Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

¡Canta, Rigoberto Rizo!

Autor:

Amaya Rubio Ortega

La luna alta pinta las guardarrayas. Las voces de Ernesto Suárez, Porfirio Robau, Rafael Rubiera casi parecen bajarla.... Hay canturía en Santa Rita. Y recién llega otro improvisador.

—¡Ahí viene Rizo!, grita alguien.

Y la fiesta se ilumina junto a las velas que comienzan a dar luz a la casita campesina. Pareciera que fue ayer, pero han pasado muchos guateques desde aquellos en los bateyes madrugueros, tantos, que este 6 de octubre Rigoberto Rizo cumpliría cien años.

Aunque el poeta murió el 28 de noviembre de 2009, su obra aún se recuerda. «Muchas veces voy a canturías, incluso, en otras provincias, y la gente dice sus décimas, algunas hasta desconocidas para mí», cuenta su bisnieto Ahmed López.

Y es que, quién en Cuba no ha escuchado: «Canta, Rigoberto Rizo/ que te quiero oír cantar», versos que han pasado de generación en generación en la memoria popular cubana.

Cuando nació en la Finca La Reglita, en Mayabeque, pareciera haber sido tocado por las estrellas. Aprendió el punto desde la voz de los guajiros que vivían cerca de la finca de su padre. «Prestaba mucha atención a los campesinos mientras cantaban y arreaban las reses; y ya a los 12 años improvisaba. Casi no fue a la escuela, llegó al 5to. grado pagando con cántaras de leche a una maestra», relata su hija Graciela.

Pero fue en 1939 que se dio a conocer como improvisador, pues en ese año ganó el concurso radial Buscando el príncipe del punto cubano. Y entonces se le abrieron las puertas de La Habana, y comenzó a hacer pareja de controversias con poetas como El Indio Naborí o Rafael Rubiera.

Junto a Chanito Isidrón cantó versos que denunciaban a los gobiernos de turno en el programa Dímelo cantando. «Hicieron dos guateques en 1957, uno en Bejucal y otro en La Habana, para recaudar fondos para el Movimiento 26 de Julio», asegura Graciela. 

Fortún del Sol «Colorín», durante las competencias de los Bandos de Colores, bautizó a Rizo como El Saltarín de Madruga. Y así lo recuerda la gente, sobre todo por su simpatía en la escena: «Me escribe Cristina Cueto/ desde su Pinar del Río/ pidiendo del tipo mío/ le haga un detalle completo/ si ves un muchacho prieto/ con aspecto de enfermizo/ con algún diente postizo/ y muy risueño al cantar/ no tienes que preguntar/ ese es Rigoberto Rizo».

Fue dado a lo chistoso, pero no dejó de impresionar con décimas serias: «Cuando la noche se amasa/sobre mi vieja cobija/estudio cada rendija/de las tablas de mi casa/como relámpago pasa/un ratón por la solera/ y se oye un ruido allá afuera/como paso de una tropa/es el viento con la ropa/jugando en la tendedera».

Ahora, cuando llega octubre, el último de los poetas de La Edad de Oro del punto cubano cumple cien años. Madruga lo celebrará con un gran guateque en el Cine Patria el próximo domingo; y otra vez la gente lo sentirá vivo por los versos que dejó. Tal vez alguien recuerde estos: Rubiera cuando chiquito/ montando una bicicleta/, se cayó en una cuneta/ y quedó hecho un huevo frito/ El médico Tomás Brito/ le puso un ojo, una oreja/, el hígado, la molleja/, el pelo hasta la raíz/, pero no encontró nariz/, y lo dejó con la vieja.

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