Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

En busca del tiempo perdido

Autor:

Graziella Pogolotti

Una de las más célebres novelas del siglo XX sale en busca del tiempo perdido. La sensación producida por un pastelillo que se disuelve en la boca al tomar un sorbo de té, despierta en el narrador la memoria de un pasado ya distante, el de su infancia en el mítico Combray y, luego, la vida toda. En ese recorrido, van cayendo máscaras hasta alcanzar el fondo sórdido, mezquino y aún grotesco, oculto tras la fascinante apariencia.

Si pasamos de la literatura a la economía, descubrimos que el tiempo constituye también una categoría importante, con peso decisivo a la hora de evaluar costos. Parte esencial de la efímera existencia humana, su adecuada administración contribuye a la rentabilidad, a la competitividad y a la eficiencia del proceso productivo de bienes y servicios. Una consigna reiterada con frecuencia hace algunos años aludía a la cadena puerto-transporte-economía interna. La permanencia de las mercancías en los almacenes paralizaba el funcionamiento de la industria y el comercio, adelgazaba el margen de utilidades y se traducía en pérdidas.

Seguidora fidelísima de las cartas de los lectores a nuestros órganos de prensa, encuentro en ellas muestras útiles para un análisis sociológico de nuestra realidad. El fluir de la cadena que garantiza el adecuado funcionar de la economía y la vida apacible de los ciudadanos sufre constantes interrupciones como tren lechero girando en un interminable circuito de ida y vuelta. En ocasiones las dificultades responden a causas materiales. Lo más frecuente, sin embargo, sucede por razones originadas en el factor humano.

Los planeamientos recurrentes vuelven una y otra vez. Pueden agruparse en tres básicos. Uno de ellos se centra en los obstáculos infinitos que entorpecen cada trámite con total indiferencia ante las necesidades del solicitante y en relación con el desperdicio de tiempo en oficinas y en viajes prolongados. Estos problemas se derivan del incumplimiento de las funciones que corresponden a cada cual, nunca limitadas a la simple recepción de un formulario. Se extienden también a la tarea de orientar a los ciudadanos que no pueden ser duchos en las numerosas resoluciones normativas de cada organismo. Otro paso importante se produciría mediante el establecimiento de ágiles coordinaciones entre las oficinas ubicadas en un mismo circuito.

Otra zona problemática nos concierne a todos. Atañe a la experiencia cotidiana de los habaneros, aunque sean pocos los empeñados en reclamar, por los medios a su alcance, una respuesta adecuada. Se trata de la limpieza de las alcantarillas, el desbordamiento de las fosas albañales, y la limpieza de calles, aceras y solares yermos. La magnitud del problema parece abrumadora, pero se impone encontrar soluciones puntuales de acuerdo con el contexto específico. Las consecuencias sanitarias pueden ser aún más costosas en la preservación de vidas y en el gasto por tratamiento. La agresión ambiental contribuye a la indisciplina social y puede repercutir negativamente en el desarrollo del turismo.

Vistos los ejemplos precedentes, puede afirmarse que la consigna de otrora referida a la cadena puerto-transporte-economía interna adquiere el carácter de metáfora de muchos tropiezos actuantes en nuestro existir cotidiano. Hay que romper esquemas, combatir hábitos y cambiar mentalidades. El mundo que nos rodea está interconectado. Hemos construido parcelas con férreas delimitaciones en cuanto a lo que toca a cada uno. De esa manera, desechamos el pleno uso del capital disponible, obstruimos la participación creadora de los colectivos formados en oficios y profesiones diferentes y renunciamos a la necesidad de fortalecer el sentimiento de responsabilidad. Para la solución de los problemas de gran magnitud, se requiere la inversión de recursos considerables. Pero en el universo de la pequeña y también de la gran escala, el papel de la subjetividad es decisivo. La rutina y la apatía burocráticas coartan la voluntad de hacer, propagan el escepticismo, paralizan la iniciativa y la confianza en que, del esfuerzo mancomunado, habrán de surgir respuestas a los problemas que devoran el brevísimo tiempo disponible para el trabajo útil, la atención a la familia y a la comunidad, la recreación, el descanso y la superación.

El narrador de En busca del tiempo perdido, llegado al término de su existencia vuelve la mirada hacia atrás para rescatar desde la memoria los acontecimientos que se le escaparon entre los dedos. Marcel Proust, el autor de la novela, un judío en parte excluido por su origen, dedicó años de esfuerzo para acceder al mundo aristocrático de los grandes salones. Poco a poco se le fueron revelando las mezquindades de un universo que proyectaba una imagen maravillosa. Entonces, encerrado en su habitación, en una cama cubierta de minúsculos papeles con anotaciones, se entregó por completo a su obra y descubrió en ella el sentido de su vida. Nosotros, los comunes, podemos también encontrar un cauce creativo en la acción cotidiana de los trabajos y los días, a través de la solidaridad con el otro. Desde el sitio más modesto, estamos en condiciones de cambiar las circunstancias. Abotagados por la rutina burocrática, sometidos a la monotonía de las horas que transcurren, despojados de proyectos motivadores, desechamos inútilmente el precioso tiempo de vida que nos viene dado, y con nuestra indiferencia, malbaratamos el de las personas que acuden en solicitud de ayuda, como estar ante la ventanilla de un sótano, observando tan solo los pies de los caminantes.

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