Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Termómetro de aptitudes

Autor:

Miguel Ángel Valdés Lizano

Una escalera grande y otra chiquita no resultan eficaces para acceder a la educación superior, comenta en broma un amigo colombiano cuando parafrasea la popular canción, al referir el panorama escolar de su país. Ni una nave espacial sería suficiente —agrego yo— si valoramos la problemática a nivel regional, cuando en América Latina y el Caribe aún se reportan más de 38 millones de analfabetos.

En contraste, durante los últimos años Cuba asiste a transformaciones que permiten la expansión de nuestras universidades, inspirándonos en el mismo principio de hace 50 años, cuando decidimos pintar de negro, mulato, obrero y campesino a cada casa de altos estudios de la Isla.

No obstante, ese crecimiento no puede estar orientado hacia las estadísticas macrosociales... Debe, ante todo, palparse en las cualidades de los egresados y en cómo se revierten en las necesidades reales del progreso socioeconómico del país.

Por eso, hace algunos días recibimos con satisfacción las medidas que comenzarán a implementarse en los diferentes niveles de enseñanza. Las pruebas de ingreso para las sedes universitarias municipales, los exámenes de ortografía para quienes terminan la carrera, el fomento de las especialidades de las Ciencias Exactas y Agropecuarias, constituyen acciones esperadas por los que durante cierto tiempo temimos por un resquebrajamiento a largo plazo de la educación cubana.

Estas, junto a otras iniciativas, procuran un equilibrio entre el acceso democrático a la enseñanza y las posibilidades cognitivas de cada individuo. Representan el rescate del rigor y la profundidad propios de nuestro modelo educacional.

No se ha inventado nada nuevo. Simplemente estas acciones reciclan fundamentos que en la evolución de nuestro sistema pedagógico demostraron su pertinencia y eficacia, pero que quedaron empolvados ante la dinámica del devenir social o por erradas concepciones.

En momentos en que revisamos viejas experiencias para perfeccionar la enseñanza, quizá resulte apropiado también rescatar las antiguas pruebas de aptitudes para determinadas especialidades universitarias, antes del otorgamiento de las plazas, las cuales constituían requisitos adicionales a vencer por los aspirantes que concluían el bachillerato.

Hasta hace algunos años, quienes pretendían ingresar en perfiles de fuerte impacto en la sociedad como Psicología, Derecho, Historia del Arte, Comunicación Social o Lenguas Extranjeras debían probar previamente habilidades y vocación. Por suerte, en varias especialidades como Periodismo, Diseño Industrial y Arquitectura se mantiene esta práctica, al igual que para estudiar en el Instituto Superior de Arte y en el Instituto de Relaciones Internacionales.

No obstante, en carreras como Medicina desaparecieron estos exámenes, aunque se desarrolla un proceso de captación con entrevista incluida.

Quienes recibimos recientemente nuestros títulos de licenciados o los que nos encontramos actualmente vinculados al magisterio, sí nos percatamos del cambio cualitativo del alumnado con respecto a la época en que resultaba más minuciosa la selección.

No hemos logrado que la orientación vocacional sea del todo eficaz. Cuando se trata de llenar una boleta de solicitud para el ingreso a la enseñanza superior, el embullo y el desconocimiento con frecuencia priman entre nuestros jóvenes.

Detrás del estudiante que deserta en segundo año, a la sombra del desmotivado o de aquel que desaprueba, los profesores encuentran, no pocas veces, incongruencias vocacionales o de aprendizaje, evitables en buena medida si aplicáramos como antes las pruebas de aptitud, herramientas válidas también para impedir que de nuestras universidades emerjan profesionales mediocres, forjados por resignación, sin el verdadero amor y compromiso con la actividad social que eligieron desempeñar.

La universidad, además, puede propiciar en el individuo el desarrollo de ciertos rasgos no incorporados con antelación. Especialidades como las tecnologías de la salud, con el demandado nivel formativo y la abnegación imprescindibles en quienes trabajen con vidas humanas, exigen también mayor selectividad.

Sin embargo, aunque haya excepciones, la sociedad obtendrá al mejor profesional a partir de ese hombre o mujer que, en igualdad de condiciones con los demás, demostró mayor talento, humanismo y compromiso social. Hay profesiones que en todos lo tiempos han exigido el concurso de los mejores y más capaces.

También debemos alertar sobre los errores que, antaño, presentaban no pocas veces los exámenes de aptitud, cuando se concebían para medir conocimientos que paradójicamente debían llegar al alumno durante el transcurso de la carrera. Esos, por supuesto, sí constituían instrumentos fallidos, a diferencia de los que exige nuestro sistema educacional hoy: termómetros para facilitar la realización personal plena y el desarrollo social sostenido.

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