Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Sobrevivirá

Autor:

Juventud Rebelde

Augusto Monterroso cuenta no haber podido descartar unos cuantos volúmenes de su biblioteca. Al leerlo recordé cómo describe Aitana, la hija del poeta Rafael Alberti, una de sus casas de Buenos Aires: «...los libros estaban esparcidos por todos los rincones, los tomos de poesía y arte llegaban al techo».

Tengo una amiga que se enamoró de internet y renunció a la letra impresa. No le interesan aquellos compañeros de entonces: los acribillados de acotaciones al margen, los amarillentos con olor a viejo desván o los recién comprados.

Con la aparición de las nuevas tecnologías, el individuo se ha ido deshumanizando hasta perder casi el hábito de lectura. La postmodernidad impone sus signos. ¿Para qué entrar a una librería y tirar el tiempo por el caño, cuando en segundos se puede tener en el ordenador personal cualquier título?

La humanidad vivió mucho tiempo sin libros y no por eso sin literatura. Algunas culturas —en las que predominó la expresión oral— dieron vida a los juglares o rapsodas y ellos nos legaron Ilíada, Odisea y los cantares de gesta. De otras solo nos queda su arte, pero a nuestros días llegaron los mitos.

Varias veces el libro ha sido condenado a muerte, pero esto no sucederá hasta que no desaparezca el lector. El hombre se ha visto privado de pluma y papel, mas no ha dejado de crear: Ana Frank, la niña judía, escribió un diario en su escondite de Ámsterdam antes de marchar al campo de concentración donde fue ultimada, y el célebre Marqués de Sade embadurnó con su sangre las paredes de un manicomio para que las historias no se perdieran.

Eduardo Galeano no concibe llorar sobre la fría pantalla de una computadora y Miguel Barnet confesó haber escrito a mano las 400 páginas de su novela Oficio de ángel. La complicidad letra-piel resulta insustituible, porque un libro tiene vida propia —las palabras se retuercen dentro de la vorágine de páginas. El diálogo es muy íntimo, solo para dos. El hombre no se puede permitir ese suicidio: sería más trágico que el incendio de Alejandría.

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