Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El niño de mi historia

Autor:

Jesús Álvarez López

¡Quién va a venir con cuentos de derechos humanos al niño de mi historia!

Releyendo la Declaración Universal de los Derechos Humanos proclamada por la ONU un 10 de diciembre, recordé la historia de aquel niño nacido en 1937, 11 años antes, en una pradera de Manicaragua donde su padre trabajaba la tierra para el dueño. Si todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos, ¿por qué él tuvo como único juguete una guataca, no pudo ir a la escuela, vio morir a su hermanito de enfermedad curable, y también vio con sus ojos pescozones injustos y atropellos de la guardia rural a nobles campesinos?

Claro que no tuvo similares derechos que los niños de cuna acomodada, ni conoció otra libertad que no fuera la de trabajar la tierra como buey aguijoneado desde muy pequeño para ayudar a alimentar a la familia. Tan avispado como siempre fue, de saber leer entonces, hubiera sonreído con sarcasmo tras conocer el artículo 6 de la Declaración Universal que habla del reconocimiento a su personalidad jurídica.

Aquel niño solo era culpable de haber nacido poco tiempo después de la dictadura de Machado, pero de todas formas nadie presumió su inocencia y su vida fue un martirio hasta que ya joven recibió de Fidel la añorada finca para que fuera suyo en lo adelante el sudor de su frente.

Pudo ver a sus hijos estudiar, y él también logró el 9no. grado, accedió a la tecnología más moderna en los mejores hospitales, nadie le pidió dinero para la intervención quirúrgica cuando la próstata le empezó a fallar y hasta uno de los mejores cardiocentros de Cuba destinó un tiempo a revisar su corazón.

El niño de mi historia no tiene que leer los artículos 18 y 19 para saber que por primera vez después de aquel enero pudo expresarse y opinar con entera libertad.

Aquel niño de bueyes y bohío, de guataca y lombrices, de miseria sembrada en la retina de su madre, que es lo que marca como nada la conciencia infantil, sigue viviendo a los 83 años, y aunque el ortopédico no le da muchas esperanzas de mejoría a sus huesos, continúa disfrutando cada amanecer y cada triunfo de sus descendientes mientras espera el cercano arribo del primer tataranieto. ¡Quién va a venir con cuentos de derechos humanos al niño de mi historia! Y lo conozco bien, porque hablo de mi padre.

 

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