Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Los mea culpa del Aedes aegypti

Autor:

Lisván Lescaille Durand

Todavía resuena aquella voz atronadora del dirigente, en su afán de demostrar la gravedad del asunto. «No podemos andarnos con boberías cuando está en peligro la vida de nuestra gente», martillaba su alerta ante un auditorio preocupado por tantas jornadas de enfrentamiento al persistente mosquito Aedes aegypti.

Había en su expresión señales de disgusto por la gestión de algunos organismos cuyos representantes, en ocasiones tibios e imprecisos en sus decisiones, daban la impresión de no tomarle el pulso a la situación, en medio de una de las frecuentes emergencias epidemiológicas a causa del vector.

El episodio, en su esencia, añade méritos al prestigioso sistema de Salud de la Isla que, al mantener a raya al dengue, evita se convierta en una enfermedad endémica, a pesar del incentivo de un clima tentador para el insecto, cuyos huevos pueden conservarse en sitios secos durante casi un año y eclosionar inmediatamente si se ponen en contacto con el agua.

Subir el tono las veces que la cordura exija se justifica, entonces, sobre todo con quienes, por su razón de ser, están encargados de velar y preservar nuestra salud y se descuidan. De tal manera, y aunque sepamos de sobra que más del 70 por ciento de los casos de focos del mosquito se descubren en el interior de las viviendas, no debe haber tregua en ninguno de los lados.

A menudo —demasiado a menudo, por cierto—, a algunos territorios y consejos populares de alta positividad, como San Justo, Sur Isleta o Sur-Hospital, en Guantánamo, les toma desprevenido el zumbido del peligroso alado, en un ambiente que pone en solfa el vigoroso y costosísimo dispositivo para su vigilancia y enfrentamiento.

Los últimos meses demostrarían por sí solos esa afirmación. Una aparente tranquilidad, acompañada de elogios por la efectividad guantanamera contra el zancudo, hizo parpadear a los de vectores y al sistema de atención primaria. Resultado: a partir de julio se elevó el índice de infestación en casi todas las demarcaciones, aún por encima del permisible 0,05.

Por eso el asunto se torna peliagudo, pues el mosquito se desplaza de su hábitat más frecuente, en los tanques bajos de las viviendas, hacia nuevos refugios en alcantarillas, registros y fosas; incluso, algunos sitios, como la famosa zanja del reparto San Justo, en Guantánamo, pueden ser focos generadores que tributan a la positividad de las casas.

No es menos cierto que cuando se detecta el foco en menos de 72 horas queda eliminado, sin embargo, persisten los factores de riesgo: salideros de agua, zanjas fétidas sin canalizar, registros tupidos, microvertederos, enyerbamiento en áreas residenciales y de empresas… soluciones que corresponden a otros organismos que, muchas veces, alegan carencia de recursos.

Pero los de la campaña no están exentos. Se impone llegar a todos los depósitos de la casa, entrar a las habitaciones y comprobar si los vasos espirituales contienen abate; usar la cinta métrica para medir el tamaño del tanque y, en relación con el volumen de agua acumulada, calcular la cantidad del producto que se aplicará, así como registrar, con una crayola en las paredes exteriores del depósito, la fecha en que se abatizó. Rutina que es algo realmente poco frecuente.

Ellos deben solicitar la cooperación del morador para permanecer allí el tiempo necesario —estimado en 25 o 30 minutos— y realizar su trabajo con calidad, me han explicado los entendidos.

Los hechos dan crédito también a las afirmaciones de los «apaleados» integrantes de la campaña de vigilancia y lucha antivectorial que, en disímiles momentos, esgrimen la inconstancia del apoyo multisectorial cuando pasa la tormenta. Dicen que los organismos los dejan solos. «Muy solo, te diría —me contestó una funcionaria—; tanto que se extraña la labor de promoción de salud, el pesquisaje de los síndromes febriles, las charlas y barrio-debates, así como las tareas de higienización comunitarias».

Y no le falta razón. Al menos en lo que toca a Guantánamo. Aún hoy, en medio de la contingencia, escasea la convocatoria desde el barrio, crece oronda la hierba en determinados asentamientos poblacionales y, esporádicamente, algún presunto trabajador de Salud te lanza, desde lejos, la interrogante: «¿Hay alguien con fiebre en tu casa?», y sigue de largo…

Ojalá las cosas fluyeran sin la presión de los puestos de mando y las emergencias.

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