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Cuesta arriba frente al «corolario»

Dos mil veintiséis encontrará a América Latina y el Caribe pugnando por mantener su soberanía y los pasos que ha dado hacia la integración, luego de un año marcado por la incrementada agresividad de Washington y el viraje hacia la derecha en algunos países de la región

Autor:

Marina Menéndez Quintero

Dos mil veintiséis encontrará a América Latina y el Caribe pugnando por mantener su soberanía y los pasos que ha dado hacia la integración, luego de un año marcado por la incrementada agresividad de Washington y el viraje hacia la derecha en algunos países de la región; no pocos de ellos «colegas» orgullosos de un Donald Trump decidido a «resarcir» a Estados Unidos de la pretendida inacción de las administraciones que le precedieron.

Debe reconocerse que el magnate inmobiliario ha dedicado su primer año de aciago gobierno a juntar méritos como presunto «pacificador» en otras regiones; pero su belicista actuación en el vecindario es suficiente para que tampoco este año merezca el cuestionado Premio Nobel de la Paz que ansía.

Los primeros signos de la fusta en mano con que se dirigiría a Latinoamérica los dio con la pretendida y cacareada «recuperación» del Canal de Panamá que nunca ha sido de su país: un burdo chantaje para que la nación istmeña no les cobrara peajes a sus buques —¡ni que el Imperio fuera tan pobre!—, aunque el propósito real era desalojar de allí a los inversionistas de China.

Casi al unísono llegó la ridícula pretensión de cambiar el nombre del Golfo de México por el de Golfo de los Estados Unidos, algo que solo puede verse en los mapas encerrados en una gaveta de su Despacho Oval.

En su primer discurso a la nación luego de asumir —hará este enero un año— estaban las claves de la estrategia que casi acaba de salir a la luz con la divulgación de los nuevos cánones que supuestamente garantizarán la Seguridad Nacional de Estados Unidos.

Entre otras directrices, en esa alocución se criminalizaba la inmigración ilegal —objeto poco después de expulsiones y encarcelamientos masivos—, se tachaba al narcotráfico de «terrorismo», y se comunicaba que Washington usaría la vía militar contra ellos donde quiera que se hallasen. Fue el anuncio de lo que sobrevendría.

Cinco cárteles mexicanos, uno salvadoreño y otro que dicen venezolano están desde hace 12 meses en la lista que Trump envió al Congreso desde febrero.

Esos son los antecedentes de la amenaza de intervención militar latente contra Venezuela, luego de que Washington declarase al Gobierno bolivariano como «narcoterrorista». Con esa excusa irrespetuosa, la Casa Blanca y los halcones del Pentágono mantienen en vilo al continente y al mundo desde septiembre, cuando inició el despliegue militar en el mar Caribe encabezado por el portaviones Gerald Ford, e integrado por aeronaves de asalto, misiles y 16 000 efectivos.

Estamos ante una arremetida que pone en peligro a toda la región.

Con jactancia e impunidad pese a una condena extendida por Consejo de Seguridad de la ONU, Washington ha llegado a la piratería con el abordaje en alta mar y secuestro de tanqueros con petróleo venezolano, bajo el argumento ilegal de que se trata de crudo «sancionado» por las medidas coercitivas unilaterales con que trata de doblegar a tantos países en el mundo. Antes, endebles lanchas acusadas sin pruebas de transportar drogas, fueron impunemente bombardeadas y costaron la vida a más de cien personas que las tripulaban.

Quienes repudian ese accionar han resultado advertidos. Colombia está bajo su amenaza luego de las críticas vertidas por el presidente Gustavo Petro a ese quehacer abusivo e intervencionista. La de Washington con Bogotá es ahora una relación tirante que México ha conseguido evitar gracias a la sabia conducción de su Gobierno, «colaborador» en la lucha contra el crimen organizado con coordinación y mesura, pero sin ceder en los principios de soberanía de su país y pese a que la frontera común tendrá siempre a esa nación en la mirilla de Estados Unidos.

 Tras la misma mampara, Trump ha dedicado los últimos 12 meses a la remilitarización continental, antecedido por los esfuerzos de la excomandante del Comando Sur, Laura Richardson, quien sin remilgos confesó en varias ocasiones la sabida apetencia de la Casa Blanca por los recursos naturales de América Latina, y dedicó no pocos esfuerzos a incrementar los nexos con los cuerpos militares de los países del área.

Esa es la línea que ha desarrollado la administración republicana, con la anuencia de ejecutivos lamentablemente proclives a sus designios. Ecuador y Perú ya habían suscrito convenios para que se autorizara la presencia de militares estadounidenses y asesores en esos territorios, pese a que, en referendo reciente, los ecuatorianos se pronunciaron ampliamente contra la reapertura en Manta de una base militar yanqui. A esos países se ha sumado Argentina. 

La misma excusa de enfrentar a narcotraficantes y terroristas sirve de rampa de lanzamiento para el incremento de los marines y su parafernalia militar en naciones caribeñas como Puerto Rico, donde se han reabierto las bases yanquis cerradas desde inicios de los años 2000, mientras se comenta que otras como Trinidad y Tobago les acaban de abrir las puertas a los efectivos de EE. UU. y República Dominicana facilita aeropuerto.

 La manipulación mediática y las medidas de presión para presentar al nuevo mundo posible como imposible, también han hecho lo suyo en el cambio de correlación de fuerzas que se observa en la región.

Habrá que ver si también estará presto a apoyar su desempeño intervencionista el ejecutivo de ultraderecha recién electo en Chile, donde más del 50 por ciento del electorado le dio el paso al Palacio de la Moneda presa del negacionismo, que tergiversa y manipula el pasado de sangre impuesto por Augusto Pinochet, pese a que otro segmento de más del 40 por ciento de los chilenos votó por evitar una regresión.

 …O si pagará los favores a Washington el candidato conservador proclamado vencedor de los cuestionados comicios de Honduras, a quien una parte de las autoridades electorales, divididas, dieron la victoria en medio de denuncias de fraude antecedidas por las advertencias de la Casa Blanca de que ese debía ser el vencedor. La injerencia de Washington fue desembozada y directa. 

En el tablero de todo lo que ocurre en Latinoamérica y el Caribe está el deseo estadounidense de desalojar a Rusia y a China de una región donde ambas potencias emergentes han incrementado su presencia en las economías.

Pero el desempeño de la Casa Blanca en los meses recientes excede ese objetivo geoestratégico, que resulta imprescindible para consolidar su propósito final: que América (Latina) sea para los «americanos» —léase Estados Unidos— como proclamó en los años de 1800 el expresidente estadounidense James Monroe.

EL «COROLARIO»

La paz mediante el uso de la fuerza es el ABC del accionar de la actual administración republicana para América Latina y el Caribe —y para el resto del mundo—, en una retoma de las consignas del también belicista ejecutivo de Ronald Reagan, que le antecedió en los años de 1980.

Pero el Gobierno de Donald Trump ha ido más allá. Su política para la región es una actualización peligrosa de la Doctrina Monroe que él mismo ha presentado como su «corolario».

La concepción explicitada en la nueva Estrategia de Seguridad Nacional —divulgada apenas a inicios del mes de diciembre— constituye la presentación en teoría de todo lo que en la práctica hemos estado viendo.

Allí se proclama peligrosamente que «Estados Unidos debe ser preminente en el hemisferio occidental como condición para nuestra seguridad y prosperidad, una condición que nos permite afirmarnos con confianza dónde y cuándo lo necesitemos en la región», y se reconoce el propósito de desplegar una «presencia más adecuada» y «despliegues específicos» para controlar las fronteras terrestres y las rutas marítimas, al tiempo que auspicia la ilegalidad al referirse al «uso de fuerza letal para remplazar la fallida estrategia basada únicamente en la aplicación de la ley de las últimas décadas».

Todo ello anuncia un año de resistencia para los países de Nuestra América que apuestan por la paz, la soberanía y la integración, y que tanto han avanzado hacia esos propósitos en lo que va de este siglo.

La vida dará otra vuelta de tuerca jalonada por quienes no se doblegan ante el reverdecido afán dominador de Estados Unidos.

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