Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Mariana no quiere ser «escaneada» por extraños

Autor:

Laura López Montoto

Cada mañana, antes de seleccionar la ropa que usará para ir al trabajo, Mariana «se rompe la cabeza» pensando en unas prendas capaces de evitar las groserías de esos hombres que «se meten con ella» en plena calle. Lo intenta una y otra vez, pero ella sabe que aunque vista saya, pantalón, pantalones cortos o vestido, una blusa escotada o sin escote, ellos siempre estarán ahí para «recordarle sus bondades femeninas».

Al igual que miles de adolescentes, jóvenes y mujeres adultas, Mariana no quiere conocer la opinión de extraños sobre cómo le queda su atuendo. Tampoco desea que le «escaneen» el rostro, ni pide saber la forma de sus caderas.

Para muchos, el piropo es el arte de la galantería, donde quien lo hace, despliega su picardía, ingenio y chispa ante la belleza de una mujer. Frases como: «¡Y luego dicen que las flores no andan!», «Si cocinas como caminas, me como hasta la raspa» y «Si besarte fuera pecado, me iría feliz al infierno», son algunas que han trascendido a través de los años.

Estos «elogios» forman parte de la costumbre popular de la sociedad cubana, debido, fundamentalmente, a las condicionantes asignadas por las raíces machistas del país. En la actualidad, los halagos de camino no son los versos de antaño que desencadenaron las historias de amor de nuestros abuelos.

Ahora en esos discursos, acompañados en ocasiones de silbidos, susurros al oído, intentos de coger la mano o de tocar otra parte del cuerpo, se imponen la cosificación sexual de la mujer, la vulgaridad, la falta de respeto y la mala educación.

Por ello en la mayoría de los casos llegan a ser ofensivos y se convierten en expresiones del tan escuchado en los últimos tiempos, «acoso callejero». Esas locuciones indecentes degradan la integridad sicológica y moral de muchas mujeres, pues les provocan inseguridad, malestar y miedo.

Es cierto, la mayoría de nosotras sabemos lidiar con situaciones así. Incluso, mal de nuestra parte, lo vemos como algo normal. Pero, por solo citar un ejemplo, ¿cuántas veces hemos observado a un grupo de hombres «competir» por ver quién le dice la mayor barbaridad a una joven? De seguro ella no reacciona igual que una señora de 40.

El hostigamiento presente en las calles de Cuba no es cosa de hoy. ¿Es necesario que una mujer cruce de una acera a la otra para evitar comentarios irrespetuosos? ¿Por qué tiene que usar audífonos con el fin de esquivarlos o caminar con la cabeza baja para escapar de las miradas lascivas? ¿Quién dice que están obligadas a responder y mucho menos a agradecer un «piropo»?

No pocos consideran que una resolución del Ministerio de Justicia acabaría con el problema, porque, como se dice, «quien no aprende por las buenas, lo hace por las malas». Sin embargo, limitarse a ello no es un recurso factible, pues en el caso de un acoso cotidiano, la única prueba de la víctima sería su testimonio y, como todos sabemos, «las palabras se las lleva el viento».

Si bien en los últimos años se han creado campañas y anuncios televisivos que intentan concientizar sobre el tema, estos, en solitario, no resolverán nada. La educación debe empezar en la cuna. Es necesario inculcarles a nuestros niños que el respeto, la cortesía, la caballerosidad y la gentileza son los valores que definen verdaderamente a un hombre, al ser humano.

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