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John Bolton, el guerrero sin combates

Autor:

Lázaro Fariñas

John Bolton, exembajador de Estados Unidos en las Naciones Unidas, nombrado a dedo por George W. Bush aprovechando un receso del Congreso, y defensor incansable de la guerra contra Irak, clama públicamente que se hagan ataques preventivos contra la República Popular de Corea, pide que se declare nulo el acuerdo atómico con Irán y que se bombardeen las instalaciones atómicas de aquella nación.

Defensor de una política agresiva contra Siria con la intención de derrocar al Gobierno de ese país, hace unos años pidió que se tomaran medidas enérgicas contra Cuba porque, según él, estaba produciendo armas químicas para venderlas a los enemigos de EE. UU.

Resulta, igualmente, un fiero defensor de la Segunda Enmienda de la Constitución norteamericana, la que le da el derecho a los ciudadanos de comprar armas por la libre, y militante de la parte más conservadora y reaccionaria del Partido Republicano. Con las anteriores infames credenciales John Bolton ha tomado posesión del cargo de Consejero de Seguridad Nacional del presidente Donald Trump. Impecable pedigrí que tiene este caballero de bigote ancho y mente estrecha.

Cualquiera pudiera pensar que un hombre así, con todas esas ideas guerreristas, hubiese sido uno de los cientos de miles de ciudadanos norteamericanos que participaron en la guerra contra Vietnam, y que hubiera estado en primera fila de combate. Pues no. El hombre se las arregló para evadir ser miembro del ejército activo, inscribiéndose en la Guardia Nacional. Allí pasó cuatro años bien cuidado y bien lejos del frente de batalla, en un lugar donde ni siquiera lo picó un mosquito. Generalmente pasa que los que más piden y defienden las guerras son los que menos se arriesgan en las mismas. El caso de Donald Trump y de George W. Bush son buenos ejemplos de lo que digo. Ambos buscaron la forma de no participar en el Servicio Militar Obligatorio que existía en aquel tiempo.

Bolton se graduó de abogado de la Universidad de Yale con honores y trabajó en los departamentos de Estado y Justicia bajo las administraciones de Ronald Reagan y W. Bush. Fue uno de los protegidos del nefasto senador Jesse Helms, famoso por sus ideas ultraconservadoras y uno de los creadores de la conocida Ley Helms-Burton, infame ley de este país contra la República de Cuba.

Bolton siempre fue un fuerte crítico de las Naciones Unidas y de su papel en el mundo. En una ocasión, en 1994, describió el papel de la misma de la siguiente manera: «Las Naciones Unidas no existen. Hay una comunidad internacional que ocasionalmente puede ser guiada por el único poder real que queda en el mundo, y ese es Estados Unidos, cuando le conviene a nuestros intereses y cuando podemos lograr que otros nos sigan».

Siendo embajador en las mismas Naciones Unidas, este personaje protagonizó numerosos altercados con muchas de las delegaciones de diferentes países, llegando a declarar que de los 38 pisos del edificio de la ONU en New York, si perdía diez de los mismos, no se creaba ninguna diferencia. Fue tan fatal su permanencia como representante de Estados Unidos en las Naciones Unidas, que una publicación inglesa lo llegó a catalogar como el peor embajador que haya enviado EE. UU. a esa posición. En realidad, este hombre en ese cargo, bueno, y en todos los otros que ha ostentado, ha sido un verdadero elefante dentro de una cristalería.

Ahora, inesperadamente, el mitómano narcisista que tenemos como Presidente en la Casa Blanca lo ha nombrado asesor de Seguridad Nacional. Solo hay que imaginar cómo habrá de actuar y cuáles serán los asesoramientos que les dará al Presidente este hombre. Aquí parece que se han unido el hambre y la necesidad, ya que hay que adivinar quién es peor, el asesor o el asesorado.

No sé por qué tengo el presentimiento de que Míster Bolton no va a durar mucho tiempo en ese puesto, ya que se ha comprobado que a Trump no le gusta mucho que lo asesoren, y lo demuestra el hecho que en el poco tiempo que lleva como Presidente, con este, ha tenido tres asesores de Seguridad Nacional. Además, según le contó Steve Banon, el ex alter ego de Trump, al autor del libro Rápido y furioso, al Presidente no le gustaba Bolton por el bigote que este tiene y se mofaba de él y de su bigote en los círculos íntimos.

Quizá me equivoque y el asesor, por tal de quedarse, se afeite el bigotón y le sirva de adulón al egocéntrico presidente, riéndole todas las gracias y alabándolo hasta el infinito, cosas estas que son miel para la distorsionada personalidad de Donald Trump.

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