Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Carta de despedida a un celular perdido

Autor:

Liudmila Peña Herrera

Mi buen Samsung Note 3:

Aunque suene cursi, debo decir que te extraño; que todo me parece aburrido e intrascendente sin ti; que trataré de aprender a querer al Xiaomi que me compraré cuando cobre el mes 13 y a mi tío Alcides le paguen el puerco que nos vendió para el 31 allá en La Caoba; que ahora estoy volviendo a estudiar para la tesis de Maestría por los libros o las notas manuscritas, pero nada, absolutamente nada, es igual sin ti: ni los videos HD que grababa contigo, ni las fotos, ni la 3G, ni el audio, ni la música —¡ay, los últimos discos de Buena Fe y Carlos Varela se me fueron contigo!—. Ni música puedo escuchar ahora, mi nunca bien ponderado Note 3. Ando cabizbajo y olvidadizo, porque ni el calendario de este tarequito que me prestaron sirve para nada (¡ni recordatorio tiene!)

¡A saber en manos de quién andas! Tal vez en el fondo de una gaveta, escondido por el tipo que me metió la mano en la carpeta en medio del P-12 repleto de gente apretujada y protestona. Y yo que me llevé por los reclamos de mi novia para que la mirara a la cara y la atendiera cuando empezaba a contarme, en medio de la guagua y a todo galillo, otra de sus angustias banales de mujer contemporánea: que si el jefe solo se escucha él y se ríe a carcajadas de sus propios chistes, que si la recepcionista es una chismosa y le aplica el rayo X o los rayos ultravioleta a cada jaba de nailon con la que ella entra al trabajo, que si no le queda saldo en la cuenta Nauta y todo ese blablablá que, tú y yo sabemos, nunca fue de mi interés cuando estabas conmigo.

¡Quién me habrá mandado a enrollarte los audífonos por la cintura y guardarte en el bolsillo de la carpeta! ¡Qué artículo feminista me habrá convencido de que las mujeres tienen la razón o hay que hacerles creer que la tienen! Nada, que conservo a mi novia parlante, pero estoy reuniendo para un nuevo celular.

Ahora ella dice que me ha recuperado, que por fin soy el mismo que conoció en la universidad cuando ninguno de los dos sabíamos lo que era un móvil, porque ni memoria flash teníamos, apenas cinco o seis discos de tres y media para hacer las tantas copias de los trabajos de metodología de la investigación que guardábamos como se esconde una cadena de oro dentro del pulóver en una camioneta santiaguera.

Es verdad que llevo una semana sexualmente activo desde que aquel cabrón me metió la mano en la carpeta. Cierto que hablo más y me notan un poco menos entretenido y ansioso. Tengo que reconocer que ya no me despierto y lo primero que hago, casi sin abrir bien los ojos, es buscar las notificaciones del Facebook, del Instagram y el Twitter. ¡Ya ni malas digestiones tengo!

Ay, pero cómo te extraño en el baño, sobre todo cuando me siento en el inodoro a hacer «lo mío» con calma. Ahora pueden llamar y llamar, que si estoy en el baño, no contesto.

Y qué envidia me da la gente que llega a la reunión de la oficina, al cuerpo de guardia del policlínico, a la parada de la guagua —y hasta en la guagua misma— y sacan el celular, activan los datos móviles y ¡a navegar! Y quien no tiene datos empieza a mirar las fotos de la galería, a leer sus libros digitales, a jugar…

Qué difícil se me están haciendo las esperas sin ti. Yo no sabía, antes de que mi socio Robert te trajera «de afuera», después de que se me rompiera aquel Iphone que también era de uso, que se podía querer tanto a un Note 3. Es verdad que cuando te conocí ya tenías kilómetros recorridos con Robert en las carreteras de vía rápida en la internet del Primer Mundo, pero con qué eficiencia trabajaste siempre conmigo, después de que te cambiaron la piececita que me costó 15 cuc en aquella «clínica del celular».

Ahora mi novia, que tanto me criticó por mi postura obsesivo-compulsiva contigo, que llegó, incluso, a cogerla con sus estudiantes de la universidad y les quitó a todos los móviles y los puso en el buró hasta después de las clases para que no se distrajeran, ahora es ella la que anda por la casa toda oronda con sus audífonos pegados al oído cada sábado mientras lava o tiende la ropa.

Me da rabia cada vez que voy a quedarme a su casa y cuando conversamos o vemos alguna serie, entre una frase y otra, la atrapo activando los datos y reaccionando a alguna publicación de sus amigas con una carita de Me divierte o un «Lo adoréeee». ¡Para qué mentirte!: odio hasta cuando me dice «Titi, ven, abráchame, vamos a hacernos un selfie» (este tareco ni cámara frontal tiene, chico). A veces la veo pegada a su Galaxy S10 que le trajo su tío y pienso que parece una mujer a un celular pegada. Le hago cosquillitas en la oreja y ni cuenta se da, con ese apéndice moderno entre sus manos.

Entonces lo veo todo ¡tan claro!: odio tanto a mi novia como a su móvil. Ya ni caso me hace. Parezco un mono hablando solo. Ay, mi Note 3, ¡qué ganas tengo de que le roben el móvil a mi novia!

Desesperadamente,

El dueño del «tarequito».

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.