Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El Partido y el Socialismo

Autor:

Juventud Rebelde

«Tráiganme un par de pelos de la barba de Castro», dijo a los mercenarios el déspota Luis Somoza, horas antes de que partieran «listos» para hundir la Cuba insurgente. Era abril de 1961, pero la suerte estaba echada desde que dos años antes, «los pobres de la tierra», de barbas y verde olivo, cambiaran para siempre los rumbos de la Isla antillana.

Aquella operación militar de la CIA, aprobada el 17 de marzo de 1960 por el presidente Eisenhower, y ordenada para ser ejecutada 13 meses después por Kennedy, pretendía invadir a Cuba, derrocar al Gobierno Revolucionario y retomar el control perdido sobre la Llave del Golfo.

Cerca de cinco millones de dólares fue el presupuesto inicial para el adiestramiento de una brigada mercenaria en el territorio prestado en Nicaragua por el general y presidente Somoza, tirano gemelo de Fulgencio Batista.

Los escogidos se ubicaron secretamente en la isla de Useppa, muy próxima a Naples, justo en el estado de la Florida.

De allí pasaron a Fort Gulick, en la zona del Canal de Panamá, luego a la Base Trax, en Guatemala, y al final se trasladaron por vía aérea hacia Puerto Cabezas, Nicaragua, no sin antes destruir completamente los archivos de la Brigada 2506, demoler el campo de adiestramiento y darle candela a las barracas empleadas.

Venían a la Isla de la Revolución triunfante, que por todos los medios habían intentado desarmar. Aún dolía el golpe crudo del 4 de marzo de 1960, cuando hicieran explotar el buque francés La Coubre, que trajo de Bélgica las armas imprescindibles.

Sabotajes. Agresiones. Ese fue el único lenguaje que emplearon con Cuba, además de ofensivas declaraciones políticas, hasta que, el sábado 15 de abril de 1961, aviones de la CIA con las insignias nuestras bombardearon y ametrallaron los aeropuertos cubanos.

Fue «un ataque simultáneo en tres ciudades distintas del país, a la misma hora, en un amanecer, por sorpresa, similar a esos ataques con que los gobiernos vandálicos del nazismo y del fascismo acostumbraban a agredir a las naciones», diría el Jefe de la rebeldía insular.

El domingo, en el sepelio de los mártires del bombardeo, en la tribuna de 23 y 12, en el Vedado, ante un mar de fusiles en alto, sostenido en escena inolvidable por el pueblo trabajador, declaraba Fidel: «Eso es lo que no pueden perdonarnos los imperialistas, que estemos ahí en sus narices, ¡y que hayamos hecho una Revolución Socialista en las propias narices de Estados Unidos!».

De la sangre entonces y del dolor más hondo surgía el alma socialista de la nación. Su único destino posible: «de los humildes, con los humildes y para los humildes».

La invasión mercenaria duró menos de 72 horas. Aquellos fusiles que saludaron al futuro en alto, en manos de los soldados rebeldes y los milicianos —la mayoría obreros con menos de 25 años—, pararon en seco la ráfaga traicionera.

La gesta abrileña cumple 48 años. No solo sirvió para defender al socialismo. También allí, reconocería después el líder cubano, «se forjó nuestro Partido».

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