de los siglos».

Porque más allá de si la reparan y conjuran un accidente, el ejemplo de la ventana muestra el grado de orfandad en que se encuentran muchos edificios de nuestro país.

Ahora semejan una especie de huérfanos, contrario a lo que eran antes del período especial: uno de los hijos pródigos para resolver el problema de la vivienda.

Si la memoria no falla, se recordará que en las décadas de los ’70 y ‘80 se construyeron muchos. Algunos mejores que otros, pero se hicieron. Y entonces, cuando todo parecía marchar bien, la Europa del Este se fue abajo y la economía mandó a parar.

El caso es que los edificios no tienen quién les pase la mano. O, en algunos casos, cuentan con muy pocas personas y recursos para hacerlo. En consecuencia, sus inquilinos no saben de entrada adonde acudir si se les satura la cañería, si el circuito de electricidad entró en corte; si necesitan al menos de alguien que barra la escalera y los alrededores, o que esté atento a las ventanas a punto de caer.

Quien escribe este comentario vive en un microdistrito y es testigo de las incertidumbres mencionadas líneas más arriba.

Es verdad que en esos grandes inmuebles existe —o debe existir— un Consejo de vecinos con la misión de atender la autogestión del edificio. También es verdad que en algunos esa institución actúa con cierta eficacia, mas en otros su función es, simplemente, nula.

La gran realidad es que las carencias acumuladas han deteriorado los edificios, al punto de que existen situaciones que rebasan las posibilidades de cualquier Consejo, por muy unido que este se encuentre. Salta, además, el otro detalle: no en todos esos lugares viven personas multioficios.

Por lo tanto, si se desea que los alrededores de nuestras casas multifamiliares no sean desvanes de problemas, hay que reanimar el gobierno de los vecinos y también respaldarlo.

En nada ayuda amigarse a ciegas con la espontaneidad y pensar que los problemas se solucionan con reuniones. La gestión propia debe tener un respaldo, mediante el cual se exija y se haga cumplir la disciplina; pero también una entidad que brinde ágilmente el servicio cuando se haga el reporte de que en el piso diez, del edificio 24, el apartamento 48 tiene salidero en la toma del baño.

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